Los discursos de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner tenían densidad argumentativa. Los mensajes requerían una escucha atenta, con prescindencia de compartirse o no su contenido. Los oyentes estaban obligados a realizar un mínimo esfuerzo intelectual para decodificar el discurso. Por el contrario, los principales líderes de la Alianza Cambiemos manejan un registro diferente. La mayoría de los mensajes son simples, consignistas y vacíos de contenido. Es conocida la influencia de Jaime Durán Barba (foto) en el moldeado del discurso oficial.
El lenguaje duranbarbesco desecha las explicaciones técnicas y racionales. En su libro El arte de ganar, el consultor ecuatoriano recomienda invocar a los “sentimientos, no a la razón. Los humanos somos simios con pretensiones cartesianas”. “Debemos tratar de que nuestro mensaje provoque polémica. Más que perseguir que el ciudadano entienda los problemas, debemos lograr que sientan indignación, pena, alegría, vergüenza o cualquier otra emoción”, agrega Durán Barba.
En ese marco, la proliferación de mensajes típicos de manuales de autoayuda no es ninguna casualidad. Los valores culturales implícitos, en la mayoría de esos textos, tienen puntos de contacto con la ideología macrista. Por ejemplo, la idea de que las soluciones son individuales y no colectivas. El fomento al emprendedurismo es congruente con esa filosofía. Bajo esa lógica, los sectores vulnerables son responsables de su situación personal. Así, la exclusión social es resultado de que los pobres “no se esfuerzan lo suficiente”/”no les gusta trabajar”.
Esa visión superficial e invidualista no es ajena a la cultura empresarial. En los últimos años, las empresas multiplicaron la organización de eventos internos (charlas motivacionales, talleres de pensamiento positivo) que rescatan ese tipo de espiritualidad no religiosa. La filosofía zen convive en armonía con la maximización de la tasa de ganancia privada o la adopción de planes de ajuste en el sector público.
Uno de los laderos presidenciales que fomenta ese enfoque es Alejandro Rozitchner. El hijo del reconocido icono de la nueva izquierda argentina en los sesenta (el filósofo León Rozitchner) ingresó al macrismo a través de la Fundación Pensar. El actual asesor presidencial sostiene que “el pensamiento crítico es un valor negativo; lo más importante no es criticar la sociedad y señalar sus defectos; entusiasmarse, las ganas de vivir, son más importantes que el pensamiento crítico”. Rozitchner acumula en su haber una larga lista de frases insólitas. Una de ellas fue cuando afirmó que este gobierno “es como Batman y va a seguir haciendo un montón de cosas porque todo va a salir bien”.
El protagonismo asumido por este filósofo, que acumula fuertes rechazos en el ambiente intelectual, no deja de ser símbolo del clima de época. “Más allá del personaje, su mundo es eco de una sensibilidad establecida a costa de un proceso de masificación que tiene que ser asumida como parte del individualismo contemporáneo realmente existente que nos toca vivir y con el que cualquier proyecto político futuro va a tener que dialogar, convencer e interpelar si quiere tener algún tipo de vocación de masas”, analiza Nicolás Viotti en “Alejandro Rozitchner y la cultura del entusiasmo. Tu conflicto es un bajón” (Revista Anfibia).
@diegorubinzal