La historia real de Florencia Alifano supera cualquier drama de ficción, incluso en el final feliz. Cuando tenía un mes de vida, le fue arrebatada a su madre biológica, una adolescente analfabeta de 15 años que ya tenía otra hija de un año y vivía en Santa Fe, alejada de su familia formoseña. El robo de la beba fue planificado por los dueños de la casa en la que trabajaba la mamá de Florencia, junto a un médico. En 1985, cuando Florencia nació, sus padres adoptivos la recibieron en su casa sin tener conocimiento, en absoluto, sobre la turbia historia que estaba detrás de la dicha de tener una hija a la que adoran desde entonces. A los 18 años, cuando inició la carrera de Psicología, Florencia empezó a buscar a su mamá biológica. Desde los diez años sabía que era “una hija del corazón y no de la panza”, fórmula que usaron sus padres adoptivos para hacerle saber que los unía un vínculo de amor, no de sangre. Hoy es feliz porque reconstruyó su historia, encontró a su madre biológica, sigue unida a sus padres adoptivos, convive con una hermana –también adoptada– y conoció a otros seis hermanos con los que tiene hoy una buena relación. El final feliz fue posible por la gestión que hizo, un mes antes de morir, el mismo médico que la había separado de su familia de origen.
Para poder armar el rompecabezas del drama inicial, Florencia tuvo que moverse con almohadones de amor con sus padres adoptivos “porque ellos se sintieron desilusionados porque querían adoptarme, pero no de esta forma. Fue muy fuerte para ellos enterarse que habían recibido una bebé robada” por un médico al que conocían, sin saber lo que había hecho. Por otro lado, en la entrevista con PáginaI12, dice que para ella fue “muy importante” encontrarse con su mamá biológica “porque supe que fui una bebé querida por dos madres, la que me tuvo y la que me adoptó”. El trago más amargo lo vivió su madre biológica cuando “con mucho esfuerzo perdonó al médico que la había traicionado, en complicidad con una familia muy poderosa para la que ella trabajaba”. La historia, en primera persona, con algún toque de ficción y con los nombres cambiados, está contada en el libro La hija (ver aparte), del que Alifano es autora.
Florencia Alifano nació el 11 de noviembre de 1985 en el Hospital Cuyo de San Justo, provincia de Santa Fe. Estuvo un mes en manos de su madre de sangre, hasta que el médico y la familia para la que la joven mamá trabajaba como empleada doméstica, decidieron robarla y la entregaron a un matrimonio con el que el profesional tenía una relación por haber sido compañeros de estudios. El médico la entregó a sus padres adoptivos sin decirles nada del robo: les dijo que era una entrega en adopción consentida para que la niña tuviera un futuro mejor.
“En esas condiciones me adoptaron mis papás y viví buena parte de mi vida en San Justo, Santa Fe”, dice Florencia. Su madre biológica siguió viviendo en San Carlos Centro, departamento Las Colonias, a 40 kilómetros de la capital de la provincia y a más de cien de San Justo, donde ella hizo la primaria y la secundaria. Su mamá biológica sólo estuvo en San Justo para el parto. Florencia hizo la carrera de Psicología en la capital de la provincia y en eso estaba cuando creció en ella la necesidad de saber su historia y por qué razón la habían dado en adopción.
“Yo tenía 18 años cuando comencé a sentir la necesidad de encontrar a mi madre biológica, porque sabía desde pequeña que tenía padres adoptivos porque ellos me lo dijeron”. Considera que fue “un tema si se quiere gracioso, porque mis padres son rubios y de ojos celestes los dos, cuando yo soy morocha de ojos oscuros, igual que mi hermana, que tiene dos años menos que yo, y que también es hija adoptiva”. Ella se enteró a los diez años que la habían adoptado “porque en la escuela empezamos a hablar sobre de dónde venían los bebés y a mí, en mi casa, me habían dicho que venían ‘del corazón’ cuando todos mis compañeros decían que venían ‘de la panza’”. Su mamá le había dicho que le pidió una hija “a una estrella” y que de esa manera había llegado a su vida “por el deseo que ella tenía en el corazón”.
