Cerca del final de Un nuevo camino se produce uno de los pocos momentos genuinamente emotivos de la película: un policía de Los Ángeles, interpretado con gigantesca humanidad por Patton Oswalt, logra entablar contacto con la protagonista –una chica autista, por momentos con características usualmente asociadas al síndrome de Asperger– hablando en la más pura lengua klingon. Nada extraño si se tiene en cuenta que Wendy acaba de recorrer un buen trecho de rutas y calles suburbanas en el estado de California, a pesar de sus más bien escasas habilidades para la interacción con otros seres humanos, con la férrea intención de hacerle llegar a los estudios Paramount su guion para un largometraje de la saga Star Trek. Wendy, un rol elaborado por Dakota Fanning a partir de la imposibilidad de mirar a sus interlocutores a los ojos, entre otras características poco comunicativas para con aquellos que la rodean, es la trekkie más insospechada y otro personaje más en la galería hollywoodense –en este caso, en su vertiente indie– de seres especiales por partida doble: incapacitados para cumplir con prácticas sociales básicas y sencillas, inteligentísimos en algún área en particular, en este caso la creación artística.
Basado en una obra teatral de Michael Golamco –a su vez guionista de esta adaptación–, el largometraje del veterano Ben Lewin (El amor es un golpe de suerte, Seis sesiones de sexo) dispone los elementos para la cocción de la empatía desde el minuto cero: una amorosa terapeuta interpretada por Toni Collette, un perrito chihuahua que hará las veces de compañía en las buenas y en las malas, una hermana que, a pesar de adorar a la protagonista, se siente incapaz de sobrellevar el día a día de la enfermedad. Y, por supuesto, el gran desafío, la Misión con mayúscula: cruzar por primera vez una populosa avenida, tomar un ómnibus de larga distancia y recorrer cientos de kilómetros para alcanzar la Meca y entregar su creación en mano. ¿Por qué no enviar el mamotreto de más de 400 páginas por correo? Cosas de los guionistas: lo impiden la obsesión por las correcciones infinitas y un día feriado absolutamente inapropiado. La chica sigue a pie juntillas una serie de rutinas diarias para ordenar su existencia y estabilizar su espíritu, pero, contra todo pronóstico, decide escapar de la seguridad de esa casa-instituto y enfrentarse un mundo real del cual apenas si conoce su capa más superficial.
La amabilidad es aquí una de las características más notorias: a pesar de toparse con algún que otro peligro –incluida una pareja de ladrones–, el relato esquiva cualquier posible desliz en la violencia o la sordidez, prefiriendo en cambio un derrotero marcado por la seguridad de que todo saldrá razonablemente bien. Es un apuesta posible e incluso noble, aunque la tensión le cede muy rápidamente el lugar a la repetición de una fórmula, aquella que hace de Wendy una heroína entrañable, entre otras cosas, por su obcecamiento a prueba de balas. En última instancia, Un nuevo camino es una particular road movie en la cual la evolución del paisaje no genera cambio alguno en los personajes, apenas una reafirmación de que la protagonista es dueña de muchos recursos a la hora de perseguir su meta, a pesar de sus obvias limitaciones.