La desorientación del Banco Central para contener la corrida cambiaria y transmitir tranquilidad al mercado es notable. Esta semana, antes del anuncio del Gobierno de volver al Fondo Monetario Internacional, hubo una reunión clave del equipo económico en Casa Rosada. El presidente de la autoridad monetaria, Federico Sturzenegger, no tuvo mejor idea que asistir a ese encuentro con un modelo de equilibrio general para explicar las tensiones macroeconómicas. Esto sería solo un dato de color si no fuera porque el directorio del Central puso a sus técnicos a calibrar numeritos de un esquema walrasiano, mientras los grandes fondos de inversión iniciaron una de las corridas más fuertes de la historia local y llevaron el dólar por arriba de los 24 pesos. La tensión financiera de estos días excede la teoría y tiene impacto real en la población. La devaluación fue casi 20 por ciento en el último mes y no demorará en trasladarse a los precios internos.
El descontrol cambiario de mayo significa mucho más que una aceleración en la fuga de divisas. El fenómeno deja en claro que el modelo económico no pudo sostenerse en el mediano plazo. El programa de endeudamiento tenía un riesgo latente: que los capitales internacionales dejen de prestarle a la Argentina y que los fondos de inversión dejen de traer sus dólares para la bicicleta financiera. Era evidente que antes o después iba a ocurrir. Nadie adelantó que iba a pasar tan rápido. Pero ocurrió y ahora toca reinventar el modelo. La pregunta del millón ya no es si el dólar termina en torno de 24 o de 27 pesos. La incógnita es cómo se van a mover las principales variables macro y su impacto social.
El ingreso de la deuda externa en los últimos dos años (más de 100 mil millones de dólares) y de capitales especulativos había permitido mantener un tipo de cambio real y un gasto público bastante similares respecto de los registrados en 2015. Los niveles del Producto y del Empleo tampoco habían cambiado tanto e incluso la tasa de inflación se había ubicado en niveles del 25 por ciento (cifra casi idéntica a la del promedio de 2015). Estos indicadores sin la entrada masiva de deuda y de capitales especulativos ahora se vuelven insostenibles.
El modelo económico que se reinvente llegará con cambios macroeconómicos. La gran variable de ajuste probablemente sea el gasto público. El Fondo Monetaria Internacional lo pidió en la revisión del Artículo IV de diciembre pasado. En ese documento aseguró que era necesario un recorte más acelerado del déficit fiscal para disminuir la volatilidad y la expectativa de inflación. El Fondo no dudó a la hora de decidir en dónde hay que pasar la tijera. “Es esencial reducir el gasto público, sobre todo en los ámbitos en que las erogaciones aumentaron rápidamente en los últimos años, en particular salarios, pensiones y transferencias sociales”. Esto vendrá acompañado de caída de la actividad, retroceso de salarios reales y de incremento de la desocupación. No puedo ocurrir de otra forma si la consigna es un tipo de cambio alto y menos inflación.
El documento del Fondo Monetario de diciembre da muchas pistas sobre las medidas que pueden llegar a implementarse. “Se recomienda la adopción de un ancla fiscal a mediano plazo y de un mecanismo más riguroso para exigir el cumplimiento”. El programa del endeudamiento tenía un riesgo latente: que se corte el flujo de capitales. El nuevo programa de ajuste también lo tiene: la reacción de la sociedad ante los recortes en su calidad de vida. El bajo nivel de la deuda externa fue el primer colchón que se consumió la política económica. Ahora empiezan a consumirse el colchón del bajo desempleo y del alto nivel de consumo.