“A nosotros nos une Lo que nos une”, juega con las palabras Gabriela Toscano, disparando la carcajada de su compañero de tablas, Germán Palacios. Los protagonistas de Lo que nos une, la obra que acaba de estrenarse en el Teatro Nacional (Corrientes 980), reciben a Página/12 en uno de los salones de la sala que, de miércoles a domingo, le devolvió a la Avenida Corrientes el drama teatral. En un circuito comercial plagado de comedias, Lo que nos une busca atraer a los espectadores con una propuesta que invita a ingresar a un universo teñido por una tragedia: el de una familia que acaba de ser atravesada por un suceso tan inesperado como doloroso. “Es una obra en la que el autor aborda el duelo familiar por la muerte de un ser querido pero en su complejidad cotidiana”, subraya la actriz. “Al no caer en el golpe bajo, termina siendo muy terapéutica. El público pasa por distintas emociones pero se termina yendo con una sonrisa”, agrega Palacios.
De larga trayectoria actoral, Toscano y Palacios se muestran entusiasmados por ser parte de Los que nos une. No sólo porque la obra es una adaptación local de la pieza por la que David Lindsay-Abaire ganó un premio Pulitzer al mejor drama en 2007. Tampoco porque comparten elenco con Soledad Silveyra, Maida Andrenacci y Tomás Kirzner, dirigidos por Carlos Rivas, que también se encargó de la adaptación. Más bien despliegan su felicidad por el hecho de haber podido estrenar una obra que tuvo que recorrer un largo camino para llegar a la cartelera. “Parece que era una obra que estaba destinada a ser contada por nosotros”, reflexiona Toscano. “Evidentemente –se suma Palacios– nos estaba esperando. Estuvimos por hacerla en 2011, cuando Adrián Suar (productor junto a Nacho Laviaguerre) nos convocó, pero por distintas razones no se pudo hacer y quedó flotando. De hecho, Adrián había perdido los derechos, porque se le habían vencido. Pero, por suerte, estaba tan caliente con la obra que los recompró y años más tarde se volvió a acordar de nosotros”.
–Y el entusiasmo, años después de aquella primera convocatoria, ¿fue el mismo? ¿Cómo funcionó esa situación en sus cabezas?
Gabriela Toscano: –Recordaba que la obra tenía algo triste y melancólico. Y cuando volví a leerla 6 años después, descubrí un montón de pliegues que no había sentido ni visto en aquella primera lectura. Ahí me di cuenta de que era un buen momento para hacerla. No es una historia que pueda resultar indiferente.
Germán Palacios: –Me había quedado algo resonando de la obra. Las ganas de hacer teatro, y de trabajar con Gabi (Toscano), poder compartir un escenario... Se sumó Carlos (Rivas) como director. Y el hecho de que sea una obra dramática fue un factor determinante. Poder hacer un drama resulta un privilegio. Y también un trabajo poco confortable, a priori.
–¿Por qué?
G. P.: –En el sentido de que no estábamos eligiendo una comedia, que requiere de un trabajo sacrificado pero tiene un tono más liviano. Todos sabíamos que Lo que nos une implicaba un compromiso y un desgaste mayor. El drama teatral siempre es un desafío interesante para los actores. Y esta obra era una buena oportunidad porque el material merecía hacer el esfuerzo. El drama es un género hermoso.
G. T.: –Hacer un drama en el circuito comercial es un desafío. Que la Calle Corrientes vuelva a tener como protagonista a la palabra es reconfortante. Es una obra en la que se dicen cosas trascendentes, que entretiene sin por eso quitarle profundidad.
G. P.: –La obra siempre se completa con la respuesta del público. Hoy, con algunas funciones sobre nuestras espaldas, podemos decir que despierta risas en la gente. Es muy reconfortante.
G. T.: –Es una obra en la que el autor propone abordar el duelo por la muerte de un ser querido pero en su complejidad cotidiana. No es un tema fácil de tratar, y sin embargo Lo que los une se anima a hacerlo con sensibilidad. Hay algo luminoso en la manera de acercarse al conflicto.
