PáginaI12 En Francia
Desde París
La humorada con la cual el matutino Libération celebra el primer año de la presidencia de Emmanuel Macron es un espejo de lo que reflejan todas las encuestas de opinión: “La derecha tiene al fin su presidente”. El hombre que en un momento dijo “soy socialista” (2014) y que luego postuló a la presidencia con una propuesta “ni de izquierda ni de derecha”, o “al mismo tiempo”, sea, “de izquierda y de derecha”, se afianzó como un dirigente percibido como de derecha. El ritmo acelerado de las reformas y su corte liberal le valieron el calificativo de “presidente de los ricos”, a lo cual se agregó la otra sentencia pronunciada por el ex presidente François Hollande, de quien Macron fue su ministro de Finanzas: “el presidente de los muy ricos”. Todo resulta por demás paradójico en esta historia política. Primero porque el mismo Macron es un invento de los socialistas, luego porque su “al mismo tiempo” no resistió el examen de la realidad. Una encuesta realizada por el Cevipof (Centro de Investigaciones políticas de la Universidad de Ciencias políticas) junto a la consultora Ipsos-Sopra Steria y Le Monde, ofrece una radiografía frondosa sobre el mandatario: 70% lo ve como un “presidente de derecha”, 55% de los franceses siente que estos 365 días de mandato han sido “negativos” mientras que 45% lo juzga positivo. Todos los indicadores lo retratan como un Jefe del Estado poco social. Según el mismo sondeo, 78% de los encuestados opina que en lo que atañe la disminución de las desigualdades y el poder adquisitivo la política del Ejecutivo va hacia la dirección incorrecta. El calificativo de “presidente de los ricos” también queda reflejado en la opinión mayoritaria: 76% estima que su política “beneficia a las clases más acomodadas”.
A lo largo de este año transcurrido, el macronismo ejecutó una sinfonía de reformas de carácter poco social: retocó el impuesto aplicado a las grandes fortunas (ISF) y, entre otras modificaciones, dejó fuera de los gravámenes a las acciones bursátiles, recalculó y rebajó el impuesto de las ganancias del capital, suprimió un impuesto pagado por las fortunas que se instalaban en el extranjero instaurado por Nicolas Sarkozy en 2011 para luchar contra la evasión fiscal (la exit tax), disminuyó varias ayudas sociales, incrementó el impuesto a los jubilados, flexibilizó mediante decretos el mercado del trabajo (con ello profundizó la reforma de la ley laboral llevada a cabo por François Hollande), reforzó los poderes del Ministerio de Interior en detrimento del poder judicial, lanzó una reforma de la compañía nacional de ferrocarriles (SCNF) que acarreó huelgas, modificó el funcionamiento de las universidades y fortificó la política migratoria de Francia. Todo esto sin consentir la más mínima negociación con los sindicatos. “El hemisferio izquierdo del presidente todavía duerme: únicamente el otro funciona plenamente”, escribe el semanario Le Nouvel Observateur. Para muchos analistas, la acción del presidente no es sino la estricta aplicación del programa del Medef, el organismo que agrupa al patronato francés. Con un presidente “ni de izquierda ni de derecha”, sus sueños se hicieron realidad: se recortaron las cargas sociales, se facilitaron los despidos, se emprendió una cruzada contra el déficit presupuestario, se inició una cura de adelgazamiento de los funcionarios del sector público y, globalmente, se diseñó una política para hacer de Francia un refugio atractivo para los capitales. El premio se lo puso la revista Forbes. En su primera plana, con una foto de Macron con pose de feliz ganador de la lotería, Forbes tituló: “Leader of the Free Markets” (Líder de los Mercados libres). El macronismo tiene hermandades evidentes con el macrismo en la Argentina. Como lo escribe el portal Mediapart: “el gobierno instalado por Emmanuel Macron encarna el carácter poroso entre las grandes esferas del Estado y los intereses de los grupos privados”.
El mayor éxito de la retórica “ni de izquierda ni de derecha” que se tradujo por la simpática definición de “extremo centro” radica en que Emmanuel Macron aspiró casi todo lo se encontraba a la derecha y también a la llamada “izquierda de gobierno”, entiéndase, a la socialdemocracia del Partido Socialista. El PS se busca así mismo entre un montón de espejos fragmentados y a parte de la derecha moderada que antes votaba por el partido del ex presidente Nicolas Sarkozy, Los Republicanos, no le quedó otro remedio que ir a disputarle el territorio a la también convulsionada extrema derecha del Frente Nacional. Sus electores se ampararon en buena parte bajo la sombrilla macronista y lo mismo hicieron los socialistas. Con lo cual, Macron reina en el espacio del “al mismo tiempo”, o sea, por la antigua izquierda y derecha de gobierno. Esta configuración dejó en el escenario a la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon como principal frente opositor (Francia Insumisa). Ahora bien, esa izquierda radical no cuenta, por ahora, con la posibilidad de convertirse en una fuerza de gobierno. Mélenchon movilizó mucha gente en la calle contra, por ejemplo, la reforma laboral sin que con ello haya sido capaz de hacer tambalear al Ejecutivo. Emmanuel Macron terminó por encarnar un año después a una suerte de derecha liberal de corte autoritario. La descomposición del socialismo y de los conservadores de Los Republicanos le facilitaron su paseo anual como presidente. Estos dos ejes opositores apenas le hacen cosquillas. Macron ha sido un camaleón implacable. Lleva a cabo su gran proyecto electoral que consiste en “reformar a fondo” a Francia sin preocuparse por la condición estructural que, antes, daba tantos dolores de cabeza a sus predecesores: la negociación con los actores sociales. La huelga de los ferroviarios persiste (va por su segundo mes), muchas universidades siguen ocupadas, los jubilados reclaman por el sacrificio de su poder adquisitivo y, hace unos días, el presidente del grupo Air France renunció porque fue incapaz de poner término a la huelga de la compañía. Emmanuel Macron se llevó por delante la negociación, en gran parte debido a la debilidad de los opositores tradicionales y a la pérdida de eficacia del movimiento sindical. En realidad, sus adversarios tradicionales se destruyeron antes de poder enfrentarlo. El PS se descompuso mucho antes de la elección presidencial y la derecha vivió un martirio semejante. Sólo la izquierda radical prospera aunque, por el momento, aún no consigue ir más allá de sus territorios cautivos. Los analistas franceses recién se despiertan del letargo. Durante muchos meses se preguntaron qué era exactamente el macronismo. No hay más misterio. Es un habilidoso seductor que irrumpió en un castillo para pintarlo a escondidas con los colores del mobiliario liberal.