“Los términos utilizados para definir al conflicto mapuche y a la RAM ya existían hace veinte años en las Fuerzas Armadas”, señala la antropóloga Eva Muzzopappa, autora del libro Secreto en el Estado. Militares, Justicia e Inteligencia en Trelew. En ese trabajo –su tesis de doctorado– retoma los senderos de la causa por espionaje ilegal en la base Almirante Zar de Trelew, que fue descubierta por el CELS en 2006 y que concluyó con la caída años más tarde del jefe de la Armada, Jorge Godoy (ver aparte). La antropóloga recorre las prácticas y los discursos militares que posibilitaron ese caso y analiza las continuidades en el presente. La causa se inició porque el cabo Carlos Alegre se decidió a contar lo que estaban haciendo sus compañeros de armas. Muzzopappa se pregunta: “¿Qué pasaría si algún suboficial estuviera pensando en hacer una denuncia de ese tipo hoy?”.
–¿Qué antecedentes tuvo el caso de la base Almirante Zar?
–Como antecedentes lo que encontré fueron algunos casos de inteligencia, uno en Córdoba, que también había tenido bastante repercusión. Pero que, a diferencia de este caso, no generó más que algunas notas en PáginaI12. Ese fue de la Fuerza Aérea y después hubo otro del Ejército. Lo que pasó con el caso de la Armada en 2006 y lo que permitió que se generaran las repercusiones fue el contexto histórico. Acuerdo mucho con lo que escribió Paula Canelo en el prólogo del libro respecto de preguntarse qué pasaría si algún suboficial estuviera pensando en hacer una denuncia de ese tipo hoy, en el marco de otro discurso público. En las entrevistas a Carlos (Alegre) lo que él vio fue un contexto que le permitía –y hasta lo incitaba– a hacer esa denuncia porque entendía que existía un lugar fuera de lo que era la cadena de mando. En este momento, creo que sería bastante más difícil.
–¿Qué repercusiones institucionales tuvo ese caso?
–Es complicado porque, si bien la gestión de (Nilda) Garré actuó inmediatamente, también tengo la impresión de que había mucho desconocimiento por parte de los integrantes de la gestión respecto del funcionamiento de la Armada: códigos, lealtades, etcétera. Lo que veo al final del libro es cómo la corporación militar empezó a crear nuevas defensas después de ese caso hacia el exterior. Tuvieron que ver con que las quejas de los subordinados no trasciendan determinados niveles. Este caso puso en un lugar público la cuestión de la inteligencia que, con la cuestión de Nisman, volvió a aparecer muy fuertemente. Se llegó a problematizar la inteligencia. No a ponerla en cuestión.
–¿Qué implicó que esto no se quedara en los mandos inferiores, sino que terminara llegando al jefe de la Armada?
–Tuvo que ver con cómo estuvo pensada la querella. En casos anteriores quedaba limitado a la persona que hizo las tareas de inteligencia. Acá los abogados pudieron mostrar que eran directivas institucionales, si bien Godoy se sostuvo durante bastante tiempo, hubo un cambio de la inteligencia con Garré. Era uno de los ámbitos de la autonomía militar.
–Ahora vuelve a aparecer la idea de que las Fuerzas Armadas actúen ante el terrorismo, ¿de qué manera se veía ese discurso en 2006?
–Eso es muy interesante porque marca todas las continuidades. Vengo trabajando con informes relacionados con las Fuerzas Armadas desde la década del noventa. Y ya en esa época se veía una transformación respecto de lo que era la vieja Doctrina de Seguridad Nacional y las nuevas directivas que empiezan a aparecer con la idea de la cultura como eje de conflicto. Eso se ve en el archivo de Trelew en las carpetas de “indigenismo” y “derechos humanos”. Esa perspectiva respecto de cómo detectar ciertos conflictos, aunque no necesariamente haciendo referencia al “subversivo”. Pero sí planteando dónde estarían esos peligros.
