Lo último que quería Thundercat de chico era llamar la atención. Por ejemplo, sus compañeros de clase no sabían que tocaba el bajo, aunque era lo único que hacía fuera de la escuela además de jugar video juegos. Durante la presidencia de Clinton, se invirtió en buenos programas de educación musical; uno así financiaba el proyecto de Reggie Andrews, un maestro reconocido del área del sur de Los Ángeles. El hombre, ya retirado, se tomaba el trabajo de buscar los talentos en los colegios con menos recursos de la zona, y los invitaba a sus clases en la prestigiosa secundaria Locke, construida tras los disturbios de Watts de 1965, como un lugar seguro para los negros, donde dirigía un ensamble de jazz cooperativo. Thundercat, apodo de Stephen Bruner hace mucho –nació en 1984–, llegó convocado junto a su hermano mayor baterista, Ronald Jr. : ambos son hijos de un baterista que tocó con The Temptations y The Supremes, que tuvo una banda disco fusión con un álbum editado a fines de los 70. Dentro de ese grupo, Thundercat se hizo sus primeros amigos músicos: el saxofonista Kamasi Washington, el pianista Cameron Graves, el contrabajista Miles Mosley, entre ellos.
Para los seguidores del ambiente, Kamasi Washington hoy es todo un nombre propio. En aquel momento fue idea suya complementar la educación formal de Andrews con juntadas paralelas en su casa de Inglewood, cerca del aeropuerto principal de esa ciudad “sin escenas”, dice él, por sus grandes distancias. Al espacio de experimentación, un cuarto en el fondo donde se dejaban tocar “rápido y fuerte”, lo bautizaron The Shack. Cada cual llevaba sus composiciones y se creaba una energía de competencia constructiva, cuentan, como sucede en los ámbitos tradicionales del hip hop (la música de moda y lo que escuchaban, además, en su edad de oro). Como todos querían mejorar en su propio instrumento, intercambiaban una información que los formó con estilo y elasticidad. Fundaron el colectivo de músicos The West Coast Get Down –la Wu-Tang Clan del jazz fusión, se dice–, y consiguieron, con la regla autoimpuesta de no tocar covers, una residencia en un club de jazz mítico llamado Piano Bar.
Pronto lograron reputación y se acomodaron en bandas notorias y dispares (de Chaka Khan a Korn). Los Bruner entraron en una nueva encarnación de la emo metalera Suicidal Tendencies, el eterno proyecto del vocalista blanco Mike Muir. Thundercat, que ya tocaba con su enorme Ibanez de seis cuerdas, pasó también por la banda de Snoop Dogg (el rapero conoció por él a Frank Zappa), y en 2008, todavía dentro de Suicidal, fue sesionista de Erykah Badu en la grabación de New Amerykah Part One (4th World War), y su bajista en la gira. De la temporada con ella, que solía rescatarlo de sus daydreamings con la frase “salí de tu cabeza y vení con el resto del mundo”, le quedó el mandamiento “stay woke”: mantenerse despierto.
La comunidad renacentista
Thundercat no había pensado en llevar una carrera personal, mucho menos cantar, hasta que se hizo amigo de Flying Lotus, el productor de 34 años que está de gira con Radiohead y en camino a consagrar su sonido como uno de los definitorios de la década: esos beats atrapantes que parecen traducir soul y jazz al universo cerrado del drum and bass. Sobrino nieto de Alice y John Coltrane, también realizador de cine y MC, Steven Ellison debe tener los chackras al máximo porque su presencia es siempre poderosa. Desde 2008 dirige el sello Brainfeeder, que reúne a estos jóvenes dotados y va a lanzar el próximo disco de la leyenda George Clinton. Es imposible hablar de Thundercat sin hablar de Flying Lotus, único productor del disco debut The Golden Age Of Apocalypse (2011), que usa la cortina del dibujo animado como presentación formal del bajista y su falsete reverberado.
