Toda mi vida soñé con ser un Self Made Man (SMM). De chiquito sorprendía a tíos y vecinos, que no entendían que yo quisiera ser el diez de Boca, bombero o doctor. Quiero ser un SMM, decía yo como memorizando un poema para el día de la bandera. Lo que no sabían ellos (y menos yo), era que ser un hombre "hecho a sí mismo" iba a ser un desafío más grande que cualquiera de los otros, porque si bien el concepto SMM fue acuñado por los yanquis, yo vivía en Argentina.
Básicamente, llegar a ser considerado un SMM es partir de abajo y llegar a ser "alguien". En criollo, sería partir de pobre y dejar de serlo, sea bajo el disfraz de médico, banquero o constructor. Esto corre también para las mujeres, las Self Made Woman (SMW), aunque acá las relaciones entre éxito y realizaciones personales obedecen a otros parámetros que cambian día a día.
Pero yo quería hablar de mí, para variar. Ya habrá entendido usted que no llegué a ese lugar, no soy un SMM, aunque no me quejo. Sigo en la lucha. Y en el camino que me trajo hasta acá hubo buenos momentos. Aunque por cada buen momento hubo dos devaluaciones, un corralito, un rodrigazo y represiones.
Al fin uno se pregunta que sería si lo hubieran dejado, si le hubieran dado pista. Me genera casi la misma curiosidad que saber qué hubiera sido de la revolución cubana sin el bloqueo. También cabe la pregunta qué sería uno de no haber luchado,sea desde la literatura, desde las barricadas, desde la fábrica. ¿Más pobre, más rico, un desclasado, un burgués que odia?
Muchas veces, el buen momento, escalón hacia esa cúspide llamada SMM, explotaba como burbuja. Pero esos buenos momento también eran mojones, momentos en que parecía que lo que se buscaba, aunque sea a los tropezones, estaba ahí. El mío (uno de ellos), fue el día que habría tocado de telonero de Diana Krall en un boliche de Lausana. Sí, señor. Nos había contratado un suizo (que nunca nos pagó), luego de vernos tocar bossa, chachachá y pasodobles y pasar la gorra en un café.
Durante dos semanas tocamos a la hora del aperitivo en un boliche de jazz, donde fuimos teloneros de una rubia, veinteañera, canadiense, etc. En mi recuerdo es Diana Krall. Usted dirá: presente pruebas, amigo. No las tengo, de ahí que lo diga en potencial. Para colmo, mi socio musical (un flautista rosarino), no recuerda a ninguna rubia. Yo recuerdo haber intercambiado con ella palabras cordiales, ella en el piano, yo con la guitarra en bandolera. Ahora que lo pienso, hasta pudo haber romance, pero no, cada uno siguió su camino. Ella a los brazos de Elvis Costello, yo al que me trajo acá, a llorar la Magdalena ante ustedes.
Como si eso fuera poco, por esos días toqué en un bar para Alain Prost (acá lo del romance lo vamos a dejar pasar), por entonces campeón del mundo de Fórmula 1. Diría que mi sentida versión de Cielito lindo no logró conmover a un tipo cuyo estado natural era andar a trescientos kilómetros por hora. Y esta burbuja sí explotó. Un mes después estaba en Friburgo disfrazado de mariachi, cantando canciones del repertorio de Nat King Cole, boleros y clásicos mexicanos aprendidos a las apuradas, mientras un amigo cocinaba tacos para los suizos alemanes, gente algo estreñida, debo decir.
Una vez olvidada esa tontería del SMM, la lección está allí: "Nunca se llega realmente a ningún lado". Todo lo demás es publicidad. Otra lección sería que a nosotros, latinoamericanos, la lucha nos lleva a la pobreza. Toda una curiosidad. ¿Esa realización personal tendrá que ver con la vocación o sólo con el progreso personal? Quiero decir: ¿Se es también un SMM si uno se llena de guita con una profesión que odia? ¿Se es un SMM si uno triunfa en algo que no da guita? Lindas preguntas.
Y nosotros, los blanquitos de clase media algo ilustrada, batallamos con el estigma del progresismo. Había que tener conciencia social, estar con las buenas causas, poner la otra mejilla. Aprendimos tarde que era una trampa. Mientras nos agotábamos en eso, los herederos, los que hoy te muestran su éxito como si fueran SMM, aunque en realidad sólo son herederos, iban camino a su propio éxito: amarrocar y amarrocar, pisando cabezas. Para ellos es fácil: se declaran SMM cuando aprenden a evadir el primer impuesto.
Porque para ser un SMM a la manera americana, uno debe pisar una buena cantidad de cabezas. Antes, en la mitología argentina, la variante de ser SMM era m'hijo el doctor. Ahora es poca cosa, casi nada. Porque el modelo de SMM avalado por el mundo del consumo incluye la ambición. Y yo (y seguramente muchos de ustedes), fuimos criados sin esa ambición desmedida e imprescindible. A mí, esa ambición (por la guita, se entiende) me da algo de culpa y vergüenza. Y ambición con escrúpulos no vale gran cosa.
Y nuestros abuelos, que llegaron al país sin plata, sin educación, poca ropa y mucho miedo, y se levantaron trabajando como perros, ¿entrarían dentro de la categoría de un SMM? Tengo una respuesta: sólo si hacían guita, no importa que tan garcas se volvieran. Sino, pasarán a ser modelos de hombres capaces de grandes sacrificios, nada más.
¿Y qué pasa cuando uno hace todo lo que debe y aun así no llega a ese lugar? Porque en este país parece que uno dobla siempre una esquina antes. El tinnitus (zumbido en los oídos) que estoy sufriendo estos días debe ser la voz de la conciencia que te dice: ¿por qué aquel día doblaste en esa esquina y no en la siguiente, donde a esa heredera de buen ver se le había pinchado una goma del auto y estaba esperando la ayuda de un servidor como vos?
Si ese chillido es la voz de la conciencia, uno podría contestarle: bueno, haber llegado hasta acá entero, no es poca cosa, y seguro que a la rubia la ayudó el ACA. Y citar el título del libro de Fidel: El mérito es estar vivo. Acá falta decir que el derrotero de una vida en búsqueda de transformarse en SMM es la vida misma. Y que el año tres mil nos encontrará pataleando o pataleando.