–¿Cómo aparece el concepto de “amenazas asimétricas” en los documentos de los mandos superiores de la Armada?
–El concepto aparece en el Plan de Inteligencia de la Armada. En ese concepto y otros se menciona este rol de las Fuerzas Armadas con una bajada muy grande de Estados Unidos y con la propuesta de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones. No es solo que se trata de grupos pequeños con un alto grado de poder de desestabilización, sino también el componente de desestabilización por una cuestión que no es ideológica (la propuesta de un mundo diferente en términos políticos). Por eso, el indigenismo aparece en esas carpetas de inteligencia.
–Los mapuches entran perfectamente en ese concepto...
–Sí, y eso lo había detectado yo en 1998, es decir, hace 20 años. Aparecía en un informe del Ejército sobre una de las primeras tomas de tierras en Pulmarí, Neuquén. El informe ya tiene esas categorías, mezclada con otras como “los subversivos chilenos” que forman a los mapuches. Por eso hablamos de continuidades.
–Son discursos que resurgen con Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.
–Son los mismos discursos. Ese informe de 1998 utiliza los mismos términos que los últimos informes de seguridad interior en torno al conflicto mapuche.
–¿Cómo analiza la construcción que hace el gobierno actual de “la amenaza de la RAM”? ¿Hay alguna novedad?
–Hay dos novedades: una es el contexto represivo nuevo. Pero hay una segunda cuestión primordial que es la Ley Antiterrorista. Esa ley cambió el eje completamente: el informe de 1998 te muestra que había gente que quería penalizar esa situación, pero se usaban artículos del Código Penal ordinarios. ¿Qué pasa? Con la Ley Antiterrorista, encuentran una agrupación a la cual aplicarle la figura. Esa es la más grande de las diferencias, más allá de qué inteligencia está trabajando.
–¿Desde cuándo viene el concepto del “enemigo interno”?
–Como concepto aparece recién en los años cincuenta después de la escuela francesa y la doctrina contrarrevolucionaria de Argelia. Si lo tomamos como idea más amplia, se puede ver cómo se construye al peronismo como enemigo interno, al movimiento obrero como enemigo interno, o a los indígenas como enemigo interno. Es un concepto muy de época. Podríamos hasta decir que los mapuches no eran enemigo interno hasta que ocupan terrenos.
–Volviendo a la idea de “amenazas asimétricas”, ¿cómo observó que se articulaba en torno a la idea de “secreto de Estado”?
–Esa cuestión entiende que existe un Estado que resguarda información para que el propio Estado no corra peligro. Lo que se ve desde las “amenazas asimétricas” es una explosión (en términos de Bourdieu) en el campo del Estado de distintas oficinas que se disputan ese poder a través de la idea de secreto. El secreto es de los militares hacia la Justicia (no les quieren habilitar documentos), pero también es secreto que ellos están usando la categoría de “amenazas asimétricas”, porque no es legal. Una lo que se pregunta es cómo circulaba esa información y quién la veía. El Plan de Inteligencia, por ejemplo, no lo tenía el Ministerio de Defensa.
–Si en esta época, con un discurso político que no los habilitaba continuaron con la inteligencia, ¿qué puede estar ocurriendo hoy, a la luz de su investigación?
–Tranquilamente pueden volver a fortalecer esa posición. Hay algo que tiene que ver con la formación en inteligencia. La idea de que la seguridad del Estado sigue dependiendo de ellos en términos de interiores es compleja de rastrear, porque se supone que eso ya no existe. Pero es uno de los hilos que trato de mostrar desde el acceso que tuve al archivo. No obstante, a partir de que hoy la policía y la Gendarmería ejercen “tan bien” el rol de represión, no sé si sería el momento de las Fuerzas Armadas. No sé si ellos estarían pensando que son ellos, por ejemplo, los que deberían reprimir a la RAM. Pero uno de los grandes peligros es que ellos puedan ser los que definan a su enemigo, como lugar de legitimación para la institución militar misma.