El fútbol es tirano, no hay dudas. Un tirano que enfrenta 11 contra 11, y que no da lugar a segundos puestos. Si no ganás, sos un fracasado. Es tan tirano que aún no le permitió al mejor del mundo levantar un trofeo con su Selección. Hace 23 años que el plantel argentino mayor no gana una final, y algunos se lo adjudican a la Maldición de Tilcara, recordada por Bilardo en el NO del 3/4/14. Al igual que en Brasil 2014 y Chile 2015, este año se volvió con las manos vacías de una nueva final, en Estados Unidos, y ya van siete perdidas al hilo. Pero no todo es congoja: se llegó a todas las finales continentales e intercontinentales en los últimos tres años y solo se recibió un gol en tiempo suplementario.

Los pasos erráticos de la Selección hicieron desfilar en la última década a varios técnicos: Basile, Maradona, Batista, Sabella y Martino. Pero el Patón, silbando bajito y con muchas ganas, tendrá la responsabilidad de depositarnos en Rusia 2018. En realidad, tiene que depositarlo a él, al mejor. ¿Cómo no ilusionarse cuando el más grande juega para los tuyos? Messi es nuestra esperanza, el que puede llevar a cabo la Perestroika futbolística que necesita este equipo alicaído. El superhéroe sin capa, pero con pelo platinado, que permite soñar con volver a levantar la Copa del Mundo, ésa que hace 30 años disfrutamos de la mano (literalmente) del número 1. Diego la trajo desde tierras aztecas cuando tampoco nadie daba un mango por un equipo que había clasificado a duras penas.

Muchos antifútbol que le deseaban un mal mundial a ese equipo de Maradona son los mismos (o legaron en alguien la amargura) que se regocijaron cuando critican al mejor de hoy, al que señalaron pese a que optó (tal vez injustamente) por defender la celeste y blanca, sus colores. Seguirán criticando los que no saben disfrutar, gozar con las gambetas, llorar con un caño –simplemente no saben–. Para los que sí, D10S o el Messias da igual. Los mejores son nuestros. Y Rusia también lo será.