El encuentro con el libro La conquista de la escritura. Los viajes y la invención del psicoanálisis compilado por Luisina Bourband y que reúne textos de Claudia Bustos, Andrés Caminos, Zulma Fernández y Celia Giusti, (Laborde Editor), reactivó en mí una pregunta que me acompaña desde hace años. Permítanme un breve rodeo: imaginemos que exista una ciencia, como la física, pero que en lugar de hacernos conocer los fenómenos naturales y protegernos de su eventual potencia destructiva nos hiciera posible saber algo del peligro que cada uno representa para sí mismo.
Una ciencia que a la vez, nos ayude a ver hacia dónde queremos orientar nuestro deseo de vivientes. Imaginemos que exista una ciencia que no nos tratara ni como enfermos ni como pecadores ni como ratas de laboratorio ni como números o máquinas sino como sujetos de pleno derecho.
Imaginemos que esa ciencia sea también un movimiento cultural y político que nos sirva para denunciar, analizar y desactivar las formas fascistas de nuestra vida cotidiana y sus consecuencias. Un movimiento cultural y político que defienda los derechos de la mujer, que se oponga a toda forma de racismo y que tome partido contra toda forma de opresión. Que nos permita, finalmente, ver más allá de nuestros prejuicios y de nuestras ilusiones.
¡Quién no querría participar activamente de esta ciencia y de este movimiento! Les puedo asegurar sin ninguna necesidad de estadísticas, que seríamos muchos.
Pues bien, esta ciencia no existe. Pero sí existe una práctica, que es a la vez un movimiento cultural y político que responde punto por punto a las características anteriormente mencionadas: se llama psicoanálisis.
Retomo entonces la pregunta del principio que, les decía, ha reactivado en mí el encuentro con este libro. Siempre me he preguntado esto: ¿Por qué como sociedad, sabemos tan poco de psicoanálisis? ¿Por qué es tan difícil encontrar un saber estructurado y preciso, pero también información superficial sobre esta práctica y este movimiento cultural y político tan importante para cada uno de nosotros? ¿Por qué hay tan pocos aparatos de divulgación, y no me refiero solo a la opinión pública sino también al ámbito universitario donde en general reina la incomprensión y el malentendido?
La lectura de este libro nos permite entender parte de esta situación y de algún modo repararla. Y lo logra gracias a un enfoque inteligente y sensible del problema al que aborda por la vía del viaje y su relación con la escritura que es una manera lúcida de hablar de la historia. Así nos encontraremos con tres líneas argumentales muy claras, tres acentos que enmarcaran la lectura.
En primer lugar la importancia de los debates teóricos, en segundo lugar la operación de apareamiento entre el orden del concepto y la lógica del deseo. Y por último la invención del psicoanalista como el Witz que anima esta historia.
En este sentido este libro se inscribe en una tradición que a mi entender comienza con Oscar Masotta; puntualmente con su Comentario sobre la fundación de la Escuela freudiana de Buenos Aires a la Escuela Freudiana de París que encontrarán al final del libro Ensayos lacanianos. Ahí hay algo muy claro y muy fuerte, una suerte principio ético‑metodológico.
Masotta dice: "Hay algo que no haré: no tomaré el partido de ninguna objetividad." Esta divisa por sí sola precisaría un largo análisis y ha sido y seguirá siendo materia de debates que no podemos retomar hoy.
Basta con recordar que los historiadores profesionales tienen miedo o fingen tener miedo de que la historia contada por sus protagonistas se vuelva celebratoria o auto‑celebratoria. El texto que les refiero es la mejor prueba del error de esta tesis y de lo infundado de este temor. Allí ‑pueden leerlo‑ nadie celebra nada, ni se narran las hazañas de ningún yo, ni se borra a los otros.
* Psicoanalista. Docente en Facultad de Psicología de la UNR