En nuestros días, dominados por el imperio de la imagen y lo superficial, la estética se impone a la ética y la utopía de la juventud imperecedera tiene correlatos tan palpables como ilógicos. Hombres internados en gimnasios, sometidos a auténticos regímenes militares, pesan sus alimentos en balanzas hipercalibradas y comen barritas que condensan la potencia de un churrasco; mujeres que, por su parte, invierten dinerales en cremas milagrosas que prometen detener la dictadura del tiempo. Entre medio, se tejen prejuicios de todo género y número que, promovidos por los medios masivos de comunicación, bombardean los cerebros sociales y construyen sentidos comunes colmados de discriminación y pseudociencia.
Sin embargo, algo debe quedar claro: los parámetros de belleza atienden a mandatos culturales. Durante el romanticismo, tener apariencia de sufrimiento, la piel pálida y las ojeras bien marcadas implicaba un acto de pureza y nostalgia que despertaban la atracción ajena. Las mujeres tomaban, valientes, tragos de vinagre y se empolvaban con cerusa sin saber que contenía plomo y las intoxicaba. Si en el siglo XIX maquillarse era un acto del demonio, hoy en día se recurre a soluciones de las más extravagantes: desde el excremento de aves hasta la baba de caracol tienen su espacio en la kermés de la cosmética. En este marco, Florencia Servera pone a temblar el mundo de las cremas, el maquillaje y el cuidado corporal. Es Licenciada en Enseñanza de las Ciencias, profesora de colegios secundarios y divulgadora. Aquí, comparte La belleza tiene su ciencia. Mitos y verdades sobre los cosméticos, el cuidado de la piel y el cabello, libro que publicó recientemente a través de Siglo XXI.
–Hablemos un poco de historia, ¿desde cuándo los seres humanos nos preocupamos por la belleza?
–Casi desde su propia existencia el ser humano se ha preocupado por verse mejor y llamar la atención del resto. Es un conjunto de prácticas para modificar la apariencia; costumbres útiles para elevar la autoestima pero también para celebrar rituales y dialogar con los dioses. Empleaban minerales, lodos, plumajes y brebajes que creaban mediante insumos disponibles en la naturaleza. Más acá en el tiempo, durante el período de entreguerras (1919-1939), todo se reconvirtió con el desarrollo de nuevas combinaciones para fabricar productos de cosmética y belleza. Así fue como por casualidad, mientras se investigaban qué usos podrían tener los derivados del petróleo, se descubrió el nylon, fundamental para el crecimiento de la industria textil.
–Imagino la revolución cuando se vendieron las primeras medias...
–Apenas aparecieron en los negocios, en unas pocas horas, se registraron ventas por más de 40 mil pares. Luego, durante la 2° Guerra Mundial salieron del mercado porque el nylon era requerido en el campo militar para la fabricación de elementos específicos, como los paracaídas. No obstante, cuando terminó el conflicto bélico y todo volvió a la normalidad, la necesidad de medias continuaba siendo muy grande porque las mujeres hacían colas infinitas durante las noches para esperar que abran las puertas de los locales.
–El culto a la estética se ha potenciado en la sociedad contemporánea por la acelerada circulación de las imágenes...
–Tal cual. Eso se relaciona de modo directo con los estereotipos de belleza actuales. Hoy buscamos tener pieles perfectas y conquistar la juventud eterna. Sin ir más lejos, el hecho de utilizar los filtros de las cámaras y la existencia de tantos programas de edición implica simular todo el tiempo: nos interesa aparentar personas que no somos con virtudes que no tenemos, con el fin de parecernos más a ese tipo ideal de mujer y de hombre que se exhibe desde los medios de comunicación y las publicidades. Lo que se necesita, en verdad, es educación para aprender a respetar a los demás y para quererse un poco más a uno mismo.
–¿Cuáles son los secretos científicos que encubre el mundo de los cosméticos?
