2016 se llevó a una cantidad exorbitante de artistas de todas las disciplinas. En el universo de la historieta y la ilustración nacional la parca también pasó su guadaña y se llevó nada menos que a Carlos Nine, acaso uno de los mejores dibujantes que dio la (ya muy pródiga en ilustradores talentosos) Argentina. Nine falleció en julio en plena actividad, presentando libros, con otros a punto de publicarse en Argentina (la edición local de Patito Saubón terminó siendo póstuma) y pronto a encarar una carrera de la especialidad en la Unsam. Tenía 72 años, pero una vitalidad y una vigencia que muchos colegas más jóvenes bien le envidiaban. Tenía también una lengua ácida y no dejaba títere con cabeza cuando se ponía a criticar el trabajo de sus colegas, incluso el de aquellos que le eran más queridos. Tenía espalda artística para hacerlo y, además, era consecuente con lo que pregonaba: dibujaba para sí más que para otros, experimentaba todo el tiempo y trataba de patear el tablero en cada obra.
Chocaba con frecuencia con el mundo del arte plástico –aunque era, con toda justicia, el más plástico de los historietistas argentinos–, con el que tenía un largo historial de disputas simbólicas, de las que Nine solía salir airoso y con un premio bajo el brazo. En este sentido, su mayor legado es su insistencia para revalorizar la producción actual e histórica del arte gráfico argentino. Era capaz de trazar a golpe de vista las genealogías artísticas que confluían en casi cualquier publicación que hubiera pasado por los kioscos y conocía bien el valor de unos cuantos nuevos dibujantes.
Como autor, se presentaba como un dibujante abstracto y argumentaba contra la dicotomía entre la abstracción y la figura. Para él, todo era abstracto y la figura no era más que una abstracción de lo real. Liberado de eso que él veía como una restricción conceptual, sus ideas volaban y se permitía construir esos mundos únicos que sus lectores todavía pueden disfrutar en libros como Fantagás, Gesta Dei, Keko el mago, Informe visual de Buenos Aires o los coleccionables de Crimen y castigo¸ que ilustró en 2015 a pedido de este diario. Él hubiera odiado este lugar común, pero eso no lo hace menos cierto: queda su obra.