Estudiar de noche -curso el terciario‑, trabajar de día (jornada sin descanso), para "ella", mujer ocupada, y mucho; la señora Rossi sigue paso a paso, desde que se levanta hasta el almuerzo, para retomar luego de la siesta, cada telenovela que ofrecen los canales, tan actualizada en esta materia que la hace científica del tema; se lo corrobora cuando se reúne con sus amigas, no fundamentalmente para tomar té y comer masas, sino para intercambiar detalles de vestuario, argumentos y datos íntimos de actores y actrices. Si en este campo lo hubiera, la señora Rossi obtendría un master con honores. Y yo hago de cadete, yendo y viniendo: "alcanzame los bombones, tráeme una manta que me quiero abrigar las piernas. Mové el culo. Atendé la puerta que viene la manicura". O la cosmetóloga. O su asesora en modas.
¿Quién es quién?
Ahora la Señora Rossi, en su asamblea de eruditas de la farándula, baja muy poco la voz, cabecea hacia mí y se burla: -‑Es una ignorante. Ni siquiera sabe quién es Luisiana Lopilato. Vamos a preguntarle algo (me apunta): -‑Y vos ¿podés contarnos qué pasó ayer con Nicole Neuman?
Replico: -‑No, señora. Me ocupo del analizar el régimen legal del país, sigo la obra del historiador Busaniche y me gustan mucho los poemas de Juan Gelman, entre otros.
-‑Bruta -me descarta con la mano.
¿Quién es quién?
Somos según quién emita el veredicto. La moneda cae, cara o cruz. Los vecinos del barrio nos colocamos en la categoría de "gente pobre". Para los dueños del country correspondemos a la de "vagos".
Ocasionalmente, desato alguna burla con la lengua: ‑-Ay, señora, se me olvidó quién sucedió a Rivadavia en la conducción del país. Usted, que maneja tanta información de datos ¿puede sacarme de este apuro?
-‑Estudiá, burra, y no me hagás distraer de lo que estoy haciendo con cosas sepultadas en la Recoleta.
Vaya que es importante lo que la ocupa. Un romance para quinceañeras.
Ni siquiera apela a wikpedia en su celular. Ni idea. Cabeza rellena de humo.
Toda mi familia ha vivido en la misma casa desde que la levantaron mis abuelos por mano propia, pegada a las vías del ferrocarril, retrete al fondo. Las viejas generaciones se marchan en carros fúnebres, en tanto llegan los hijos de los hijos. Cuando me reciba en la tecnicatura de derecho, podré mudarme. Gracias a un profesor que localizó un Estudio con vacantes disponibles, habrá para esta servidora otra ocupación y domicilio. Cuestión de meses.
Miro a la patrona.
Cada vez que le he pedido que me regularice como empleada, otorgándome recibos y salarios de ley, replica: -‑No sé de qué locuras hablás. Todas mis amigas hacen lo que corresponde, lo mismo que yo.
No tiene idea que le espera una comparecencia ante el Tribunal de Trabajo por emplearme en negro. Y también en la AFIP, entidades donde me he presentado para plantear mi situación. Poseo pruebas de todo tipo: órdenes que la señora Rossi me deja por escrito, filmaciones en el celular, y a seguir. De ahí en más, entrará por la puerta de la realidad. Aunque...
En este subibaja idéntico a los de una plaza, aquí, en esta punta estamos nosotros; en la opuesta, ellos. Arriba, abajo. País subibaja. Ahora las calles adyacentes se llenan de gente que lleva carteles, "basta de despidos", "dicten emergencia social". Marchan; muchos gritamos nuestro apoyo: "adelante, no se puede vivir con 18000 pesos". Los del lado opuesto del subibaja ululan: "desestabilizadores, vayan a laburar de una vez en lugar de vivir rascándose y protestando". Los de este lado disparamos: "dejen de endeudarnos. Miles de millones de dólares en un par de años". Ellos suben el vaivén y refutan: "son para las inversiones que el país requiere". "Sí, para las cuentas offshore -replicamos-. Panamá papers, Andorra, Islas Caimán y similares".
Por la avenida se descuelga la gendarmería, garrotes en alto.
¿En qué realidad se vive? No en la misma. Una franja aleja a las dos que coexisten, franja muy borrosa. La era de la post verdad. Lo real versus la realidad virtual. Lo real que se funde con el relato. Confusa unidad.
Y vos ¿en cuál de ellas vivís?