Es común decir que una mamá, apenas recibe su bebé en brazos en la sala de partos, le cuenta los dedos de los pies y manos. Se trata de una conducta casi automática que encubre la fantasía de que el bebé tenga una anomalía física, más allá de los estudios y controles previos que, en estos tiempos, la ciencia brinda.
También es común que los analistas que nos hemos dedicado a la práctica con niños preguntemos, en ciertas ocasiones, cómo fue el nacimiento del niño, sin pretensión de una anamnesis, sino para poder poner en palabras el deseo de los padres, es decir, el lugar que un niño tiene en la estructura familiar. Al hacer esa pregunta se puede escuchar, en un relato singular, si un niño fue deseado o no, y también pueden relatarse las dificultades en torno a su nacimiento. En muchos casos nos encontramos con decepciones narcisistas profundas, si el niño nació con dificultades. Con frecuencia surge que haya nacido mucho antes –o después– del tiempo esperado.
Quien haya nacido prematuramente quizás haya escuchado relatos acerca del trabajo que dio: en su primer mes de vida, las dificultades del hospital donde estuvo internado, la falta de mirada materna, del calor materno que no se puede brindar a través de una incubadora. Y algo más: la fantasía de que por haber nacido prematuramente, además del rechazo parental, supuesto o real, por ese bebé casi en estado fetal, se le produjo alguna afección cognitiva que es causa actual de síntomas que afectan su desempeño eficaz en la vida. Sea esto último real o no, la fantasía es potente.
Sabemos además de los serios trastornos posibles en torno a la gestación en el tiempo del embarazo y el nacimiento, que pueden ser genéticos, perinatales o posnatales. Y también sabemos que efectivamente los bebés prematuros tienen un riesgo mucho mayor que aquellos nacidos a término y por parto sin incidentes mayores.
El dolor de los padres por los niños con déficit es una herida en la mayoría de los casos incurable; sólo el fuerte deseo por ese hijo tiene que estar presente para mitigar esa pérdida. Como dice Freud, se espera a “su majestad el bebé” y, en su lugar, ese bebé lleva a los padres a una dura realidad, muy distinta.
Porque bien sabemos que un niño con déficit, lo que hoy puede ubicarse en el plano de la discapacidad, le espera el largo y tortuoso camino de la rehabilitación emocional, física y cognitiva para alcanzar una vida posible, a pesar de que algunas dificultades pueden perdurar toda su vida.
Hace muchos años, en 1932, Aldous Huxley hizo futurismo de nuestro mundo actual introduciendo en su novela Un mundo feliz a los llamados “bebés de probeta”.
El primer capítulo se desarrolla en el Centro de Incubación y Acondicionamiento de la Central de Londres, lugar donde las incubadoras entregaban su producción de bebés Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon. Estos bebés clonados eran desarrollados con capacidades diferentes, desde los futuros dirigentes hasta los futuros seres inferiores, aptos sólo para un trabajo repetitivo. Con esto se lograba la ansiada estabilidad social.
En el mundo de Huxley se gestan seres que están destinados a cumplir un fin útil para una sociedad dividida en castas claramente establecidas y asigna firmemente las relaciones de poder vía el uso bien conducido de la debilidad, de las discapacidades, o sea, de la debilidad mental “para ser buenos y felices miembros de la sociedad”. La sociedad actual, dice el director del Centro, tiene individuos inteligentes. Pero si los hay en demasía no favorecen la eficacia de una sociedad feliz.
La apología de la debilidad mental que hace Huxley podría ser un “gran consuelo” para quienes han sufrido por tener un niño con discapacidad. En el “Mundo feliz” se interrumpía el crecimiento normal de los embriones para producir seres de menor valía. Bien sabemos de la ironía de Huxley en ese libro, que aborda el lazo social entre seres hablantes, como se podría pensar el sexo y el amor, y las relaciones de poder en una sociedad del futuro.
