Los últimos meses de 2016 fueron días de euforia para el directorio del Banco Central. El dólar se había estabilizado y la inflación había dejado de acelerarse. Los economistas de la entidad no tuvieron mejor idea que mostrar todo lo que habían aprendido en las universidades de Estados Unidos realizando una clase sobre política monetaria con periodistas de los principales medios de comunicación. La endogeneidad del dinero, las metas de inflación, el tipo de cambio flexible, la desregulación cambiaria y la apertura de los flujos de capitales fueron los conceptos que ellos manejaban a la perfección e iban a garantizar el éxito de la gestión. Los dijeron textual. Eran los días en que Federico Sturzenegger, titular del BCRA, todavía repetía que había desinflación, que el dólar no tenía efecto en los precios del mercado interno y que el endeudamiento en Lebac no era peligroso para la estabilidad financiera.
Los primeros meses de 2018 se transformaron en días de caos para los mismos funcionarios que habían vendido la fórmula del éxito. En esa clase de 2016, el directorio repartió un libro como presente de despedida para los periodistas invitados. Se titulaba 12 años de esclavitud y había sido un best seller en el mercado editorial norteamericano. No quedó claro si fue un chiste de mal gusto o una ironía con poca gracia. Lo que estaba claro es el mensaje. La nueva gestión del Central había llegado para liberar al inversor de la city de la represión financiera con la que habían tenido que lidiar en los últimos años. Los controles cambiarios, las regulaciones para los bancos, la manipulación de la plaza cambiaria con el uso de reservas, entre otras medidas, eran instrumentos ineficaces y ponerlos en práctica era un absurdo.
Esos mensajes del directorio del Central quedaron bajo el descrédito absoluto. Dos años después de declararse destinados al éxito cayeron en medidas de regulación para tratar de frenar una corrida del mercado. No inventaron nada. Recurrieron a las mismas políticas para intentar contener la suba del dólar que había aplicado la gestión anterior. Por caso, anunció que volvería a controlar la dolarización de activos de los bancos. En palabras simples, obligó a la banca a vender una porción de sus dólares en el mercado cambiario. Es el primer paso para regular la cuenta capital y sin dudas es una medida que puede definirse como represión financiera.
El Central no terminó aplicando esta medida de casualidad. Desde marzo fue el responsable de generar un escenario inestable en la city aportando incertidumbre y falta de pericia en el manejo del mercado. Inventó una fórmula para explicar por qué el dólar no tenía que subir de los 20,50 pesos y justificó intervenciones récord de casi 8000 millones de dólares desde marzo para evitar que la cotización supere ese valor. Perdió 1 de cada 10 dólares de la reservas, se le escapó la divisa hasta picos de 24 pesos en algunas casas de cambio y estuvo obligado a incrementar la tasa de referencia del 26 al 40 por ciento en diez días. La política monetaria ahora es esclava de los capitales internacionales.