–Para empezar hay que aprender a desconfiar del “científicamente comprobado”. En general, los efectos de los productos son testeados por laboratorios privados que no publican cómo fueron sus experimentos, por lo que se vuelve bastante difícil replicarlos en otros contextos para comprobar si funcionan. Además, en el mundo de la cosmética, cuando un producto sale a la venta no se exige que se especifique la concentración, como sucede en los prospectos de los fármacos. De esta manera, solo se controla si contiene la sustancia que se menciona pero no su cantidad y, como resultado, nada garantiza que cuente con las dosis necesarias para cumplir con los propósitos que se anuncian en el empaque. Esto ocurre con el ácido hialurónico, el colágeno y las vitaminas A y E.
–Otro slogan corriente es: “Nueve de cada diez especialistas lo recomiendan”. ¿Desconfiamos?
–Sí, porque no hay forma de comprobarlo. No hay que fiarse del palabrerío difícil porque encubre pseudociencia. Por ejemplo, cuando desde una publicidad nos afirman que “la crema X” contiene células vegetales y esto representa una ventaja, tenemos que entender que los seres humanos contamos con células de tipo animal y que, en efecto, los daños que genere la radiación ultravioleta en el ADN no podrán ser compensados por un fragmento proveniente de otro ser vivo. Es más, las moléculas de estos productos son sumamente grandes, por eso, cuando los aplicamos sobre la piel no penetran. Muchos ejemplares de primera línea afirman tener filtros solares que nos protegen contra los daños que causa el sol, pero cuando en verdad se revisan los ingredientes comienzan los problemas. Solo cuentan con componentes que actúan sobre los daños que ya causó la radiación pero en ningún caso nos protegen. Las publicidades aprovechan el desconocimiento científico de las poblaciones para vender sus productos y transmiten falacias.
–¿Qué otros mitos hay? ¿Por qué las arrugas no desaparecen en quince días?
–Existen arrugas superficiales pero también profundas, que se generan porque en la dermis –capa intermedia de la piel– disminuye la producción de colágeno (que proporciona resistencia), elastina (provee elasticidad) y la cantidad de agua retenida también baja. Envejecemos por procesos externos –radiación ultravioleta– y por factores internos propios del metabolismo que modifican la turgencia de la dermis y ocasionan los pliegues de la epidermis –la capa más superficial–. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de los activos que contienen los productos que nos aplicamos quedan fuera de la epidermis –en el manto hidrolipídico– es poco probable que las cremas y lociones penetren y realmente estimulen las sustancias faltantes con el objetivo de “rejuvenecernos”.
–Entonces, ¿por qué las personas que tienen dinero invierten en productos tan caros? Susana se sigue comprando sus cremas...
–Las más caras incorporan los principios activos para retener agua y estimulan la síntesis de colágeno que efectivamente funcionan. Las cremas tienen precios elevados porque introducen fórmulas encerradas en liposomas o nanosomas, esto es, en estructuras pequeñitas capaces de penetrar las capas de la piel y colonizar regiones más profundas del organismo. Por el contrario, las cremas más accesibles para el resto de los mortales no las incluye.
–Algunos tratamientos invitan a utilizar las bondades del estiércol...
–Por supuesto, actrices de Hollywood se aplican mascarillas de excremento de aves porque confían en que al ser sustancias naturales tendrán efectos antiage. Quizás está comprobado que cierto insumo proveniente de tal o cual ser vivo tiene propiedades antioxidantes. Sin embargo, hay una brecha muy grande entre lo que ocurre en los laboratorios y lo que finalmente sucede cuando se aplica a la piel de las personas.
–El mito de la baba de caracol es muy sugerente al respecto.
–Sí, hay un solo laboratorio que tiene la patente para la producción de la baba. Es una mezcla de sustancias pegajosa que contiene ácido hialurónico, vitaminas, aminoácidos y proteínas; una mucosidad que generan ciertos caracoles en ciertos contextos a las que se los somete sin que esté en riesgo su vida. Pero, en general, las situaciones de experimentación físico-químicas no son las adecuadas y, como resultado, los principios activos de las sustancias que segregan no tienen todas las virtudes que a priori se enuncian.
–¿Podríamos un buen día dejar de querer ser lindos?
–Pienso que es imposible. Expresiones artísticas y rituales que condensan esencias colectivas se hibridan con el arte de la simulación a través del maquillaje. Y no podemos dejar de mencionar las asociaciones que hace el cerebro cuando vincula lo bueno con lo bello y lo malo con lo feo. La respuesta en cualquier caso será una educación antiprejuicios.