El sufrimiento producido por tener un niño débil mental y el esfuerzo de los padres para acompañarlo (tal vez, toda la vida), sumados a los duros tiempos cuando no se emitía el certificado de discapacidad (que se puede revocar si el niño mejora), desgastan, minan, socavan el lazo y en muchos casos perturban severamente la familia. Un ejemplo son las dificultades actuales de padres y profesionales para tramitar reintegros. Ante los múltiples tratamientos necesarios, el certificado de discapacidad resulta de gran ayuda para muchas familias de bajos recursos y padres apurados por obtenerlo y abaratar costos. Se trata de familias sin capacidad de espera de una mejoría por la vía de alguna intervención terapéutica que permitiría no necesitarlo. O sea, un deseo de rotular a ese hijo que no satisface sus expectativas.
Son muchas las cuestiones a pensar en relación a un niño con trastornos. Hemos atendido y escuchado a muchas parejas con hijos discapacitados que terminan separadas por las dificultades para sobrellevar lo que les toca vivir.
En otras, el amor y el deseo priman y se ven resultados admirables en los tratamientos, las marcas de las dificultades se atemperan por la inscripción de ese bebé que podría haber afectado tanto el narcisismo parental.
Recordamos a Maud Mannoni en “El niño retardado y su madre”, y su cuidadosa escucha, que intentaba producir algún brillo en lo que llamó “el niño retardado, objeto oscuro de la madre”. Lacan la lee y le señala que no se trata de un “objeto oscuro”, si hay una relación con la cadena significante, o sea con las palabras que bañan de lenguaje a ese niño. El rechazo o el deseo se pueden leer allí.
Un ejemplo de rechazo lo plasma Shakespeare cuando comienza Ricardo III; un monólogo de enseñanza sobre el tema: “Yo, privado de una bella proporción...”. Esa falta de proporción es correlativa a la maldad infinita e imparable de Ricardo.
Entonces, y pasando a un tema que tuvo trascendencia en los medios los últimos tiempos: ¿se puede tomar el riesgo de que un niño venga a este mundo con un retardo o con graves problemas físicos? Distintos especialistas dicen que interrumpir un embarazo a las veinte semanas no da ninguna posibilidad de viabilidad del feto, y aunque esto fuera posible, o se hiciera a las treinta, las capacidades de ese ser están en absoluto riesgo, por más ciencia que lo trate. Y por más incubadoras que hubiera funcionando en el Hotel de los Neonatólogos, como diría el Dr. Mario Sebastiani, en relación a la propuesta de la diputada Campagnoli. Ironía que hubiera apreciado Huxley.
En nuestros tiempos, donde la ciencia y su ideología tienden a ignorar el lazo amoroso, el deseo y nuestra relación con que no todo es posible –o sea, como definimos los psicoanalistas, con la castración– sería factible hacer experimentos, pero ya hemos tenido en la historia de la humanidad seres crueles que se dedicaron a hacerlos y dejaron su brutal marca.
¿Es nuestro país un Malpaís, como llamaba Huxley al mundo no planificado en torno a la procreación? ¿Necesitamos esa planificación?
La Argentina es pionera por el lugar que tienen la psicología y el psicoanálisis, especialmente el dedicado a la clínica con niños, marcado por nombres históricos como Arminda Aberastury, Aurora Pérez, las salas de padres del Hospital Ricardo Gutiérrez creadas por la influencia de Florencio Escardó como pediatra, los servicios de Salud Mental en ese hospital y en Elizalde, y muchos otros en todo el país que no dan abasto en la atención de la infancia de quienes tienen bajos recursos. El Tobar García, en su especialidad psiquiátrica de atención de la infancia, es también un lugar de excelencia.
Por desposeídos que sean, los padres concurren a que se les oriente para criar a sus hijos, a pesar del mal tiempo social mundial que nos toca vivir.
Antes que producir débiles mentales y más allá de las dificultades que conlleva el proceso de adopción (un tema para otro artículo), sería importante, a mi entender, simplificar esa alternativa, de modo que quienes no pueden procrear puedan, en cambio, tener un bebé que carece de un lugar en el deseo de sus padres biológicos.
Estimo que la diputada Campagnoli no se informó adecuadamente de los peligros que entrañaba su propuesta. Lo que sí queda como amargo saldo es que algunos de nuestros representantes, a diferencia de lo que decía Huxley, tendrían que evidenciar el mayor de los esfuerzos para que sus propuestas ayuden verdaderamente, no a crear un mundo feliz, sino una sociedad mejor.
* Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina.