Los sondeos de opinión revelan un descenso en los niveles de aprobación al gobierno nacional. La caída del crédito ciudadano está lejos de ser dramática pero marca un nuevo escenario. Sin perjuicio de eso, la fragmentación opositora continúa siendo una importante ventaja para el oficialismo. La consigna “Hay 2019” es tan atractiva cómo imprecisa en definiciones. El interrogante central es: ¿cuál es el camino para rearmar un espacio opositor que trascienda los límites testimoniales?
En términos esquemáticos, las alternativas disponibles serían dos: 1) transitar un proceso de unidad sustentado en un acuerdo programático nacional–popular o 2) constituir una fuerza “constructiva y democrática, del centro nacional que se posicione como nueva oposición de cara al 2019”, según reza el “Consenso de Gualeguaychú”. De triunfar esa última postura, las opciones se reducirían a elegir entre un “original” y su “copia”. En otras palabras, el neoliberalismo quedaría consagrado como política de Estado.
Ese escenario no difiere de lo ocurrido en el continente europeo. La descomposición programática socialdemócrata, acelerada a partir de la “Tercera Vía” de Tony Blair, rebajó la calidad democrática. El Partido Laborista británico cansado de perder cuatro elecciones consecutivas (1979, 1983, 1987, 1992) avanzó en una profunda reformulación ideológica. El gobierno de Blair promovió la desregulación financiera y la flexibilización laboral. El sector financiero se transformó en el motor de la economía británica.
La idea de la Tercera Vía fue abrazada con fervor por los principales dirigentes socialdemócratas europeos. Por caso, Gerhard Schroder implementó reformas neoliberales cuando estuvo al frente del Ejecutivo alemán (1998–2005). Desde hace años, la más vieja socialdemocracia del mundo (el SPD alemán) integra un gobierno de coalición con la conservadora Angela Merkel. Un derrotero similar se produjo en Francia, España y Grecia.
El aggiornamiento socialdemócrata cosechó algunos triunfos electorales en el corto plazo. Sin embargo, la pérdida de identidad debilitó su influencia en la vida política europea. En la actualidad, el espacio vacante ha sido ocupado por formaciones nuevas en países como Francia y España. La excepción a la regla es la revitalización del laborismo inglés. Ese renacimiento se produjo bajo la jefatura de Jeremy Corbyn.
Las propuestas de ese veterano diputado londinense incluyen: aumentar los impuestos a los ricos, suprimir el pago de matrículas educativas, incrementar la construcción de viviendas sociales, renacionalizar los ferrocarriles. Ese regreso a las fuentes ideológicas posibilitó que el sindicalismo recuperara influencia en el seno partidario.
En el artículo “El renacimiento del laborismo británico”, publicado en El Diplo (edición 226), los periodistas Alland Popelard y Paul Vannier comentan que “parecen terminados los días en que algunas organizaciones se desafiliaron del partido (como la FIRE Brigadas Union, el sindicato de los bomberos, en 2004) en desacuerdo con la política neolaborista” impulsada bajo la jefatura partidaria de Blair (1994-2007) y Gordon Brown (2007-2010).
Las expectativas generadas por el nuevo líder partidario provocaron, a contramano de los pronósticos apocalípticos de los neolaboristas, un resurgimiento militante y electoral. Por ejemplo, Blair había advertido que elegir a Corbyn significaría la extinción partidaria porque sus ideas eran “propias de una fantasía al estilo de ‘Alicia en el País de las Maravillas’”. Nada de eso ocurrió. “Aunque siguen siendo minoría en Westminster, los laboristas lograron un avance histórico en las elecciones legislativas anticipadas de junio de 2017: tres millones y medio de votos y treinta escaños adicionales”, explican Popelard y Vannier. Una lección para Argentina: convicciones matan pragmatismo.
@diegorubinzal