La moral sexual es siempre obra de la cultura. Lo prueba el hecho de que cambia a través de los tiempos. Cambian nuestros modos de amar y cambian nuestras ideas sobre la sexualidad y sobre los sexos.
Cada tiempo confisca para sí sus creencias. Inventa sus palabras para el amor y para el erotismo. Cada tiempo inventa, también, sus silencios. Funda sus escándalos y sus vergüenzas, su hipocresía, su crueldad, sus tonterías y sus ofensas.
Digamos, entonces, que la moral es lo que rige los modos en que la sexualidad puede subir a la escena del mundo.
No obstante, no olvidemos que su autoridad es siempre hija de un contexto. En este terreno no hay nada natural. Más bien siempre es el producto de cómo se ordenan los lazos sociales, la consecuencia de los discursos dominantes: religión, ciencia, derecho y mercado, cada uno con su mayor o menor incidencia según la época.
Pocos meses atrás, más precisamente el 15 de julio, se cumplieron seis años de la sanción de la ley “de matrimonio igualitario” en la Argentina. Es la ley 26.618 en el contexto de la reforma del Código Civil. Un hecho que sorprendió a muchos, escandalizó a algunos, y agradecieron tantos. Un hecho, de más está decir, impensable décadas atrás.
Decía Valery que “lo nuevo responde a un deseo antiguo”, y también se dice por ahí que algunos anhelos solo son posibles en una época, porque son fruto de ella.
Es que muy frecuentemente se olvida, o se desconoce, que vínculo heterosexual recorrió un largo camino antes de establecerse como un modelo único y universal. Que el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer por el amor fue una construcción cultural que llevó siglos.
La genealogía sobre la sexualidad es una historia apasionante y demuestra en su diacronía, el ensamble discursivo que fue produciendo poco a poco nuestros modos actuales.
La invención de cada una de las palabras que actualmente componen nuestro campo semántico reflejan esas distintas construcciones. De hecho, y valga como ejemplo, las palabras “sexualidad”, “homosexualidad” y “heterosexualidad” son una creación del siglo XIX y respondieron a un gusto por las categorizaciones que se inicia en esos tiempos y continúa en nuestros días. “Matrimonio igualitario” es nuestro último invento. Un signo de pregunta merecería este vocablo “igualitario” con el que se quiso significar la igualdad de derechos, porque aunque se trate de la unión de dos iguales anatómicamente hablando, no se trata nunca de la unión de dos iguales. La posición femenina y masculina siempre está por verse.
En nuestra época, el amor ha subido a escena muñido de las banderas de la libertad y la igualdad. Pero la sexualidad nunca entra sola a la arena. Detrás de esas banderas también entra la moral sexual. Siempre un poco enmascarada. Enmascarada por otros ideales que conservan viejos modos del rechazo y del desprecio.
* Miembro de Freudiana. Institución de Psicoanálisis.