G. P.: –Hay humor en los personajes y en las situaciones que protagonizan. Pero es muy grato, desde arriba del escenario, sentir que la obra funciona en su complejidad. La risa suele acompañar el dolor más profundo. Y la obra dosifica el encuentro entre el drama y la risa sin pasarse de mambo. La obra es muy terapéutica, tanto para el espectador como para nosotros.
–¿El temor, por la temática que aborda, era ser rehén del dolor y no poder digerirlo?
G. P.: –La obra es el cuento que cuenta. Una tragedia siempre será una tragedia. Lo que nos une es una obra dramática, porque tiene un disparador que es dramático. Lo interesante de la propuesta es que desde ese desencadenante termina siendo una excusa para contar cómo una familia sigue atravesada por el duelo. La trama no se hunde en la pérdida, sino que la atraviesa para abrir un abanico mucho más amplio. Esa es la magia de la obra, que asume un registro aparentemente cotidiano para dar cuenta de un duelo que cada miembro de la familia lleva como puede.
G. T.: –La virtud de Lo que nos une es que el duelo cruza la obra pero sin estar explícitamente presente. De repente aparece, en otras ocasiones no... La obra muestra ese estado en el que caemos cuando nos pasa un hecho muy doloroso, pero tenemos que seguir viviendo mientras lo procesamos. La historia da cuenta de ese momento, de las cosas que se perdieron y de las que no, de cómo conviven con ese dolor tan profundo y cercano. No le tuvimos miedo al drama.
G. P.: –No es una obra melodramática ni cae en el golpe bajo. Esa es la maestría del autor.
G. T.: –Algo que está pasando es que los espectadores se van con una sonrisa en el rostro. La obra propone un viaje emocional en el que se entrelazan la emoción y la risa. La gente celebra pasar por las emociones que genera la obra. Es muy liberadora.
–Entre tantos espectáculos humorísticos, entre tantas comedias, Lo que nos une despierta otras fibras en los espectadores.
G. P.: –Todos somos plenamente conscientes de lo que estamos haciendo, del valor que tiene estar haciendo drama en estos tiempos. Los que tenemos cierta cultura teatral, hemos visto de todo. Cuando uno iba a “Teatro abierto”, en el contexto de una dictadura atroz, podía disfrutar de obras que tenían tono de comedia y también dramas profundos. El teatro es históricamente multigenérico. Más allá de las modas de cada momento, existen las buenas obras, las no tan buenas y algunas malas. Esa idea de que sólo se puede hacer comedia reduce el hecho teatral.
G. T.: –Lo que nos une es un puntapié de parte de los productores para que no haya tanto temor de hacer dramas. No hay que tenerle miedo. Esta obra es una invitación a mirar el mundo privado de una familia, logrando un clima de intimidad y cotidianidad muy interesante.
G. P.: –Una obra de Arthur Miller, cualquiera, no es una comedia. Y sin embargo, hasta no hace muchos años, uno estaba acostumbrado a ver en cartel alguna versión. No eran sólo comedias las que había en el circuito comercial. Había opciones de teatro con una dramaturgia social y comprometida. Tampoco tiene tanto misterio: estamos haciendo un drama. Puede ser tramposo creer que la obra habla sólo del duelo por una pérdida. Ese es el desencadenante, pero la obra tiene un abanico de problemáticas que la surcan. Habla de los vínculos, del amor, de la compañía. Cada personaje tiene un punto de vista sobre esa tragedia, completamente diferente. Y una evolución emocional distinta. El niño, la abuela, la tía, los padres...
G. T.: –La obra, incluso, trasciende al disparador. Uno puede pensar, también, en el vínculo de pareja. Cuántas veces en una pareja se piensa distinto o se toman distintas posiciones respecto de un hecho. Ese conflicto también es interesante.
–Recién, Palacios dijo que cuando se asumen roles dramáticos el compromiso es mayor. ¿A qué se refiere?
