Que el mundo sea un lugar hostil para todxs, quién puede negarlo. Que superar esa hostilidad y los propios temores sea un asunto de voluntad personal ya es más dudoso, y sin embargo la idea está en el centro de la prédica de la autoayuda. Así, con una lisura asombrosa, aparece en Un nuevo camino, encarnada en Wendy (Dakota Fanning), una chica que está dentro del espectro autista y lo padece al punto de no haber podido, al menos hasta el momento en que la aborda la película, hacer una vida independiente. Wendy tiene 23 y vive en una institución psiquiátrica, amable y hogareña pero institución al fin. Tiene horarios regulares, rutinas obsesivas, un trabajo muy básico en un local de Cinnabon y necesita instrucciones para las cosas más elementales, como ducharse o fijarse si está menstruando. Para lo único que parece tener la mente totalmente disponible y atenta es para mirar Star Trek, que conoce al dedillo desde un lugar muy distinto al culto de los nerds: ese fanatismo, que la película va “explicando” lentamente, sobre todo para los que desconocen Star Trek y podrían perderse el paralelismo Spock-chica autista (ambos tienen dificultades para procesar emociones humanas), es la punta del ovillo que la va a llevar afuera del hogar, la ciudad, el mundo conocido.
El motivo es un concurso de guiones: el premio es de 100.000 dólares, y hay que entregar el guión en un estudio de Los Ángeles. Por un error, Wendy lo va a tener que llevar personalmente, y ahí empieza una road movie candorosa que deja atrás algunas de las cosas más interesantes que había planteado la película. En primer lugar, la relación de la chica con su terapeuta, Scottie, interpretada por la siempre cálida Toni Colette, que un poco hace de madre de sus pacientes y un poco tiene problemas con su hijo adolescente por eso. Luego está la hermana de Wendy, Audrey (Alice Eve), que tuvo un bebé recientemente y no quiere vivir con una persona propensa a los ataques de furia que incluso, y esto nadie quiere decirlo, podría lastimar a su hija. Un nuevo camino pasa vaporosamente por encima de estas cuestiones, una vez que las deja establecidas, y luego todo es mejorar. Casi como una concesión realista, Wendy pasa por algunos momentos de peligro en su ruta a Los Ángeles y se asoma a un mundo donde algunas personas son malas –pero no pueden hacer demasiado daño– y otras son muy buenas. La más buena de todas indudablemente es el policía gordito y bonachón interpretado por Patton Oswalt, un personaje con el que se podría haber cruzado el rubísimo Kevin de Mi pobre angelito y que da el tono del universo infantilizado en que transcurre la historia.
Lo cierto es que la película se pliega de algún modo a la inocencia de su protagonista: para Wendy el trayecto hacia Los Ángeles es casi una carrera de obstáculos, una cuestión personal, y no hay juicios ni conocimiento con respecto al mundo exterior. Con la película sucede lo mismo. Guiada por una actriz rubia y angelical, que ya no es la niñita desdentada de sus primeros papeles pero conserva un componente aniñado que le sirve mucho a Wendy, Un nuevo camino se sostiene porque Dakota Fanning es sobria y querible en un papel que le saca provecho a sus ojos celestes y asombrados. Pero habría que pensar cuál es el público posible para una película así: como comedia no es gran cosa y se somete uno por uno a los clichés del relato del personaje excéntrico en su lucha de superación en el mundo (como la odiosa La vida secreta de Walter Mitty, con Ben Stiller, o la más interesante Welcome to me, con Kristen Wiig); como homenaje o diálogo con el universo de Star Trek, apenas llega a arañar la superficie. Sobre el autismo no dice mucho, y en tanto metáfora de la inadecuación de todxs en el mundo y de la posibilidad de refugiarse en la ficción, digamos que el tema está tan banalizado que la ficción misma parece tan inofensiva como el perrito en miniatura que acarrea Wendy.