Es presentada a menudo como la que vendió seis millones de discos en los EE. UU. y más de quince millones en el mundo, además de ser ganadora de numerosos premios que tienen que ver con eso. Resumir a Diana Krall en cifras y estadísticas, sin embargo, resulta una operación por lo menos grosera, antes de dar cuenta de que en ella brillan formas del talento y el magnetismo reservado a los artistas destinados a algunas de las formas de lo clásico. En el Gran Rex, la pianista y cantante canadiense encantó a un público fiel, que acompañó, escuchó y aplaudió las muestras de ese universo expresivo tan fríamente calculado: el de la rubia sobria y lejana que parece que no va a decir nada y de pronto, con voz trasnochada, sobre un acorde de novena que sale de un piano Steinway, susurra “And love Is all that I can give to you”. 

Los trajines de ser una figura del jazz industrial ponen a Krall en la situación de reinventarse continuamente. Tras defender su consagración con discos de canciones clásicas como When I Looks Your Eyes (1999) o The Look of Love (2001), indagó otros horizontes con The Girl in the Other Room (2004), que entre otras cosas incluye temas compuestos junto a su marido Elvis Costello, y con From This Moment On (2006), con la Orquesta Sinfónica de Londres y arreglos y dirección de Claus Ogerman, para más tarde buscar en los repertorios del rock y el pop con Wallflower (2015). El año pasado lanzó Turn Up the Quiet, un trabajo que además de reencontrarla con Tommy LiPuma como productor, la devuelve al repertorio que, tal vez, mejor le queda: canciones de amor, miniaturas que sin salir de su lenguaje más clásico aparecen renovadas en su perfección sentimental. 

En la parada porteña de la gira que la llevó por varias ciudades de Brasil antes de culminar en Santiago de Chile, Krall mostró algunos temas del nuevo disco y, por supuesto, una selección de discos anteriores. Y el concierto equilibró las exigencias de parecerse a sus grabaciones y las oportunidades de refrescarlas que da el vivo, sus variables márgenes para la improvisación e imprevistos como un resfrío que no molestó demasiado su voz. El inicio, con “Deed I Do”, sirvió para presentar a sus músicos, que dieron inmediata muestra de solvencia, cada uno con un extenso solo. Enseguida, temas del disco nuevo, como “L–O–V–E”, “Night and Day” y “Moonglow”, se alternaron entre otros con “You Call This Madness”, del disco homenaje a Nat King Cole, “Temptation”, el tema de Tom Waits que está en The Girl in the Other Room –uno de los momentos más intensos y de mayor expansión del concierto– y el homenaje a Joni Mitchell con “A Case of You”, solita con su piano, antes de la larga serie de bises que el afectuoso aplauso de la sala llena exigía. Cuando sonaba This Dream of You, de Bob Dylan, el último de los bises, la sensación de satisfacción había dado varias vueltas entre el escenario y la sala llena.