Daniel Cohn Bendit, el líder del levantamiento estudiantil de Mayo parisino, tenía 23 años cuando las autoridades de su facultad prohibieron a los varones visitar los aposentos de las mujeres con el argumento de que no se sabe lo que se puede encontrar en habitaciones de mujeres. En su defecto, lo masculino resultaba esperable, por lo que la prohibición no se extendía a las habitaciones de ellos. Los estudiantes durmieron nuevamente con el enigma milenario sobre los objetos del deseo femenino.
A la mañana siguiente de la prohibición, las paredes de Nanterre amanecieron grafiteadas “Liberté! Igualité! Sexualité!”. Lo que parecería un detalle al lado de las otras causas de la revuelta, desencadenó la toma de la facultad y la transformó en un emblema.
La guerra de Vietnam, la invasión a Argelia, la anuencia del Partido comunista con el gobierno de De Gaulle, los reclamos obreros y lo obsoleto del sistema universitario necesitaron la mecha de las pasiones sexuales.
Los jóvenes se inspiraban en las teorías de un médico austríaco y desquiciado, muerto 20 años atrás, que a pesar de llamarse a sí mismo discípulo de Freud insistía en desconocer sus enseñanzas.
Wilhem Reich se presentaba también como marxista, razón de sobra para constatar que no era ni lo uno ni lo otro. No sabemos cuánto habrían leído los jóvenes sobre la teoría del Orgón, la energía cósmica que según el autor debía fluir libremente por el cosmos para que la sexualidad de las personas fuera libre y completa. Lo que constatamos es que Wilhem había dejado dicho lo que los jóvenes esperaban escuchar. La represión viene de afuera, y si no fuera por los operadores del poder los individuos serían libres y felices. La revolución debía ser ante todo sexual.
Bakunin y Proudhom sumaban adeptos y compartían incómodamente la biblioteca con Reich y un Sartre que desparramaba seducción bajo la mirada inquisidora de Simone. Los hippies que insistían en la política de la no política ensayaban sexualidades y paternidades comunitarias.
El psicoanálisis constata que se repite lo que nunca aconteció; al parecer tampoco la historia se repetía, como farsa; era un levantamiento inédito.
A pesar de que en muchas consignas resonara la Revolución francesa, el bricolage del ideario ponía el acento en lo cotidiano como valor revolucionario, el modo de vivir la vida, el arte, la poesía, el saber. Las normativas debían estar al servicio del bienestar.
La casuística psicoanalítica aporta el dato duro de que los humanos no se llevan tan bien con el bienestar, ni tan mal con el malestar. Se insiste en llamar pesimistas a Freud y a Lacan por denunciar la estafa de prometer que la felicidad se alcanza con algunas terapéuticas. En otros casos, el optimismo de las pasiones revolucionarias insiste en llamar cobardía moral al escepticismo que constata el universal de la pulsión de muerte. Lacan podía ser burgués pero no indiferente, por lo que el 14 de mayo de 1968 se reunió con Cohn Bendit, de quien reconocía su talla intelectual como para ser representante de los insurgentes.
A Dany el rojo no le faltaba nada para ser el líder del levantamiento de los estudiantes parisinos, era hijo de refugiados alemanes, anarquista, estudiante de la facultad de Ciencias Sociales de Nanterre. “Somos todos judíos alemanes”, “Somos indeseables”, decían pintadas alusivas a su condición.
Al día siguiente de la reunión, Lacan decidió suspender la clase de su seminario sobre El Acto analítico por el paro en el que, además de los estudiantes, pararon 10 millones de obreros.
El 15 de mayo de 1968, con irritación, Lacan se dirigía a su auditorio. “En una reunión de mi escuela ayer a la tarde, estuvo con nosotros una de las cabezas de esta insurrección. Para nada una cabeza mal hecha, en todo caso no es alguien que se deje engañar ni menos que diga pavadas; sabe responder muy bien inmediatamente cuando le hacen una pregunta tan tocante como ésta: ‘Diga querido amigo, ¿en el lugar donde ustedes están, ¿qué podrían esperar de los psicoanalistas?’, ¡Lo que es verdaderamente una forma absolutamente loca de plantear una pregunta! Me canso de decir que los psicoanalistas deberían esperar algo de la insurrección; y están los que retrucan: ¿qué querría esperar de nosotros la insurrección? La insurrección le respondió: ¡por ahora lo que esperamos de ustedes es que nos ayuden a tirar ladrillos!”