Por esos años se empezó a hablar de un “renacimiento del jazz fusión” en California, pero al mismo tiempo comenzó la oleada de cierre de salas de jazz –incluyendo aquel Piano Bar– que sigue hasta hoy. En 2012, por una nueva idea de Kamasi Washington, The West Coast Get Down armó su famosa residencia de 30 días en un estudio, con sesiones de hasta doce horas corridas que iban liderando por turnos. Todos al final tuvieron su propio disco. Ahí se grabó la obra triple fundamental del saxofonista, The Epic, lanzada en 2015.
A esta comunidad-generación 80 llegó Kendrick Lamar buscando un sonido más funk para su nuevo disco. En el pico del movimiento Black Lives Matter, Kendrick venía de un viaje de autoconocimiento por África, al tiempo que asumía su nuevo rol de estrella pop con su doble cara de mensajero y empresario. En 2015, To Pimp A Butterfly fue un hito de la música negra contemporánea, sin duda el disco más importante en salir de la costa oeste en años (ahora todo lo trending viene de ahí, todos se mudan a LA), y los músicos acreditados ganaron la atención que les mereció el lugar en ese disco: Rapsody, Anna Wise, SZA, además de los varones. Flying Lotus y Thundercat aparecen en la apertura, Kamasi además de saxo aportó arreglos, Bruner toca en varios temas, entre ellos “These Walls”, que ganó un Grammy.
Por influencia de Thundercat, Flying Lotus armó hace unos años su primera banda para tocar en vivo (a la apertura de Radiohead trajo el formato habitual: en solitario con visuales). Bruner a su vez define las juntadas con el productor como “trances, que terminan y decís: qué pasó” (sería el reverso de la “música social” de Miles Davis que esta jazztrónica cerebral nazca de la improvisación). Thundercat lanzó su segundo disco en 2013, Apocalypse, y en 2015 hubo un EP grandioso, The Beyond/ Where The Giants Roam. Drunk, el que presenta en Buenos Aires el viernes que viene, le dio una popularidad inesperada: “No entiendo nada”, dice.
Aunque ya no hay vuelta atrás de la simbiosis, este disco es el más independiente de Flying Lotus en lo formal (Bruner sumó confianza y recursos, y también, es un álbum bastante monumental, de 24 temas). En cuanto a la amistad, la foto de portada está sacada en la pileta de Ellison: Bruner con el agua al borde de los ojos, como un cocodrilo, pero con un ridículo gesto de asombro de cine clase B. Pero más importante: FlyLo estuvo en el momento en que ese conjunto de grabaciones, algunas de la época de To Pimp y The Epic, se transformaron en un nuevo proyecto de disco: “Las cosas que decís en chiste suelen ser verdad, y Lotus dijo: ‘Esto es una locura, tenés que ponerle Drunk’ (borracho). Y nos dimos cuenta de que era exactamente el título del álbum. Lo gracioso es que eso es lo que une todo”, dijo Bruner en entrevista con The Guardian.
No es extraño, en realidad, que Drunk haya pegado donde los otros discos no. Es un álbum claramente más pop, que además lo retrata mejor como persona, y lo que descubre es alguien que podría ser tu mejor amigo. Para los bajistas millennials, Thundercat es un héroe silencioso que puso a brillar el instrumento fuera del contexto de la música culta, el cliché vintage o los Red Hot Chili Peppers. El suyo es el momento del bajo dominando el bar cool, conquistando la música tendencia, como la increíble Kali Uchis, que abre su disco debut Isolation con un tema producido por él.
De algo se puede estar seguro y es que Thundercat no va a hacer temas aburridos para mostrar virtuosismo. Por su perfil bajo, y además, porque se sabe que el virtuosismo ya no es capital: el capital hoy es saber hacer temones. En su música, el bajo es base y decoración, la estrella indiscutida, pero el juego de la canción está primero y la técnica se destaca porque funcionan la atmósfera y la historia. Tal vez sea una disposición física por el tamaño del Ibanez y el hecho de que lo ejecute bien apoyado en el pecho, pero en los vivos lo que se ve es concentración, atención al momento de la canción en sí, no a un bajista en éxtasis personal. Eso convierte a Thundercat en un frontman. Eso y a veces algún look desopilante.
