En 2017 la Argentina sufrió uno de los mayores déficit comerciales de su historia, con un saldo negativo de 8471 millones de dólares, el cual parece continuar acentuándose en este año. Este déficit atenta directamente en la sustentabilidad del plan económico y vuelve más angustiante la carga de la deuda externa, dado que sin dólares provenientes de la economía real, la única salida para el repago de las obligaciones con el exterior es la continuidad permanente del endeudamiento.

Las causas de este fenómeno son variadas, pero se pueden explicar principalmente a partir de dos hechos concretos. La forma de vincularse con China y la flexibilización de las normas internas del Mercosur. En ambos casos se constituyó un proceso que llevo a la existencia de saldos comerciales negativos de similar peso (7736 millones de dólares de déficit con China y 7701 con el Mercosur, que es mayor aún si se toma solo Brasil).

El caso chino es relativamente sencillo de explicar. La potencia exportadora del gigante asiático no precisa mayores comentarios. Si a este potencial se le suma un precio relativamente estancado de la soja y una apertura a las importaciones sin mayores controles, se obtiene inmediatamente el saldo negativo que se viene repitiendo en los últimos años.

Sin embargo, el efecto China no debe ser sólo visto en términos bilaterales. Si se analiza el devenir de la presencia china en los últimos diez años, por caso en Brasil, principal destino de las exportaciones argentinas, se observa como en prácticamente la totalidad de los sectores, los proveedores asiáticos han venido reemplazando a los proveedores argentinos al punto tal que entre el 2002 (fecha de la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio) y el 2016, la Argentina perdió 6 puntos porcentuales en su participación en las importaciones brasileñas, mientras que China ganó un 12 por ciento. 

La Argentina solamente sostuvo su participación en el sector automotriz, mercado fuertemente custodiado por las terminales bajo la normativa Mercosur. Paradójicamente, ese mismo sector es el que explica la mayor parte del déficit con Brasil. El sector automotriz del Mercosur fue durante años ejemplo de un modelo de comercio regulado, a partir de la denominada cláusula flex, cuya última negociación en 2015 llevo a que por cada dólar exportado por la Argentina, Brasil pudiera vender 1,5 dólares a nuestro país.

Con la llegada de Cambiemos, las reglas se flexibilizaron (en verdad, se incumplieron) dejando el campo fértil para el autogobierno de las terminales en un contexto de fuerte crecimiento de la demanda argentina de automóviles. El resultado es que la relación actual está cerca de 2,5 dólares importado de Brasil por cada dólar exportado por la Argentina. Esto generó un déficit del sector de 2979 millones de dólares, sin contar el componente autopartista.

Este contexto, antes que revertirse, parece viajar en 2018 hacia una profundización por lo que el gobierno sostiene como una “inserción inteligente al mundo” y que en pocas palabras puede ser explicada como una apertura general a las importaciones y al libre comercio, en espera de mayores inversiones y acceso a mercados. Esta idea de mundo con la que soñaba el gobierno de Cambiemos, aunque controversial, era permeable de ser debatida en 2016 con la hegemonía norteamericana aún lanzada a propuestas como el Acuerdo Transpacífico y el Tratado Transatlántico bajo la administración del Presidente Obama. Pero con la llegada de Donald Trump al poder, esa idea parece haberse vuelto sumamente ilusoria. 

De esta forma, se llevo adelante una doctrina que puede definirse como la de un multilateralismo indiferente, dado que en la búsqueda de mayores relaciones comerciales e inversiones se han prometido ventajas a todas las grandes potencias sin comprometerse particularmente con ninguna y sin sopesar las relaciones de poder existentes en el mundo. Esto dio lugar a un proceso donde, antes que hablar de la conquista de nuevos mercados, la diplomacia argentina ha tenido que dedicar su tiempo a evitar el cierre de aquellos que ya existían, como en el caso del aceite de soja en China o el reciente episodio del acero o del biodiesel de los Estados Unidos, entre otros. 

En las puertas de la firma de un acuerdo profundamente asimétrico con la Unión Europea, queda aún, para el gobierno de Cambiemos, la posibilidad de entender que el mundo cambió y que la apertura de las propias fronteras no llevará a mayores accesos a mercados, sino simplemente a mayores déficits, tal como viene sucediendo. Quizás la inserción inteligente sea observar al mundo sin esas anteojeras librecambistas y tomarlo tal cuál es. Un espacio donde cada país defiende su mercado y frente al cual se debe buscar negociar bajo esa premisa.

* Investigador Centro de Estudios de la Estructura Económica (Cenes), Facultad de Ciencias Económicas-UBA.