Ese día, Florencia regresó indignada a su casa, enojada con los otros chicos, diciendo que los alumnos no sabían “nada” sobre el origen de los bebés. “Mi mamá se empezó a reír y en ese momento recién me dijo la verdad, porque ellos habían tenido asesoramiento psicológico y le habían explicado que no era conveniente decirnos de entrada, a mi hermana y a mí, que éramos hijas adoptivas”. La pequeña Florencia se enojó mucho, al punto que les gritó a sus padres, que no lo eran, y se encerró en su pieza. “Se me pasó rápido el enojo y después mi mamá tuvo que ir al colegio a dar una clase sobre ‘los hijos del corazón’”.
El dilema, para Florencia, comenzó a los 18 cuando quiso saber de su madre biológica “sin comprometerlos a mis papás, porque a ellos les costaba abordar el tema y a mí también con ellos. En mi caso, porque me parecía que los estaba traicionando porque siempre me dieron amor y todo lo que necesitaba, y a ellos también les pesaba porque tenían miedo que los abandonara, como en esos novelones que estamos acostumbrados a ver”. La solución fue, entonces, “salir a buscar a mi madre biológica sola, sin comprometer a nadie, pero con el objetivo de saber por qué me había dado en adopción y tratar de entender”.
“El hecho de estar en la carrera de Psicología, donde hablábamos todos los días de esos temas, hacía crecer mi ansiedad y todas mis dudas”, señala Florencia, quien hoy ejerce esa profesión. En una charla con su padre, él le dijo que no podía acompañarla en su búsqueda “porque tenía mucho miedo de que encontrara a mi mamá biológica y que ella me rechazara otra vez, porque pensábamos que ella no me había querido como hija, que me había abandonado”.
Con la única compañía de un ex novio suyo, comenzó a buscar su historia con el único dato del médico que había participado en el parto firmando el acta de nacimiento. Era un hombre al que sus padres habían conocido de jóvenes, en la facultad, y que luego se habían distanciado porque él se fue a vivir a otro país. Enterada de que había regresado a Santa Fe, buscó su nombre en una agenda que tenía su padre. “Como en esa época no había celulares, ni Internet, con el número busqué en una cabina telefónica a qué lugar correspondía la característica del teléfono, que era de San Carlos Centro y había dos direcciones con el nombre del médico”.
Decidida, se trasladó con su novio a buscarlo y se presentó en una de las casas, sin aviso previo. “Llegamos cerca de las dos de la tarde, primero al consultorio, donde la secretaria nos dijo que estaba durmiendo la siesta en su casa, porque estaba un poco enfermo”. Tuvieron que ir a la casa, pero esperaron hasta las cuatro de la tarde. Tocaron a la puerta y los recibió un hombre que ella había visto en fotografías, en la fiesta de su bautismo, aunque estaba “muy deteriorado” porque venía arrastrando una enfermedad terminal. El la había visto cuando ella tenía un año y no la reconoció. Ella se presentó como la hija de Omar y de Griselda, y le comentó que estaba allí para que la ayudara a buscar a su madre.
Florencia cuenta que el hombre “se emocionó”, la abrazó y la hizo pasar a la cocina, donde se sentaron a conversar. El le dijo que conocía a su madre biológica, que vivía en San Carlos Centro. Ella le pidió los datos y le suplicó que no le contara nada a sus padres adoptivos. “Sobre mi madre biológica me dijo que era una mujer muy buena que trabajaba cuidando personas enfermas”. El médico le dijo que tenía el teléfono de su mamá y que podía llamarla para que se conocieran ese mismo día. “Yo le dije que no, que no tan rápido, porque además me contó que ella tenía otros hijos y lo primero que pensé fue ¿por qué no me quiso a mí?”. Para poder procesar lo ocurrido, Florencia pidió postergar una semana el encuentro y el médico admitió que era lo mejor.