El hoyo del conejo
Drunk fue elaborado como obra total y se hiló con creatividad para mantener el interés hasta el final. En la introducción, un personaje aburrido propone emborracharse y “viajar a través del hoyo del conejo”. Y sin que se sepa si la aventura es a la calle o al interior de la mente, comienza la siguiente canción, como quien obliga a entrar a un lugar y luego da la bienvenida, a la neurosis de “Captain Stupido” en este caso, alguien que parece no llevar las riendas de su vida. Thundercat hace sus propios coros –clásicos gritos negros con mucho filtro–, se habla y se responde: “Me siento raro. Peinate la barba, lavate los dientes”. Con pocos elementos –una guitarra sutil que gana terreno, un beat que es un touch, y sus dedos invencibles–, crea una situación enfermiza, divertida y tensionante a la vez.
Luego viene un instrumental que recuerda a la intro de “La Grasa de las Capitales” y hace la función de cortina. Por lo tanto, es como si el disco empezara recién al cuarto tema, un jingle psicodélico con protagonismo de un teclado que imita a un xilofón, de apariencia naif, que podría disfrutar un niño. “Está bien desconectarse a veces”, canta y luego cae un puente desesperanzado. Le sigue una nueva canción para su gata, Tron, donde hace sonar el bajo con su característico wha wha y se lo siente a gusto imitando un maullido como estribillo. Una batería programada enmarca las estrofas, y la progresión de acordes es la misma de “Something About Us” de Daft Punk, notaron los comentaristas de la web. La producción es de Flying Lotus y Soundwave; el sello lánguido y soleado de Mark Spears (trabajó en los últimos tres discos de Kendrick) continúa en “Lava Lamp”, un intervalo dormilón, muy Frank Ocean, que hace pensar en el agotamiento que produce la tristeza, y conduce a una frase circular y aturdida: “Ojalá me despierte muerto, no quiero vivir sin vos, no me dejes morir acá”. Es perfecto el enganche con “Jethro”, lo más sensual del disco, pero también histérico, porque no se desarrolla: termina de golpe y el clima cambia. Lo que queda es el tema de la luz y su contraste la sombra, que va a aparecer hasta el final.
“Show You The Way” puede considerarse una joya: un contrapunto estilo Bee Gees con Kenny Loggins y Michael Mc Donald, que además toca el teclado. Con toda la solemnidad del caso, los vocalistas se presentan unos a otros y cantan con su bondad paternalista. Ahí, en la sección Aspen, llega el tema con Kendrick Lamar, “Walk On By”. Es gracioso escuchar a un MC de su talla en un papel tan de salón. Más adelante, ya entrando en el descanso final, está Wiz Khalifa en “Drink Dat”, y para la despedida, Pharrell Williams en la balada vaporosa “The Turn Down”. Pero antes hay que atravesar un frenesí: “Tokyo”, “Jameel’s Space Ride” (Jameel es el tercer hermano Bruner, uno de los primeros integrantes de Odd Future, la crew de Tyler, The Creator) y “Friend Zone”, los temas más arriba, musicalmente hablando. Porque finalmente es un mal de amor lo que tiene en jaque al protagonista: “Nadie se mueva, hay sangre en el piso, y estoy buscando mi corazón”, empieza levemente funky “Them Changes”, que ya había estrenado en el EP de 2015. Como un perro perdido, canta sobre el “descenso a la locura”, el insomnio, y claro, la pena ahogada en alcohol. Para terminar con la melodía del principio y en el mismo lugar: el reino interior, de la casa y la propia mente. “Donde termina esto, no lo sabemos”. Con esa frase jazzera, Thundercat concluye su más reciente aventura, llena de humor y melancolía.
Thundercat presenta Drunk el 11 de mayo a las 20 en Vorterix.