Sin novedades en la pantalla chica durante todo el 2016. La habitual falta de recursos creativos de los gerentes de programación indican que los cambios no se producen porque no hay un mango. Pero también porque se radicó una matriz cultural macrista en la que es mejor guardar el dinero que reinvertirlo en la producción. 

  • Tinellismo. Hubo que soportar nuevamente un año tinelliano muy copiado de sí mismo, la desaparición del unitario, ficciones familiares parecidas a varias películas, una novela de Polka que además de tener un título vergonzante transitó una falta de renovación de ideas que pareció una telenovela de los 60. (De las malas, claro, porque en los 60 hubo joyas.) 
  • Telenovelas. La ocupación del horario central a manos de una novela brasileña con identidad evangelista, más la invasión de las turcas y la incorporación de la primera hindú habla de un ahorro permanente de dólares para la producción nacional. Volvieron los problemas de la pseudo justicia con una idea de show claramente esperpéntico. 
  • La TV Pública. Navega entre ideas noventistas que se vieron en las tardes de Canal 13 de aquellos años e intentos de ser posiblemente pluralistas pero con mucha sospecha de lograrlo en serio. 
  • Los programas políticos. En decadencia con periodistas/conductores calificados de corruptos y noticieros cada vez más alejados del análisis serio de la coyuntura. 
  • Divas y no tan divos. Mirtha siempre inoxidable, Susana plenamente sin voluntad de estar al aire, casi que nos hace un favor de venir a divertirnos. Lanata minimizado, Fantino que insiste en preguntar obviedades y, en cambio, un Rial que se muestra de lejos como el mejor conductor que produjo este año un reloj propio para reírse de todo. 
  • Gran Hermano. Intrascendente, con un debate manipulado por Pamela al estilo Lita de Lázzari.
  • Rescates. Un año olvidable, básico, prescindible y previsible. Es desde el 2002 a la fecha, el peor año de la producción nacional. Sin embargo, hubo aciertos como La Leona, la mejor telenovela del año injustamente ninguneada en los premios de Capit, quizás El Marginal, las transmisiones de los shows de música desde el CCK, ciertos editados de Bendita riéndose de la tele en su totalidad y el Incaa recuperando concursos federales para producir pero esta vez con asistencia de los privados que precisamente no quieren poner esa porción que falta. 
  • El odio. No veo mucho más. Claro que soy parcial, porque es insoportable poder mirar esta tele argentina que genera violencia, anti solidaridad, competencia desleal, odio y reparos emocionales sin clamar a gritos que volvamos a entender que la tele entra en las casas sin permiso, y que por lo tanto nos tenemos que hacer responsables de los contenidos que generamos. Y parar con el odio. La tarde de Canal 13 con Fabbiani a la cabeza y la noche de América con Del Moro como gran simulador destilan irritabilidad, proponen violencia, rencor  y puteadas a granel. 
  • El rating. Se rajó de nuevo, otro año donde se pierden entre unos 5 y 6 puntos que migran al cable, a Netflix, a Directv. 

Gérard Depardieu dijo que le daba vergüenza ver tele argentina. Más allá que no tiene autoridad moral para hablar mal de nada, molesta porque hay una zona donde sabemos que es cierto. ¿Cuándo piensan volver los productores argentinos a producir como se debe? ¿Cuándo van a dejar de llevarse la plata a Uruguay y volver a reinvertirla en productos que pueden hacer un recorrido mundial como ocurrió hasta hace algunos años? ¿Qué tienen pensado para el futuro, muchachos? Deberíamos preguntarnos qué viene. El streaming. La posibilidad de armar vínculos comerciales entre varios players para generar contenidos compartidos. Porque hasta los panregionales necesitan varias pantallas para abaratar costos. La web se consolida cada vez más como generador de contenidos, aunque no se tiene en claro todavía la recuperación económica. Y el usuario como generador de contenido propio sea tal vez la esperanza en el futuro porque los actores protagónicos siguen en las nubes pensando que sus estipendios deben seguir en la estratósfera, y los proveedores se abusan de las necesidades de mercado. Los autores, en el medio, buscando horizontes con productores más arriesgados. Por eso aquellos productores que necesitan producir, que tienen interés en trascender buscan socios hasta debajo de la alfombra. Se vienen ficciones argentas en Netflix, en HBO, en TNT, en canales brasileros. El hábito de consumo cambió y las series internacionales tienen sus propios club de fans precisamente porque no dependen de los caprichos de los canales, sino de la voluntad de elegir entre un menú variopinto. Vemos series noruegas, danesas, coreanas. Y queremos ver más series con producción nacional. Sobran ideas, faltan recursos. Estamos frente a una auténtica crisis de gerentes: toda la responsabilidad está ahí aunque notemos y valoremos los malabares que hacen para que el presupuesto se magnifique. No está fácil, ni lo estará.