El rojo le sienta bien a “la reina indiscutible de la novela negra europea”, como se la define desde la solapa de sus libros a la autora de la saga Los crímenes de Fjällbacka, que empezó en 2003 con La princesa de hielo. Desde entonces vendió 25 millones de ejemplares en más de 50 países. A la sueca Camilla Läckberg –que presentará hoy a las 17 La bruja, décima entrega, en la sala Tulio Halperin Donghi– le gusta escribir tanto como hablar desde que se enamoró de Agatha Christie, a los siete años. Pronto fantaseó con crímenes sin resolver en Fjällbacka, una pequeña villa de pescadores donde nació en 1974, ese lugar en el mundo que la actriz Ingrid Bergman definió como “el paraíso sobre la tierra”. Aunque estudió Economía, el sueño de ser escritora se escondía en el baúl de los deseos de la infancia. Pero el deseo de escribir volvió para quedarse cuando su esposo de entonces, su madre y su hermano le regalaron un curso de escritura creativa.
Conoce a Fjällbacka como la palma de su mano, aunque ahora viva en Estocolmo. Läckberg decidió que el mejor escenario para la saga tenía que ser su pueblo natal. Cuando empezó a escribir, no imaginó que Patrik Hedström y Erica Falck –él policía y ella escritora– se convertirían en la pareja de investigadores más célebre de Escandinavia. En La bruja mueve los hilos narrativos para combinar dos historias: la desaparición de Linnea, una niña de cuatro años, en una granja en las afueras de Fjällbacka, donde 30 años antes se había perdido el rastro de otra niña, Stella, que después sería encontrada muerta; con la caza y quema de brujas en la Suecia del siglo XVII. “Los niños que han asesinado no son fáciles de comprender, como el caso de James Bulger en Inglaterra, un niño de dos años que fue asesinado por dos niños de diez”, recuerda Läckberg. “En Suecia, después de que se publicó La bruja, un viejo caso volvió a ser investigado. Se trata de dos niños que fueron acusados de asesinar a un niño de cuatro años. Lo que se descubrió es que la policía había logrado de manera sospechosa que confesaran que eran culpables; pero no lo eran. El problema es que consideramos a los niños como ‘almas limpias’”.
–A propósito del título de su novela, ¿las mujeres seguimos siendo consideradas “brujas”?
–Sí. Cuando empecé a investigar para la novela, descubrí que unas 70 mujeres fueron asesinadas en Suecia acusadas de brujería. Todas tenían en común que eran mujeres fuertes, inteligentes, independientes, no seguían las reglas. Ser mujer en la sociedad contemporánea es tan difícil como hace cuatro siglos. Ya no somos quemadas en una hoguera: la nueva caza de brujas sucede en las redes sociales. Tras escribir La bruja me di cuenta de que tenemos que darle una connotación positiva a la palabra porque representa a mujeres muy fuertes. Me encanta que me llamen así. ¡Recuperemos a la bruja!
–¿Qué encuentra, qué le gusta explorar en el género policial?
–Me interesa el lado oscuro de la humanidad. Me enamoré de la novela negra cuando leí a Agatha Christie. Me gusta la novela negra porque un homicidio es un excelente clavo sobre el cual colgar una historia, porque hay mucho drama natural alrededor de un homicidio. Después podés agregarle lo que quieras: romance, política... La novela negra es el género perfecto para escribir porque necesitamos pensar por qué las personas cometen crímenes.
–En los últimos años llegaron muchos policiales suecos. Llamó la atención, desde una mirada prejuiciosa, cómo una sociedad tan “perfecta” tiene autores de policiales donde se mata.
–Si vivís en un país que está en guerra, donde se mata todos los días, no cuesta pensar sobre crímenes. Los países nórdicos tienen calma y paz y por eso son una geografía excelente para escribir sobre homicidios. Además, no son países tan “perfectos” como se cree. Tenemos varios problemas, como las drogas, el alcoholismo, los abusos. Parte del éxito de las novelas negras suecas es que la gente cree que es una sociedad perfecta y cuando empiezan a leerlas se encuentran con otros aspectos. Todos creen que los suecos son altos y rubios y cuando llego yo se sorprenden. Preguntan en mis narices: “¿Dónde está la autora sueca?” (risas).
–La bruja muestra el problema de la convivencia con los otros, el rechazo que generan los refugiados sirios. ¿Por qué incluyó a estos personajes?
–Tenemos una elección el próximo otoño y el partido racista –llamado Demócratas de Suecia, cree que no es racista pero sí lo es– usa toda la propaganda contra los inmigrantes y los extranjeros. Esto es algo que se está generando en toda Europa. Lo que más me preocupa es que es la misma propaganda que usaron en Alemania en los años 30. Pero ahora el enemigo no son los judíos sino el Islam. Tenemos una memoria muy estrecha como seres humanos.
–¿La ficción puede modificar o atemperar esa propaganda?
–Creo que sí. Cuando escribí sobre los refugiados sirios mi propósito fue tan sencillo como demostrar que son personas con sus necesidades, sus problemas, sus sueños. También quise mostrar que dejar tu país, tus amigos, tu lengua, tu familia es algo que sólo sucede cuando no queda más remedio. ¿Por qué quieren venir a Suecia con el frío que hace?
–Un escritor está acostumbrado a ponerse en el lugar de otros. ¿Por qué en general a las sociedades les cuesta ponerse en los zapatos de los más débiles, los que más sufren, los que huyen de una guerra, una hambruna, un genocidio?
–Me parece que queremos soluciones simples. Si empezás a entender y a conocer las situaciones de los refugiados, las cosas comienzan a ser mucho más complejas. Si estás preocupado por tu economía familiar, tu trabajo, es mucho más sencillo tener a quién culpar, y siempre es el extraño. Por eso a las personas les gustan las soluciones simples y los partidos racistas son expertos en formular opciones del tipo “si no tengo trabajo es debido a los inmigrantes”. Yo tengo una sensibilidad personal con el tema. Cuando tenía 16 años, mis padres adoptaron a un refugiado de Rumania. Él es mi hermano y se llama Zoltan. Pero no es muy usual que los suecos adopten refugiados.