Un relicario es lo contrario a un muro. Nos obliga mirar aquello que, se supone, no debería verse, que tendría que estar vedado a la mirada. La muerte no nos viste con las mejores ropas: mejor olvidar lo efímeros y débiles que somos. Erika Diettes no piensa lo mismo. La antropóloga y artista visual colombiana trabaja con los muertos, con lo que quedó de ellos y nos muestra, nos ofrece como en un altar, lo que queda de sus cuerpos, de sus vidas. Pero no cualquier muerto. Son muertos durante la frágil democracia colombiana, asesinados, desaparecidos. Vidas que se transforman en silencio, en pregunta imposible para los que son testigos de la ausencia y el rapto repentino. Cuerpos que aparecen en los ríos, en los parques alejados. Son víctimas de la guerrilla, los paramilitares o de la violencia social. Aparecen sin voz pero Diettes transforma el silencio en presencia. A cada muerto su altar. A cada vida sus presencias a través de sus objetos personales. A cada rostro, un retrato. Relicarios es una obra política, una obra en duelo y también es una obra metafísica que impone un ritual. La muerte violenta, y la figura del desaparecido, impiden el trabajo de duelo, el rito de la despedida, que la artista remedia con su metafísica de nichos, haciendo fracasar el proyecto perverso de invisibilizar.
Erika Diettes recorrió durante años territorios de Colombia signados por el conflicto armado y la violencia, acompañando y conversando con personas que perdieron seres queridos, recibiendo los objetos y la ropa que le fueron confiados para que ella desarrolle su obra: embalsamar, amortajar y hacerle un nicho transparente y con reflejos dorados, auráticos, a cada objeto, como el lugar de cada cuerpo. Relicarios es una cajita para guardar recuerdos, algunos dicen de los santos. En la obra de Diettes la caja deviene nicho, lápida, cuerpo, cobrando un sentido cercano a lo sagrado, que permite venerar lo expuesto, lo encontrado, lo hallado, lo existente, como objeto de culto.
En esa línea analiza la instalación Ileiana Diéguez, intelectual cubano mexicana, en su texto curatorial: “Es conocida la arcaica y potente relación entre tumba y corazón, entre enlutado y amante. Se ha dicho que el corazón es la casa del espectro de aquellos a quienes hemos amado, y que por ello la tumba es el corazón vivo donde habitan las sombras de los que hemos perdido. Los Relicarios que aquí se exponen reúnen como en un camposanto, la sacralidad de la vida a través de sus vestigios. Tienen ineluctablemente una poderosa carga aurática, no sólo por la condición única de cada resto de experiencia y vida que en ellos se consagra. Sino porque ante ellos y entre ellos emerge la communitas más arcaica, más singular de nuestra condición humana, la que nos permite estar religados con los muertos, con los afectos, las experiencias y pedazos de tiempos que sostienen nuestras vidas”.
Diéguez también trabaja la relación en torno al cuerpo, el arte, la violencia y el duelo. El libro Cuerpos sin duelo aborda las representaciones del cuerpo violentado, los vacíos que generan las desapariciones y los duelos no realizados. El lugar del arte como memoria del dolor.
El recorrido de Erika Diettes lleva ya varios años. En el 2005, en su obra Silencios, indagó la función –la condensación– en el retrato de los testimonios de sobrevivientes judíos de la Shoá que se refugiaron en Colombia. Desde ese momento su mirada estuvo anclada en la situación sociopolítica de su país. Empezó un camino que la puso en contacto con víctimas del conflicto armado interno de Colombia, esenciales para su investigación y su trabajo. Luego surgieron las obras Río Abajo (2008) en el que la artista recupera prendas de los muertos que aparecen flotando en los ríos, A punta de sangre (2009), Sudarios (2011), retratos en blanco y negro tomados mientras las mujeres víctimas del conflicto armado en Antioquia narran las trágicas experiencias del asesinato de sus seres queridos –hecho que presenciaron– y Relicarios (2011-2016).
Las producciones están relacionadas, no son independientes, ni en su sentido ni en su materialidad. Las obras se construyen como fragmentos de memoria, que mutan lo inmaterial en patrimonio cultural, histórico. La imagen evoca al desaparecido, el recuerdo cobra cuerpo y el nombre propio tiene ahora su camisa, su muñeco, su collar, sus zapatos. Recupera su espacio en la tierra, reúne sus partes y vuelve a ocupar el lugar que merece. Este transmutar en material la fragilidad de la ausencia lo logra la artista con obras enjoyadas, con la belleza propia de los elementos litúrgicos aunque desprovistos de religión. Aquí lo sagrado es cada nombre, cada persona, cada vida, cada cuerpo que ante las arbitrariedades políticas y sociales contrapone una ética de la presencia.
Permite la acción, desde el arte, de generar un ritual que dignifique el dolor de muchas familias que lloran la pérdida violenta de sus seres queridos, sin que nunca llegue la justicia. Diettes se mete con la historia y no espera.
Relicarios establece una arquitectura de la muerte, con el mismo orden de lápidas de los cementerios. Las obras son nichos horizontales que conforman pasillos, espacios necesarios para que caminen entre ellos los vivos. Porque vivos deberían estar. Pero aún muertos, vivos los recordaremos.
Relicarios de Erika Diettes se puede ver en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. del Libertador 8151. De martes a domingos de 11 a 21.