Maxi y Maia acaban de hacer un trío con un “chongo” que ya se fue. Esa experiencia los hizo cruzar una frontera, la de la materialización de la fantasía, y no hay vuelta atrás. Mientas Maia quiere volver a tener relaciones, o al menos un orgasmo, Maxi no puede dejar de buscar definiciones en su celular para eliminar incertidumbres. Todavía desnudos en su cama, la intimidad les permite esconderse del otro mientras una pregunta los sobrevuela: ¿estamos preparados para hacernos cargo de lo que deseamos?
“El título está muy pensado: tal vez dé vergüenza poner en acto el deseo. Ahí está la tensión, la parte dramática de este porno. ¿Qué me sucede cuando paso la fantasía al acto?”, le dice al NO Alejandro Casavalle, autor y director de Pornodrama 3.0: El borde del deseo. No es pornografía sino que el porno (soft) que pone en escena sirve como recurso teatral para desnudar el drama que atraviesa a esta pareja que explora sus cuerpos, deseos y miedos espejados contra las normas sociales.
El borde del deseo es el tercer pornodrama de Casavalle, quien desde el primero (en 2003) cambió bastante su idea de “lo porno”: antes era el plano detalle, el acto sexual mostrado casi como rebeldía. Hoy, lo sabe Casavalle, ver escenas de sexo es mucho más accesible. Pero hay una diferencia entre la circulación de imágenes e información y la experiencia: la mirada y el concepto no pueden reemplazar al cuerpo. “Hay más información que experiencias físicas”, opina.
También reconoce que los valores normativos hetero y patriarcales están en discusión, sobre todo entre los más jóvenes. Y a veces asumir esas disidencias puede ser conflictivo. “Es una tensión generacional, una capa geológica de la cultura. Hay un reseteo en nuestras cabezas. Empieza a aparecer una nueva configuración del sujeto”, afirma. “Está en jaque la figura dominante-varón, hay que repensarla, y también el lugar del deseo. Está todo en movimiento, y lleva su tiempo que algunas cosas se asienten.”
El dispositivo diseñado para la obra explota la dimensión voyeurista del teatro: hay una platea tradicional, lateral, pero también otra más pequeña y mucho más cercana, casi al pie de la cama, detrás de una persiana americana. El espectador-espía potenciado. “El teatro es tensión de los cuerpos sobre el escenario y también con el público”, analiza Casavalle.
Esta especie de hipervoyeurismo teatral es un desdoblamiento de la mirada: mientras unos están casi metidos en la escena, otros pueden ver la obra y además mirar a los que miran. “Está la platea tradicional y a la vez una parateatralidad, donde ves la obra y a aquellos voyeurs que están viendo el porno. ¡Que sos vos, también, pero desde otro lado!”, explica. Y señala que esa platea hipervoyeur es un desafío para algunos espectadores, porque mientras unos aprovechan y miran lo que sucede casi al alcance de su mano, “hay otros que no soportan la escena y empiezan a mirar los espejos, porque eso les permite el distanciamiento”.
* Sábados luego de la medianoche en en Nün Teatro, Juan Ramírez de Velasco 419.