Noche de sábado húmedo en el barrio porteño de Villa Crespo. Inauguración en galería: tragos y amigxs, griteríos de reencuentro, proyecciones delirantes, efervescencias en rincones, performatividades y deformatividades. Cerca de la barra alguien entrega una invitación afelpada con forma de cara de gato negro, ojos de oro, lineup de djs ídem. Una semana más tarde habrá Baile de Disfraces y la invitada, sorprendida y apenas haber dicho gracias, expresa una duda que la mayoría comparte. Dice no saber qué ponerse. “Disfrazate de lo que quieras... pero vení disfrazada”, responde uno de los anfitriones, experto en fiestas y enfiestes, disfraces ajenos y propios y, ante todo, de lengua precisa. Su coequiper presencia el intercambio y subraya el concepto: “No me digas que no se te ocurre ningún disfraz... no te creo”. La joven invitada, atrapada en su remera deportiva mostaza de cuello media polera, admite tener unas ideas que le dan vuelta por el cuerpo.
El diseñador gráfico Alejandro Ros organiza bailes de disfraces desde la adolescencia en su Tucumán natal, cuando armaba las fiestas de su escuela secundaria en casas familiares, poniendo una temática para cada ocasión, es decir, una especie de código de vestimenta y de performance a respetar. Hubo, por ejemplo, Baile de Millonarios y Baile de Linyeras, así seguidos uno al otro, como para aflojar los tornillos oxidados. Reconoce inspiración máxima en su madre, que era profesora de danza clásica y directora de ballet. “Es que… ¿qué es un ballet sino un montón de gente bailando disfrazada?”. Ya en Buenos Aires, a mediados de la década del ‘90 se unió a la dj prócer Carla Tintoré para armar cada febrero los Bailes de Carnaval. Aunque inicialmente eran más bien íntimos y en casas amigas, fueron ganando fama y llegaron incluso, una vez, a la ostentosa sede del bar Milion, esa casona fantástica y paquetísima en Barrio Norte de varios niveles y recovecos. Desfilaron por las escaleras sublimes Marías Antonietas de géneros y generaciones variables, la madera noble y ahuecada cediendo bajo los tacos inconvenientemente vertiginosos, el polvo compacto abanicado a toda máquina para dar pelea hasta ceder la oscuridad. Eran épocas en que se repartían invitaciones en mano para esa y para cualquier otra fiesta (ni falta debería hacer mencionarlo); y sin embargo, esa misma costumbre que hoy mantienen lxs organizadorxs sea posiblemente, y como hace veinte años, el primer chispazo que unos días después logra que la pista se embarulle en serio. Es que una de los claves del funcionamiento de cada baile es el cruce imposible de figuras y universos: charlas entre popstars, cuadros políticos y dibujos animados (muchas veces la misma cosa); tridimensionalidades dadas vuelta y colorimetrías prohibidas; extensiones de la silueta más allá y más acá de todo confort; rastros de postizos, miriñaques y pailletes formando el lodo decadente que se amasa bajo el zapateo del beat bailado y resbaladizo.
El año 2000 dio cierre a esa primera etapa de fiestas con una en casa chorizo en donde Gaby Sabatini arrimaba saques a Peter Pan e Isabelita Martínez de Perón fue encumbrada por derecho y tiranía como Primera Dama de estos festejos. Hubo alguna fecha suelta organizada únicamente por Ros, como la de 2005 en que Gladys, cosmiatra de Juana y sus Hermanas, regresó de la mano de su creadora luego de un largo recreo en baúles. También apareció una fan de Franz Ferdinand, desorientada entre tinieblas post show de su grupo favorito, con camiseta y prendedor sacados del stand de merchandising.
A fines de la década, Ros retomó la idea de los bailes anuales, siempre en livings y patios amigos, con troupe de djs rotantes y nuevas redes de asistencia. En algún momento el colorido del Carnaval necesitó una contrapartida en lo tenebroso de Halloween, ese festejo tan importado como la Navidad. La sede primera del ágape tétrico fue quizás la más alucinante de todas: un jardín de infantes abandonado años atrás entre tragedias míticas susurradas. Los baños lilliputienses con dos décadas de desuso resistieron en su desproporción, sin agua corriente, y el jardín trasero, con ciruelo en flor y mini piscina putrefacta, se volvió cementerio bordado en cruces de madera de cajón de fruta. Hubo apariciones y desaparecidxs, muertas vivos, fracturas expuestas y tobillos en zigzag; se formaron aquelarres y se desintegraron neuronas. ¿Fue quizás allí que la Virgen María se hizo carne llorosa con el Ecce Homo recién restaurado? Mientras tanto, en el salón de actos convertido en pista sonaban remixes de Saint Etienne o de Rihanna, además de algún superclásico pedido a dedo por Isabelita. El house y el techno de otras épocas habían cedido espacio al pop y sus injertos, que muchas veces incluyen, justamente, el house pop y el techno pop.
A partir de entonces, la organización de los bailes amplió su comitiva y se movió de lugar a un espacio del barrio de Almagro aledaño a las vías del ferrocarril Sarmiento. En la primera edición allí, un linyera (¿auténtico? ¿disfrazado?) recibía cubierto en mantas y durmiendo sobre cartones apilados. La lista de djs se fue volviendo más lábil que nunca, y la concurrencia, definitivamente renovada. En 2015, tres Lady Gagas distintas se saludaron: la del drone hecho capelina, la de guantes rojos en los premios de la Academia y la del vestido de carne -ya casi charqui a esa altura de la velada-. Una geisha famosa aprovechaba su montaje para pasar desapercibida, mientras que otra prominente figura de la noche local era homenajeada in situ por alguien disfrazado de ella en su mejor momento. La que cayó forrada en post-its fue deshojándolos paso a paso, y el repositor del supermercado Dia% aprovechó la cercanía de una sucursal para hacerse unas fotos al alba. Con el cambio de gobierno hubo allí mismo una edición especialmente política: la murguera baleada tiró pasos junto a un piquetero con pancarta, mientras en la cabina dos Madres de Plaza de Mayo agitaban el asunto. También acudió una actriz amiga, montada esa vez de su madre diva cuando quedó presa en país limítrofe, con atuendo y peluca de la propia aludida, quien pasó a dar el visto bueno a hija y concurrencia.
La última sucursal de las fiestas es, apropiadamente, un salón de la década del ‘50, mantenido intacto por medio de quién sabe qué milagros del destino local. Desde aquella vez en Milion que no se bailaba en un sitio así de encumbrado, con espejos labrados y terraza andaluza. Sin embargo, aquí no hay aristocracia como en las Masquerades europeas de los siglos XVI y XVII, ni tampoco intenciones de emular alcurnia como en las reuniones neoyorquinas de finales del siglo XIX; apenas creemos saber quiénes éramos antes de entrar al baile.
Baile de Disfraces. Sábado 12 en La Confitería, Av. Federico Lacroze 2963, CABA. Djs Nijensohn, Isa,
Daniela Cardone e Ich.