Es imposible que la Bruja Salguero pueda poner los pies sobre la tierra. La urbe agresiva, dinámica, impersonal, no da para eso. “Te descalzás acá, y te mira todo el mundo”, se ríe ella que, mientras no se saque las sandalias, pasa absolutamente inadvertida. Está en un bar de esquina, en Belgrano, y unos anteojos negros le atajan el sol. La idea es que la intemperie no atente contra lo que viene a decir ante PáginaI12: que sacó un disco (Norte), y que lo va a mostrar en otro rincón-avispero de la ciudad: el Teatro Opera. “Le puse así por el orgullo que traigo de mi cultura norteña”, sentencia la cantora riojana. “Cuando llegué aquí, a esta ciudad enorme, me topé con golpes muy duros. No sé… de repente tu hijo va a la escuela con su caja chayera, y los compañeritos le dicen ‘esa música es de indios, toquemos otra cosa’. Eso te enoja mucho”, se planta ella, que estrenará su trabajo ante público porteño el viernes 25 de mayo en el teatro de Corrientes al 800.
Una palabra, un concepto tan abarcador como Norte, entonces, estaría englobando una sabia estrategia de la Bruja destinada a contrarrestar esos embates centralistas que parecen padecer más continuidades que rupturas en la historia argentina. Norte tiene trece piezas, y reboza de guiños cómplices al Tucumán profundo (“Romance de la luna tucumana”); a La Rioja (“Déle retumbar”) o a la Catamarca que el tándem Castilla-Falú homenajeó en “La Catamarqueña”. “No tienen la culpa los chicos, tampoco las maestras”, retoma, posada en su preocupación inicial. “Más bien, creo que hay un desconocimiento de lo que es real en las provincias. Y sí, fue muy dura al comienzo mi llegada a Buenos Aires, pero después empecé a revelar, como cantora, dónde podía apretar más el tornillo. Vengo de una familia humilde, donde hemos sufrido ninguneos y discriminaciones, por eso el cancionero que elegí siempre fue para hablar desde ese lugar. De ahí que busque repertorios escondidos, puros”, señala Salguero, que lleva nueve discos grabados, cinco de ellos en Buenos Aires: Flor de retama; Caja de luna; Madre tierra (junto a Bruno Arias) y Grito interior, antecedente directo de Norte
“Lo que me pasó, especialmente con el primer disco que grabé aquí, fue que empecé a amar más lo mío. Muchas veces, una se tiene que alejar de su tierra para amarla más, y por eso Flor de retama es el más riojano. Con Caja de luna, en cambio, el desafío fue mezclar la idiosincrasia, los ritmos y la poesía, con sonidos más abiertos, más rockeros o jazzeros, con la intención de ver hasta dónde se podía apretar más la manija ¿no?... salir de lo tradicional, y abrir el abanico, porque hasta ese momento yo estaba más volcada a la docencia y a la danza. Grabar música, cantar, para mí, era un momento de relax y expresión, porque siempre fui muy tímida, muy para adentro, como buena provinciana”, dice, en clara contraposición con aquella Bruja que se transforma en escena. Que se descalza, y baila, histriónica, con la misma energía con la que canta. “En esto tengo que darle la derecha a esta ciudad”, se ríe. “El hecho de ser anónima, de que nadie me conociese, de llegar aquí sola, sin mis padres, sin la contención mágica de los cerros, me despertó la expresividad. Para mí sigue siendo prioritario revalorizar cuán valioso es mi origen. Vine aquí para gritar lo que soy, lo que somos los norteños”.
–Hoy, se entiende, porque el folklore muchas veces se mete en el pasado y queda enfrascado allí…
–Y se olvida que hay muchos autores que están componiendo hoy, y que, más que de la flor, hablan de lo humano, de lo social, de las esperanzas de la gente. No sé, está buena la alegría de los festivales, me parece fantástica, pero también hay que darle lugar a la introspección. Algo importante es que se vivan sacudones políticos fuertes para que la gente los pueda pensar, como pasó en los últimos Cosquín.
Parte de esa nueva oleada de compositores está incluida en Norte. La Bruja se ocupó de embellecer con su voz de tierra, agua y barro la mencionada “Déle retumbar”, chaya social de Ramiro González y Martín Molina Torres; “Huaynavalito”, de José Luis Aguirre; “En marzo”, guaracha de Franco Ramírez dedicada a las Madres de Plaza de Mayo; o “Aves nocturnas”, de Santiago Suárez. “Los clásicos siempre están, pero hay que tener en cuenta que estamos viviendo otros tiempos… y que hay voces nuevas de escritores que están mirando lo que sucede ahora. Este disco busca meter las patas en el barro, y decir que el folklore no solo es mi viejo tocando la caja chayera, sino también un Juan Arabel, que ha tomado toda esa historia, y la ha llevado a temas muy bonitos, con sonidos muy actuales. Acá se da algo mágico y bello”, asegura la cantora, acerca de otra de las piezas “modernas” del disco: “Para renovar los días”.
–Ha elegido abrir su trabajo con “Cuando tenga la tierra”, himno libertario de Toro y Petrocelli, ¿razones?
–Es un tema viejo y a la vez actual, por estos momentos que estamos viviendo, en el que tanta gente se está quedando sin trabajo. Yo sé lo que es que tu papá albañil se quede sin trabajo, que llore y sienta dolor. Por eso se necesita cantar canciones así, u otras como “El arrepentido”, de León Gieco y Luis Gurevich, que grabé en El grito interior, un disco durísimo. Me acuerdo que la canté en un concierto, y una pareja se levantó y se fue… me encantó generar esa reacción, quebrar un prejuicio.
–Hay otro tema (“Ella baila sola”) que aparece rapeado. Hay que creerle, entonces, cuando habla de “correr límites”…
–(Risas) Este tema está relacionado con la violencia de género. Es muy sencillo, y habla de una mujer que se libera y puede sola. Bruno Arias, Daniel Homer y lo que escuchan mis hijos hicieron que me abriera a ciertos ritmos, algo que antes no me lo hubiese permitido. Ellos me hicieron entender la libertad que existe en la música. Incluso fue Bruno el que me impulsó a escribir temas propios. “Relajate, Bruja… pensá qué sentís, y escribí”, me decía, y así fue que empecé. Así nació “Solo por hoy”, el tema mío que grabé en este disco, y que habla de amor y desamor.