Primer trabajo del realizador Luis Ortega en el circuito industrial; primera producción para la pantalla grande de Underground, la compañía de su hermano Sebastián; primera vez de ambos en el Festival de Cannes. “El leyó todas las versiones del guión y siguió muy de cerca el proceso, me ayudó a escribir mejor. Trabajar con mi hermano tiene el plus de sacar lo mejor de mí, más allá de que sean roles muy distintos. Nos potenciamos con las devoluciones y él me exigía más que cualquier otro productor porque tiene más confianza. Quizá me decía: ‘Mirá, esto no se entiende’. Por ahí otro tipo hubiera tenido más cuidado, pero así estuvo bueno porque fue más rápido y directo”, dice a PáginaI12 el director sobre el trabajo con su hermano en El Angel, la esperada biopic sobre Carlos Robledo Puch que ayer tuvo su estreno mundial en el marco de la sección Un Certain Regard.
Coproducción entre Underground, K&S Films, Fox y la española El Deseo, de los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar, El Angel –que se estrenará en la Argentina en agosto– es el nuevo fruto de la relación de los Ortega con el periodista policial Rodolfo Palacios después de la serie Historia de un clan. Nuevamente uno de sus libros (El Angel negro) sirvió como base para un relato en el que el Mal, como dirá Ortega más abajo, surge en el núcleo de lo aparentemente normal. “El libro es una genialidad, pero la película no es una adaptación. Incluso no había pensado en hacerla, pero con Rodolfo nos miramos después de Historia... y, como nos habíamos sentido cómodos en ese mundo, nos preguntamos por Carlitos”, afirma. Fue así que arrancaron un largo proceso de escritura de guion a cuatro manos, que terminó de coronarse con el armado de un elenco de lujo que tiene a Ricardo “Chino” Darín, Peter Lanzani, Mercedes Morán, Daniel Fanego y Cecilia Roth. Y a un ilustre desconocido que, cuando esta nota vea la luz, habrá dejado de serlo.
Porque El Angel es una película de primeras veces incluso para su protagonista, Lorenzo Ferro, quien hasta ahora no tenía experiencia actoral ni había estudiado teatro. Así y todo, el hijo del actor Rafael Ferro se luce interpretando a ese chico de 17 años, de rizos rubios y cara de bueno, que entre 1971 y 1972 mató a once personas, ganándose así el apodo de “Angel Negro” o “Angel de la Muerte” por parte de la prensa que descubrió con pavor la frialdad maquinal que motorizaba sus crímenes. Condenado a cadena perpetua hace 46 años, Carlos Robledo Puch pasa sus días en el penal de Sierra Chica y es el preso con más antigüedad del sistema penitenciario argentino. “Lorenzo fue al primero que vi”, describe el director de Caja negra y Los santos sucios. “Cuando me pasaron las fotos, me di cuenta muy rápido de que quería conocerlo. Sabía que era el indicado, pero como no había estudiado ni tenía experiencia tuvimos que empezar de cero. Trabajamos mucho para transformarlo en actor. O en Carlitos, porque no quería que actuara sino que fuera Carlitos, que supiera cómo reaccionaría, qué pensaría él del mundo, y que se divirtiera con eso. Esos seis meses de ensayo fueron los más importantes de la película”.
–¿Cómo fueron esos meses?
–Fueron meses de un trabajo largo y agotador, al punto de que cuando empezó el rodaje ya estábamos muy cansados. Armamos al personaje a partir de que la película está vista desde sus zapatos y desde ahí el mundo es ficción. Si yo te mato, no es una maldad, es como tirar el decorado y decir: “Esta obra es una cagada, armémosla de vuelta”. Es lo que sienten todas las personas todos los días. Quería acercar su emoción a la de cualquier persona normal. Ahora, cualquier persona normal no empujaría los límites de esa manera, y eso es lo que hace que valga la pena una película.
–¿Qué vio en Lorenzo Ferro, más allá del parecido físico?
–Vi algo que con el tiempo decodifiqué como inseguridad pero que al principio me transmitió la sensación de que le chupaba tres huevos impresionarme o demostrarme que podía actuar. Casi siempre los actores tratan de impresionarte con locuacidad y capacidad de analizar y ver, y a veces eso no es importante. Su mirada era muy particular, muy perturbadora, había algo ahí que me hacía posible imaginar a ese pibe entrando a un cuarto, disparándole a alguien dormido y diciendo: “No está muerto, es un chiste”. A los otros 999 que vinieron al casting no podía verlos en esa situación.
–Intentar pensar como alguien implica comprenderlo. ¿Llegaron a hacerlo?
