La venganza poética es un recurso literario y artístico que puede generar cierta compensación estética y contagiar resistencia en estos tiempos en que la realidad es arrasada de manera cínica y brutal por los gerentes del establishment que, desde hace dos años y medio, están a cargo (y en usufructo) del Estado, para garantizar, sin mediaciones, ganancias extraordinarias a las empresas privadas, bancos y corporaciones que representan o poseen.

En este sentido, la muestra que en estos días exhibe el bar La Tribu, con curaduría de Natalia Revale, Ayelén Rodríguez y Javier del Olmo, celebra el libro La bondadosa crueldad y a su autor, el gran artista argentino León Ferrari (1920-2013). Tal vez el oxímoron del título resuena hoy con fuerza renovada, cuando todas las medidas de gobierno, de crueles consecuencias para la mayoría de la población, se presentan con expresiones y ademanes bondadosos. 

El libro, que el artista le dedicó a Ariel, su hijo desaparecido, está  compuesto de poemas, cuadros literarios, textos y documentos, e incluye también los collages que Ferrari realizó para los fascículos semanales del Nunca más, que PáginaI12 publicó en 1996, con motivo de cumplirse veinte años del comienzo de la última dictadura cívico-militar. 

Lo que el artista hizo en La bondadosa crueldad, lo explica en el prólogo Pablo Suárez (1937-2006): “Con minuciosidad de entomólogo analiza los textos bíblicos y pone de manifiesto ‘un singular aspecto de nuestra cultura, la crueldad mezclada con la bondad que la oculta’ y que considera ‘el origen de los textos que este libro alberga’ “.

Junto el ejercicio de memoria que el libro supone, allí se denuncia –en clave artística– la pasión occidental por la crueldad. El recuerdo de ese libro de Ferrari resulta además oportuno, porque fue publicado originalmente en el año 2000 (en la editorial Argonauta), a contrapelo del clima que desembocaría en la crisis violenta y el colapso político y económico de diciembre de 2001. En varios sentidos, los tiempos que corren (hoy, ahora), resultan cada vez más un déjà vu de aquel derrumbe.

En la introducción que Ferrari escribe para el libro (y que es utilizado como texto central de esta muestra) dice:  “Occidente siente una singular y doble pasión por la crueldad. Frente a Jesús crucificado llora dos mil años y la rechaza; frente a los padeceres de quienes el atormentado en la cruz condena al tormento, la comprende, justifica y alienta. La crueldad es injusta cuando la sufre Jesús unas horas y justo castigo cuando anuncia que millones la sufrirán eternamente.

‘Este doble concepto de justicia forma parte de nuestra cultura. Sobre un fondo de vírgenes, ángeles y palomas, los artistas cristianos pintaron el dolor lamentado: corazones sangrantes, coronas de espinas, la cabeza del Bautista y crucifijos, innumerables crucifijos que nos rodean adornando cementerios, comisarias, colectivos y cuarteles. 

‘Los mismos pinceles –Fra Angélico, Giotto, Miguel Angel– pusieron su destreza al servicio de la intimidación religiosa pintando lo que para ellos es la crueldad justa, merecido castigo a paganos e impíos: diluvios, Sodoma, primogénitos egipcios, Jericó, Apocalipsis, Juicios Finales, infiernos.

‘Creyentes e incrédulos coinciden en no cuestionar éticamente esas obras. Los creyentes, porque la tortura forma parte de su ética. Los incrédulos, porque adictos a la estética no miran la ética: si el cuadro está bien pintado no importa que exalte un crimen. Este singular aspecto de nuestra cultura, la crueldad tan íntimamente mezclada con la bondad que la oculta, puede haber sido el origen de los “cuadros escritos” que este libro alberga.”

La muestra se compone de una serie de pares de poemas ploteados sobre las paredes, acompañados de objetos, que proceden, en el caso de los poemas, del libro que oficia de título de la muestra (de allí se tomaron “Infierno”, “Busto”, “La cena”, “Humo de palabras”, “Tórtolas o palominos” e “Instalación en la Catedral”). Y en el caso de los objetos, se trata de piezas realizadas en la factoría Ferrari (entre el artista y sus colaboradores) durante los años noventa y primeros dos mil, y que fueron seleccionadas por los curadores en relación directa con los temas abordados en los textos. Como en el caso del poema “Infierno”, que describe una obra muy parecida a la enorme jaula de gatos que se exhibe ahora por primera vez en La Tribu.

En el marco de la muestra, hoy a las 21 se proyectará Filiación, un diálogo artístico entre padre e hijo a través de sus obras. Augusto (1871-1970) y León (1920-2013), dos artistas que atraviesan los dos últimos siglos del arte con sus reflexiones respecto de ciertas temáticas comunes. La iglesia, la mujer, el erotismo, el desnudo, la política y la Fe son algunos de los ejes que con contrapuntos nos guían a través de sus miradas, presentando la unión, el vínculo y el legado artístico entre padre e hijo. No sólo se contextualiza el universo de León frente a la creatividad de Augusto, sino que se demuestra la capacidad visionaria de ambos. 

* En el Bar La Tribu, Lambaré 873, hasta el sábado 23 de junio, con entrada libre y gratuita.