“Gracias a todos los que alabaron el gran talento de mi increíble y querida hija. Estoy agradecida por sus pensamientos y oraciones, que ahora la están guiando en su siguiente estación. Con amor, la madre de Carrie”, escribió Debbie Reynolds en un comunicado el pasado martes 27, después de la muerte de Carrie Fisher. El miércoles, mientras estaba preparando el entierro, sufrió un derrame cerebral.
Así, horas más tarde, falleció a los 84 años, sólo un día después que su hija, la gran actriz que protagonizó el clásico Cantando bajo la lluvia (1952) junto a Gene Kelly y mostró un talento arrollador durante décadas en cine, teatro y televisión. Como en una especie de última llamada de atención, entre lo conmovedor y lo competitivo, terminó entrando, en papel casi estelar, a la despedida mundial que los medios gráficos y televisivos del mundo le hacían a su hija, la popularmente adorada princesa Leia, de Star Wars.
Los últimos años de sus vidas los pasaron muy unidas. Eran cómplices. Amigas. Se recriminaban pública y graciosamente cosas del pasado, siempre, pero sobre todo compartían risas. Una vuelta por internet basta para encontrar un montón de imágenes adorables. Carrie Fisher niña, nariz con nariz con la joven y hermosa Debbie Reynolds. La actriz ya adulta, besando con ternura a su madre, que la agarra de las manos yla mira con orgullo. Antes, sin embargo, tuvieron una relación conflictiva y hasta pasaron una década entera sin hablarse.
El cantante Eddie Fisher dejó a su familia cuando Carrie tenía menos de dos años y su hermano Todd acababa de nacer. Se fue con Elizabeth Taylor, hasta entonces amiga íntima de Debbie, que crió a sus chicos casi sola, cariñosa y absorbentemente. Ellas dos siempre tuvieron una relación tirante, de tanto amor y dependencia como rencor. “Ser mi hija fue difícil porque en la escuela el profesor le decía Debbie. Pero supongo que no estuvo tan mal, porque ahora yo soy la madre de la princesa Leia en cualquier lugar al que voy”, dijo una vez la rubia en una entrevista en el programa de Oprah Winfrey en 2011.
Hace pocos años también, entre risas pero filosa, Carrie develó la trastienda de una foto que era extraña para su posición política, demócrata. Antes de ser la protagonista de Star Wars, en su rol de hija de celebridad, se la ve adolescente y feliz en un saludo al presidente republicano Richard Nixon durante su presidencia a inicios de los 70. “Me dijiste que si no iba me sacabas las tarjetas de crédito, así que ahí estuve”, pinchó a su madre en vivo, por televisión. Lejos de cualquier tensión, la confesión generó una catarata de carcajadas de las dos.
Los problemas en serio entre ellas comenzaron cuando el segundo marido de Debbie, el empresario Harry Karl, las dejó en bancarrota al dilapidar su fortuna en el juego. Carrie pasó por un período oscuro de adicción a las drogas y el alcohol y la relación entre ambas se volvió agria, repleta de mutuos reclamos y ofensas. Esa es la época que años más tarde Fisher contó en Postcards from the Edge, la novela autobiográfica que publicó en 1987.
Aunque no tienen los mismos nombres, es la historia de una actriz joven que intenta hacerse un lugar en el mundo del espectáculo, pero no logra despegarse de la sombra de su madre, una estrella del Hollywood de oro que se abusa de su estatus para invadir y opacar la vida de su hija. Entre la competencia y el amor. Tres años más tarde, Mike Nichols llevó la historia al cine, Recuerdos de Hollywood, protagonizada por Meryl Streep y Shirley MacLaine. Como en una suerte de epilogo acorde a aquellos personajes de ficción más que basados en la realidad, Debbie terminó acaparando la atención al compartir la muerte con Carrie en un último y trágico gesto de inmenso amor y enorme endogamia.