–Sí. Alguien así piensa que si hay alguien responsable de todo esto –no la Policía, alguien de verdad–, tiene que bajar y dar la cara. Todos se dedican a actuar una especie de ficción que creó la civilización, entonces él tira unos tiros a ver si aparece el jefe, alguien que ponga los límites. Eso no termina pasando nunca. Vos podés estar llorando en medio de la ciudad, desprovisto de todo, y lo más probable es que nadie se acerque a ayudarte. Mucho menos Dios a decirte “Fuerza, amigo”. Carlitos traslada esa idea de falsedad, de artificio de la humanidad, a todos los ámbitos de la vida y piensa que todos están actuando, que él puede matar y que en realidad es todo parte de una gran película.
–En ese sentido, Rodolfo Palacios dijo que Robledo Puch actuaba como si “la muerte fuera una abstracción”. ¿Coincide?
–Es así. El no imagina que vaya a haber una familia llorando un velorio; es una abstracción, algo que no tiene consecuencias. De hecho, no hay consecuencias hasta que dice lo que hizo, porque en la vida real descubrieron un asesinato y él confesó el resto. Quería que vieran que existía, que estaba ahí.
–Confiesa para materializar esa abstracción...
–Sí, para encarnar, para sentirse vivo. Lamentablemente el mundo se dispuso de una manera que todo lo que está dentro de la ley implica una muerte cerebral y emocional, entonces todo lo ilegal, lo que está fuera de lugar, genera una sensación de adrenalina. Es una trampa muy bien hecha. El está buscando el valor de la vida, no el botín: cuando entra a la joyería se pone a jugar con los aros, no va a robarse joyas.
–Tanto los crímenes de los Puccio como los de Robledo Puch surgen en el núcleo de familias bien constituidas y sin apremios económicos. ¿Le interesan las historias donde lo disfuncional aparece en un contexto de “normalidad”?
–Sí, porque el Mal está entre los buenos. Cuando encontrás al demonio siempre está en una casa de familia, es un señor de traje y corbata que seguramente va a tener un cargo importante. No veo porqué buscar el Mal en las clases bajas o en lugares donde hasta el día de hoy nos hacen creer que está. Me parece más interesante estar comiendo con tu familia y que haya alguien secuestrado en el baño que vivir solo en un monoambiente y secuestrar a alguien.
–Varias veces ha dicho que siente afinidad por los personajes marginales y perdedores. ¿Lo logró con Robledo Puch?
–Por supuesto. A la larga, el personaje se parece más a mí que a Robledo Puch. La película no es la historia del expediente. La emocionalidad en general es marginada; o sea, uno no puede expresarse emocionalmente en público, no se puede llorar o agarrarse un ataque de bronca... La emoción está censurada en el plano social. La verdad es que todos somos seres marginales porque todo el mundo es quien es en soledad.
–El Angel es su primera película a gran escala. ¿Cómo fue la experiencia, teniendo en cuenta que sus trabajos anteriores se hicieron por fuera de la industria?
–Es como venir robando financieras y de repente robar un banco. Vengo entrenando y fallando, y capitalizar los fracasos te ayuda mucho a saber cuáles son tus límites y cuáles tus partes fuertes. Ahora me concentré mucho en escribir y en la dirección de actores, que es lo que más me importa. Me considero alguien ya ilusionado y desilusionado las suficientes veces como para saber dónde estoy parado y no estar tan golpeado por una caída ni tan entusiasmado para creérmela. La posibilidad de El Angel me llega en un buen momento.
–¿En qué sentido?
–Y... estoy más lejos del manicomio que antes, puedo responder y dar lo mejor. Soy solvente, me puedo poner al hombro un proyecto grande o chico, comprometerme a escribir un buen libro, dirigir bien, editarlo y musicalizarlo como corresponde. No sé si es un gran aporte a este mundo, pero es lo único que puedo hacer y lo que vengo entrenando hace mucho tiempo.
–¿Cambió su mirada sobre la industria después de Historia de un clan y El Angel?
–Trato de trabajar siempre de la misma manera, pero al ir mejorando el lenguaje cinematográfico y la escritura me acerco más a la posibilidad de que lo que quiero transmitir llegue; no me pierdo en el camino. Igual, nunca tuve una relación con la industria y ahora no sé hasta qué punto la tengo. Hablo con Sebastián o con los otros productores, y no sé si es un contacto con la industria. Hacer una película es una alienación muy grande; pueden estar bombardeando alrededor y vos estás metido en el monitor tratando de que todo esté en sincronía. Es muy parecido a cualquier patología alienante. No sé si tengo una relación con la industria, pero quizá tenga algo para ofrecerle.