G. P.: –No sé si mayor. Me refiero a la densidad que implica hacer un drama. La comedia es algo muy serio, laboralmente, pero las risas son un motor que aliviana el esfuerzo y la concentración. En un drama, el viaje es otro.
G. T.: –No puede tener mentira. Hay que comprometerse como actor. Necesita verdad. Esta obra, de cualquier manera, tiene la característica de permitirnos entrar a ese mundo sin caer en un pozo sin fondo. Es muy placentero hacerla.
G. P.: –La actuación debe ser siempre lúdica. Si no lo es, te enfermás. Y si eso pasa quiere decir que no hiciste bien la tarea. Uno debe aprender a administrar energías, lo vas descubriendo. La energía que circula en una comedia es distinta a la del drama. Uno tiene que buscar que, independientemente del género, la interpretación sea un hecho lúdico, que sea gratificante y sanadora, incluso terapéutica. Tal vez lo más duro del drama es el momento de ensayos sin público. En ese proceso uno no tiene más que la visión del compañero o del director. No hay otra devolución. En un momento, con un contenido dramático, podés confundirte, te podés ensombrecer. Recién cuando apareció el público la obra dio a luz. Empezamos a darnos cuenta de que presenta claridad sobre el tema, permitiendo también momentos de risas.
–¿Cómo los movilizó a ustedes internamente?
G. T.: –Me movilizó la primera lectura, que para mí es la más importante, porque es lo que se imprime en el alma y en la mente. Hablar de un tema universal, que tiene que ver con la pérdida trágica de un ser querido, me resultó atractivo. Es una obra que nos toca a todos. Uno no puede escindirse totalmente de lo que cuenta.
G. P.: –Una cosa que me pasó cada vez que leí la obra fue que terminaba conmovido. Aún conociendo el texto, cada vez que volvía a él, ya sea para estudiarlo o para bucear en alguno de sus rincones, siempre terminaba emocionándome. Tal vez porque uno proyecta, no sé bien. Pero la sensación que me provocaba era la de saber que nadie sale igual del teatro, después de ver la obra. Es hermoso saber que el espectador no va a salir igual que como entra. En el teatro eso es muy importante. No siempre sucede. Los temas universales, las obras que están bien escritas, permiten que cada espectador se identifique con algo. Acá son cinco personajes, cada uno puede hacer empatía en distintas cosas.
G. T.: –A todos los que estamos involucrados en la obra nos pasó eso. Cada vez que la leíamos, en algún lugar del texto nos movilizaba. La obra no juzga ni pontifica; simplemente muestra.
–¿Cuesta encontrar propuestas de obras dramáticas en el circuito comercial?
G. T.: –Mucho. Podés encontrar, pero vas a ir con las carpetas bajo el brazo por todos lados buscando a alguien que las produzca (risas).
G. P.: –Me pasa que para subirme a una obra en el circuito comercial tengo que estar convencido. Me han ofrecido muchas que no he hecho. Básicamente porque no me coparon. Y hay que subirse todos los días al escenario. A medida que pasa el tiempo, y te alejás del escenario, el animal del teatro empieza a ponerse inquieto.
G. T.: –A mí me gusta trabajar en todos lados, pero siento que el teatro es el lugar más sagrado. Evalúo mucho qué hacer. Siento que me desarrollo mucho como actriz. Tenés que contar una historia de principio a fin en una hora y media. En la tele o el cine, los tiempos son otros, y uno entra y sale de la historia permanentemente. Hay muchas esperas. El teatro es un único momento creativo de concentración y entrega, de principio a fin.
G. P.: –Para nosotros el teatro es el espacio natural. Necesito volver siempre. Ojo: el teatro es religioso. Requiere salud, irte de tu casa a la noche y ordenar tu vida en función de horarios que suelen estar a contramano de los del resto del mundo. Pero es lo que nos gusta. Es un lugar de riesgo. Nunca se deja de crecer.
G. T.: –A nosotros nos une, además de esta obra, la idea de que la elección teatral tiene que ver con el crecimiento profesional. Somos conscientes del aprendizaje cada vez que subimos al escenario.