Y es así que esta temporada cinematográfica termina como la anterior, con otra entrega de la saga intergaláctica más famosa de la historia, en lo que tal vez se transforme de aquí en más en una rutina: una Star Wars reluciente cada fin de año, cerquita de las fiestas. Si existe una particularidad en este cierre 2016 es la ausencia total de estrenos en el último jueves del calendario, casi una primera vez en la historia. Quizás por ello, el día 5 de enero de 2017 promete ser una jornada cargada de material para todos los gustos (al momento del cierre de esta nota, se anticipan una decena de estrenos). Ese zigzagueo entre la desertificación y la superpoblación ha venido acompañando la cartelera argentina desde hace varios lustros y los últimos 365 días no han sido la excepción: la ocupación masiva –y abusiva– de pantallas de algunos títulos en determinados momentos del año ha hecho que decenas de films menos populares tuvieran que trasladar su fecha de lanzamiento una, dos, tres e incluso más veces, generando en muchos casos una llegada tardía a las salas, cuando esas mismas películas ya han sido vistas por su potencial público de otras maneras, legales o todo lo contrario. En otros casos –como ocurrirá en marzo, cuando finalmente Sony/UIP estrene la esperada Elle, de Paul Verhoeven– son las mismas distribuidoras las que deciden retrasar las salidas comerciales por razones de difícil comprensión, al menos para el cinéfilo impaciente.

En cuanto a los números puros y duros, la división de las porciones de la torta comercial no ha sufrido demasiadas variaciones, como así tampoco la afluencia de espectadores a las salas: con casi 49 millones de entradas vendidas, el mercado permanece estable pero alerta. No es casual que a la incorporación del sistema Atmos –el último adelanto en materia sonora de la famosa compañía Dolby– a varios complejos del país se le hayan sumado salas con pantalla XXL e incluso algunas otras con capacidad 4D. Es decir, con efectos táctiles y olfativos, además de butacas movedizas: se trata, en última instancia, de resucitaciones de viejos trucos para atraer y retener a una parte del público, en particular el que sigue atentamente el calendario de los blockbusters. A fin de cuentas –como ocurrió a comienzos de los años 50 del siglo pasado, con el advenimiento de la televisión–, vivimos una era de grandes cambios en el consumo audiovisual, pero la industria del cine necesita sostener la vieja y querida oscuridad de la sala colectiva como la plataforma inicial para sus lanzamientos más rutilantes. Varios de los títulos que disfrutaron de escupidas de agua, aromas selváticos y movimientos sincronizados de los asientos fueron, precisamente, los que atrajeron a una mayor cantidad de público.

Previsiblemente (y dejando de lado los títulos nacionales más taquilleros, que ya fueron analizados ayer en estas mismas páginas) fueron las películas infantiles/familiares las que lograron convocar a más de un millón de espectadores, con Buscando a Dory arañando los 3.000.000 y La era del hielo 5 –el único film animado no producido por la factoría Disney en el Top Ten– en las cercanías de ese guarismo. Otros tres títulos de animación comparten los primeros puestos de la recaudación, seguidos de cerca por un trío de largometrajes protagonizados por hombres y mujeres con poderes especiales. Como la gran excepción en el podio, en un año con una muy buena cosecha de films de terror, se destaca la excelente performance de El conjuro 2, con casi 1.800.000 tickets cortados, un número envidiable y en principio inimaginable para un film de ese género, vedado a infantes y bebés de pecho. Los cinco puestos siguientes están compartidos por otras ofertas familiares y el segundo film argentino en la lista, la biopic Gilda, compañera de la muy taquillera Me casé con un boludo, en un año con pocos batacazos nacionales (ver recuadro).

Autores y géneros

Como casi todos los años, 2016 vio nacer un nuevo Spielberg, un nuevo Eastwood y un nuevo Allen. Con El buen amigo gigante y Sully - Hazaña en el Hudson, los dos primeros confirmaron su inoxidable adherencia a las narrativas clásicas y el talento para llevar a buen puerto las historias elegidas para la ocasión –ya fueran basadas en hechos reales o en la más rabiosa de las fantasías–, mientras que el neoyorquino ofreció su mejor película en mucho tiempo, la melancólica y sorpresivamente romántica Café Society. Por otro lado, Carol, de Todd Haynes, concentró la mirada de la cinefilia a comienzos de la temporada, cerca de la entrega de los premios Oscar, donde terminó siendo una de las grandes perdedoras (ninguna estatuilla de las seis nominaciones). Sin abandonar el cine estadounidense, títulos como Tangerine, de Sean Baker, o Anomalisa, de Charlie Kaufman y Duke Johnson, tuvieron escasa convocatoria pero muy buena repercusión en la prensa y en los espectadores más abiertos a la novedad, nueva demostración de las dificultades para estrenar películas made in USA independientes o por fuera del influjo de Hollywood (un caso testigo de este año: luego de varias postergaciones, Uncertain Terms, el film de Nathan Silver, terminó emitiéndose directamente en una señal de cable, sin pasar por las salas).