El levantamiento de las facultades y las barricadas no se habían originado allí sino en Columbia, Estados Unidos, y replicado en Latinoamérica. Pero la denominación “Mayo de París” funcionó como símbolo de una fractura en el corazón (más bien esqueleto) del saber occidental. Decía Freud que el vaso se rompe por sus líneas de fractura, que son estructurales.
Lacan tomó el pesimismo de Freud en cuanto a la humanidad pero propuso a nivel de las instituciones alternativas que aun sabiendo que fracasarían en su realización sirven como orientación.
Los estudiantes de Nanterre conocían la función de los muros a derribar pero no cuánto de esa estructura les eran propias.
Las revueltas universitarias que se multiplicaron de un lado al otro del mundo revelaron, aunque las causas variaran sustancialmente, el debilitamiento de la autoridad de los adultos, de los docentes, de la institución como tal. El cuestionamiento de la autoridad en la Iglesia católica, del mando en el ejército, emanan del mismo estado de espíritu. Epistémon (Didier Anzieu) cita la Crítica de la razón dialéctica, con la noción de “grupo en fusión”, rebelión intelectual del nosotros contra la estructura, de Sartre contra Lévi-Strauss (la política francesa, obstinadamente literaria), de la “praxis” contra las instituciones, del izquierdismo contra el partido comunista. El discurso ideológico de Mayo, ya sea el de los estudiantes o el de los obreros, irrumpía en los programas de los partidos.
Lacan sabía que hablar la lengua del otro no era confundirse con él. Había logrado formalizar la estructura elemental del discurso universitario. En la clase del Seminario El reverso del Psicoanálisis, el 3 de junio de 1970, decía “...Las unidades de valor acá pasan progresivamente de un valor de uso a un valor de cambio. Ustedes están predestinados en esta pequeña mecánica, más allá de lo que quieran, a jugar el mismo rol que todo lo que hay de objeto a en la sociedad capitalista, a saber, funcionar como plus-valía. Ustedes son verdaderos valores en el sentido de que forman parte del movimiento, del movimiento numérico que va a sostener el modo de intercambio, el modo de comercio que constituye la sociedad capitalista. Sólo que una cosa es ser la plus-valía encarnada y otra la plus-valía contable. Cuando uno es plus-valía encarnada esta colección se adiciona, la unidad de valor engendra obviamente cosas, a saber, un malestar del que se equivocarían si creyeran que limito su alcance a algunos berridos que escucho acá”.
La palabra “Revolución” no impresionaba a Lacan. La objetaba desde su etimología latina: re-volvere, donde ya se designaba una vuelta al mismo lugar. Cambiar el centro de lugar (Copérnico) no objetaba la función de “centro”. El punto en cuestión era cómo descentrar, hacer caer las identificaciones que sostienen la consistencia imaginaria del yo (el amo particular del neurótico). Eligió la noción de subversión como sinónimo de un cambio radical de la subjetividad. Se refería, allí, al sujeto del psicoanálisis.
Dos años después del levantamiento estudiantil dictaba el Seminario “El reverso del psicoanálisis”, e hizo extensiva la formulación a los sujetos de los movimientos más radicales advirtiéndoles “como los histéricos están pidiendo otro amo, lo tendrán”.
Desde entonces, este enunciado es tema de discusión entre psicoanalistas y un argumento ligero para algunos refractarios al psicoanálisis provenientes de las izquierdas. No se ha logrado distinguir el escepticismo radical debido al malestar estructural de la civilización ligado a la pulsión de muerte, de las posiciones cínicas y reaccionarias. Ya Freud había manifestado su desesperanza frente al porvenir de los proyectos revolucionarios para eliminar o reducir ese malestar, a pesar de reconocer en muchos de ellos intenciones válidas.
Es de esperar que la tensión entre el psicoanálisis y las izquierdas continúe ya que no podría resolverse sino a costa del embrutecimiento y la esclerosis del pensamiento y la praxis. En relación con el capitalismo neoliberal, es deseable que la posición siga siendo unívoca.
* Psicoanalista.