Fue una semana dura porque Florencia vivía en Santa Fe con su hermana, que estudiaba Bioquímica, y no quería que se enterara de lo que le estaba pasando. “A la semana volví a la casa del médico, toqué la puerta y apareció ella, mi madre, con una rosa en la mano y llorando”. La sorpresa fue completa porque “apenas la vi, me sentí delante de un espejo, yo era igual a ella. Tanto la había pensado y estoy seguro que si la veía en la calle, sin saber nada de ella, hubiera sabido de entrada que era mi madre”. En la casa estaban las dos solas, y el novio de Florencia, porque el médico había decidido que fuera así.
“Ella lloraba tanto y yo estaba tan en shock, que muchas de las cosas que me dijo para contarme ‘su verdad’ me las aclaró después mi novio, porque yo me perdí la mitad”. Esa verdad era dolorosa: “Yo te quería tener, no te abandoné, a vos te robaron”. Florencia se quebró totalmente, mientras su madre le contaba que tenía “seis hermanos que saben de tu existencia desde el primer momento y a los que les hice jurar que si me pasaba algo, si me moría, que se comprometieran a seguirte buscando”. Incluso le aseguró que tuvo “muchos hijos, para llenar mi falta”.
Florencia supo entonces que era la segunda hija y que su madre la había tenido a los 15 años. En ese momento, su mamá biológica trabajaba en la casa de “una familia muy poderosa, en San Carlos Sur”. De origen humilde, casi analfabeta, la mamá trabajaba y vivía en esa casa con su primer hija, que tenía un año. La dueña de casa le dijo que la aceptaban con una hija, pero no con dos, y que tenía que buscarse un lugar cuando yo naciera. Cuando Florencia nació, a su madre, que estaba “sola en el mundo porque su familia, que vivía en Formosa, le había dado la espalda, firmó un papel que le dieron los dueños de casa, que le mintieron diciendo que era una autorización para irse con sus hijas a un hogar transitorio”. La mujer firmó, sin saber lo que había firmado: el consentimiento de dar a su segunda hija en adopción.
La madre de Florencia, cuando ella tenía un mes, dejó la casa para ir a inscribirla a su nombre, pero cuando volvió “yo ya no estaba y le dijeron que me habían robado”. Lejos de consolarla, la dueña de casa, la empleadora, la amenazó con denunciarla a ella por robo en caso de que denunciara la desaparición de su hija. “También la golpearon, la metieron debajo de la ducha para que se calmara”. En este punto, Florencia aclara que los dueños de la casa “tenían la patria potestad de mi madre, que era menor, porque ese derecho se lo había dado su propia familia cuando llegó de Formosa y eso llevó a que recién pudiera hacer la denuncia de mi desaparición cuando cumplió los 18 años”.
El problema agregado fue que, en el Registro Civil, su madre biológica la había anotado como María Claudia, cuando ella había sido inscripta como Florencia Alifano, de manera que era imposible encontrarla con un nombre que ya no tenía. Además, nadie tomó en serio una denuncia que fue hecha más de dos años después de ocurrido el hecho denunciado.
Su madre biológica, como Florencia hizo mucho después, tuvo que perseguir al médico “porque ella sospechaba que algo había tenido que ver, pero él nunca le dijo dónde estaba yo, y lo único que le decía era que se quedara tranquila, que yo estaba bien”. Lo más increíble del caso es que “el mismo médico que colaboró para que nos separáramos, fue el que luego, un mes antes de morir él, hizo posible el reencuentro”. Florencia cree que “si llegaba antes, cuando él estaba bien de salud, o si llegaba después de su muerte, no hubiera podido reconstruir mi historia”. A su madre biológica “le costó mucho perdonar al médico, porque él fue el culpable de todo lo que le tocó vivir, pero igual lo perdonó porque él se lo pidió antes de morir”. Los padres adoptivos “recién se enteraron dos años después que yo había conocido a mi madre biológica y a mis hermanos, porque me costó mucho contárselo”.