Las producciones que no tuvieron demasiados problemas para conseguir pantalla y llamar la atención de la platea fueron las nuevas entregas de las sagas súper heroicas: tanto Capitán América Civil War como Batman vs Superman convocaron a una gran cantidad de espectadores –seguidos por los miembros del Escuadrón suicida–, demostrando de paso que este género cinematográfico por derecho propio todavía no ha llegado a su etapa de agotamiento (¿llegará alguna vez ese momento o las nuevas generaciones de fans de la historieta trasladada al cine continuarán de parabienes?). El caso del horror fílmico cosecha 2016 también merece destacarse: películas como la mencionada El conjuro 2 (segundas partes pueden ser buenas) o la particularísima La bruja confirmaron que no todo está perdido a la hora de generar miedo y extrañamiento, al tiempo que películas menos interesantes como Ouija - El origen del mal también lograron atraer al público dispuesto a asustarse con las imágenes y sonidos provenientes de la pantalla y los parlantes.

En cuanto al cine extranjero por fuera del mayor jugador del mercado, el año que termina ofreció bastante material tanto para el espectador ocasional –aquel que gusta hablar de “cine de calidad” como antítesis de “cine pochoclero”, categorías harto discutibles– como para el cinéfilo de paladar negro. Lejos de ella, del chino Jia Zhang-ke, y Sangre de mi sangre, del veterano realizador italiano Marco Bellocchio, acercaron dos películas de autores consagrados en su mejor forma artística, mientras que dos títulos rumanos –El tesoro, de Corneliu Porumboiu, y El vecino, de Radu Muntean– no hicieron más que volver a validar la increíble creatividad de la pequeña industria cinematográfica de ese país. Mención aparte merece el tardío –pero muy bienvenido– estreno de Misterios de Lisboa, la obra maestra que el realizador chileno Raúl Ruiz legó al mundo poco antes de morir, estrenada de manera híper independiente por el director argentino Daniel Rosenfeld. Que esa película haya acercado a 9.500 espectadores en una única sala, luego de nueve semanas en cartel, merece distinguirse como un golazo de la distribución artesanal y cariñosa.

Cuestión de envases

El exilio temporal de “la Lugones” a una sala del vecino Centro Cultural San Martín dejó como casi únicos jugadores en el circuito alternativo a los cines del Malba y el Bama, donde a lo largo del año pudieron verse decenas de largometrajes de enorme relevancia artística. El extraordinario documental Homeland: Iraq Year Zero, de Abbas Fahdel es un caso típico: con sus cinco horas de duración y su temática dura no hubiera podido sobrevivir a un lanzamiento tradicional. Algo similar puede afirmarse respecto de Los exiliados románticos, de Jonás Trueba, un pequeño y frágil film que necesariamente necesitó encontrar a su público a partir de la permanencia en cartel y el boca a boca. Más allá de los estrenos limitados de estos films, nuevamente las “semanas” y “festivales” dedicados a cinematografías como la coreana, la alemana o la portuguesa paliaron en parte la escasez de films de esos orígenes en la cartelera comercial, una más que saludable costumbre que, afortunadamente, parece muy afianzada y con perspectivas de continuidad en el tiempo. Mención especial para el primer estreno de un largometraje indio en mucho tiempo: la extraordinaria La acusación, ópera prima de Chaitanya Tamhane que ganó el premio a Mejor Película en el Bafici el año pasado.

En cuanto al cine latinoamericano –esencialmente muy poco representado y relegado a los dos festivales “grandes”, el Bafici y Mar del Plata–, este año se produjo un fenómeno comparable al representado hace un par de temporadas por la paraguaya 7 cajas. El abrazo de la serpiente, el film colombiano-argentino de Ciro Guerra que estuvo nominado a los premios Oscar en la categoría “extranjera”, se sostuvo en cartel durante 20 semanas y logró llevar en muy pocas salas a casi 32.000 espectadores, todo un logro en tiempos difíciles para esta clase de películas. El lanzamiento comercial de El apóstata, tercer largo del uruguayo Federico Veiroj, fue otra de las escasas incursiones del cine latino no argentino en las salas porteñas (usualmente sin presencia en el interior del país), junto al estreno de la cubana La obra del siglo, de Carlos Machado Quintela, en la Sala Leopoldo Lugones “extramuros”.

Con la llegada al país de la plataforma de video on demand de Amazon se afianza el desembarco definitivo de esta nueva manera de acceder al cine (y las series, desde luego) que cada día es abrazada por una mayor cantidad de usuarios. Un nuevo desafío para la distribución independiente, que deberá afinar aún más sus estrategias de lanzamiento. Al respecto, se produjo un caso interesante durante estos días: uno de los últimos documentales del gran cineasta alemán Werner Herzog, Lo and Behold, fue estrenado el jueves 15 de diciembre en una única sala independiente; una semana más tarde, el film ya podía verse en Netflix, junto con el otro doc herzoguiano del año, Into the Inferno. ¿Lograrán convivir estos lanzamientos casi simultáneos, permitiendo que cada espectador elija la mejor manera de apreciar estos títulos o, por el contrario, las películas en casa terminarán desplazando aún más a la tradicional sala de cine?