El debut del francés Xavier Legrand como guionista y realizador de largometrajes (su corto Avant que de tout perdre recorrió decenas de festivales e incluso estuvo nominado a un premio Oscar) muestra a un narrador que no sólo sabe contar bien una buena historia sino, que, además, parece tener muy claro por qué hacerlo de una manera y no de otra. La secuencia de apertura describe con lujo de detalles –administrativos y de protocolo legal– una instancia más de lo que puede imaginarse una larga batalla judicial por la tenencia del hijo de un matrimonio (la hija mayor de los Besson está a punto de cumplir los 18 años y queda completamente afuera de la discusión, con la excepción de algunos detalles relevantes del pasado). La mirada dura y sin contemplaciones de la jueza se pasea de abogada en abogada y gira del padre hacia la madre y viceversa. Sus oídos están atentos a las características de cada método de defensa y ataque, al tiempo que sus manos recorren las páginas de una ficha médica, la declaración de un testigo o las cuentas financieras de las partes en disputa.
Disuelta la pareja, el padre pide la custodia compartida del pequeño Julien, de unos once años; la madre, en cambio, exige que la tenencia sea exclusivamente de su competencia, aduciendo comportamientos poco apropiados e incluso violentos del progenitor. Lo que puede verse y oírse en esa oficina y lo que sigue después –el regreso de Miriam a la casa de los abuelos maternos de Julien, la visita de Antoine a sus padres– no parece dejar lugar a dudas: Custodia compartida analizará las duras consecuencias para todos los involucrados en un típico caso de separación conyugal, en el cual ambos extremos parecen tener una porción significativa de la razón. Más aún: en esos primeros tramos, los intentos de la mujer por impedir que su ex pueda encontrarse con el hijo suenan un tanto excesivos, marcados tal vez por un desprecio u odio menos racional que visceral. Para lograr todo eso, Legrand utiliza las herramientas del realismo cinematográfico, esa construcción tan artificial como cualquier otra que, sin embargo, en sus mejores exponentes, logra transmitir una sensación de mímesis total con el universo existente de este lado de la pantalla.
Resuelto el caso judicial, la custodia es dividida de manera clásica: fines de semana alternados, vacaciones a medias, dinero para alimentación y educación. La relación entre padre e hijo dista de ser amable y, luego de un par de encuentros, poco a poco –mediante algún gesto o palabra apenas entredicha–, la película comienza a transmitir la sensación de que el carácter de Antoine (sutil composición del experimentado Denis Ménochet) tal vez no sea tan equilibrado como había querido demostrar delante de la jueza. A partir de ese momento, Jusqu’à la garde derivará primero hacia una situación de violencia contenida, en estado larvario, para entrar luego de lleno en el terreno de la brutalidad doméstica. Al realizador no le tiembla al pulso a la hora de utilizar los mecanismos del cine de suspenso, clausurando el film con dos secuencias de notable concepción y ejecución.
En la primera, el fuera de campo juega un rol esencial y logra transmitir, casi sin palabras, el temor a la recurrencia de una persona que ha sido víctima de algún tipo de abuso. En la segunda, que coincide con el cierre de la película, la historia establece parentescos con el thriller psicológico, aunque aquí no se trate de defenderse de un asesino serial sino del más íntimo y familiar de los enemigos. Al tiempo que va desnudando un caso de violencia de género y familiar, desafortunadamente similar a tantos otros en la vida real, de manera metódica pero nunca clínica, Custodia compartida –que terminó llevándose el León de Plata a la mejor dirección en el Festival de Venecia– intenta y logra poner al espectador en un rol nada pasivo, imponiendo la necesidad de reflexionar sobre generalidades y casos particulares, discusiones legales y realidades cotidianas, la descripción periodística y el horror de la violencia real. Vale la pena rastrear el ya citado cortometraje previo de Legrand, Avant que de tout perdre, que presenta a los personajes de Miriam y a sus dos hijos huyendo de ese esposo y padre, el hombre al que parecen temer más que a cualquier otra cosa en el mundo.