El castillo de naipes se derrumbó. Los acontecimientos de las últimas semanas expusieron la fragilidad del esquema macroeconómico y la subestimación de los riesgos que implica la dependencia del endeudamiento externo y los capitales financieros. El movimiento en estos dos años fue doble: se agrandó el desequilibrio externo y, al mismo tiempo, en los últimos dos años se eliminaron los resortes de contención. En esta coyuntura, el Gobierno cayó en el FMI mucho antes de lo imaginado semanas atrás, utilizando de manera apresurada esta “bala de plata”. 

El desequilibrio externo es el talón de Aquiles. El déficit de cuenta corriente casi se duplicó entre 2015 y 2017, pasando de USD 17.600 millones a USD 30.792 millones, es decir, del 2,5 por ciento al 4,8 por ciento del PIB. Y todo indicaba, por lo menos hasta esta semana, que este año iba a ser aún mayor.

El gobierno decidió desde su llegada desmantelar todos los resortes de contención, impulsando la desregulación de la entrada y salida de capitales, la eliminación de la obligación de liquidar exportaciones, el incentivo a la entrada de inversiones financieras, la quita de los encajes, la eliminación de los días mínimos de estadía en el país. 

Simultáneamente, se promovió una acelerada apertura comercial que, según la visión oficial era necesaria para “modernizar” la economía y aumentar las exportaciones. Los resultados distan de ser los esperados. Frente a un crecimiento (en cantidades) del 18,5 por ciento de las importaciones, las exportaciones lo hicieron en un magro 6,2 por ciento. Al margen del problema generado por la necesidad de dólares, una penetración aún mayor de bienes finales impactó negativamente en un amplio abanico de sectores productivos y en el empleo industrial.

Por lo tanto, la desregulación de la cuenta capital y la política comercial llevadas adelante por el gobierno actual ampliaron los problemas estructurales. Históricamente, la economía argentina presentó la dificultad de mantener el crecimiento económico con mejoras en la distribución del ingreso de forma sostenida, generando recurrentes crisis del sector externo (la denominada restricción externa). Ahora bien, el esquema de apertura financiera aplicado desde 1976 profundizó en magnitud y en duración las crisis económicas. Los capitales financieros –en particular de corto plazo– nunca constituyen un motor del desarrollo, sino que financian durante un tiempo burbujas especulativas que cuando explotan implican enormes ajustes para el país. 

Sin aprender de la historia ni tomar nota de otras experencias en países emergentes,la actual gestión avanzó hacia una fuerte desregulación financiera y comercial y, de esta manera, funcionó como catalizador del problema estructural de la restricción externa.  

La velocidad que tomó la salida de capitales en estas últimas semanas es consecuencia del tipo de fondos que ingresaron. Entre 2016 y 2017, la economía argentina financió sus desequilibrios externos con USD 69.000 millones de inversión financiera y USD 12.163 millones en concepto de IED (Inversión Extranjera Directa), según el INDEC.

La “lluvia de inversiones” que hubiera morigerado las necesidades de financimiento del déficit de cuenta corriente nunca llegó: el promedio anual de IED en el bienio 2016-17 fue un 50 por ciento menor que el promedio 2011-2015 (U$D 9.600 millones). Esta falta de confianza de los inversores internacionales tuvo su correlato en los actores de la economía doméstica, reflejado en el elevado nivel de fuga de capitales que alcanzó un máximo histórico de USD 22.148 millones en 2017.

La acumulación de reservas se mostró insuficiente para hacer frente a la corrida cambiaria y ante el primer sacudón fuerte, el gobierno nacional decide recurrir al FMI. Aunque todavía no se conocen las condicionalidades del préstamo, los antecedentes nos permiten imaginar las medidas de ajuste que se avecinan.

Los problemas estructurales no se solucionarán con las recetas que seguramente propondrá el FMI. Cuando revisamos el Análisis del Artículo IV realizado en diciembre pasado por el Staff Técnico del FMI podemos dilucidar a grandes trazos los ejes de la política económica que se recomendarán: reducción del gasto público, flexibilización laboral, apertura comercial, entre otros. O sea, más de lo mismo, pero posiblemente a una mayor velocidad. Más allá del ritmo, el problema sin dudas es el camino: las políticas productivas, comerciales y financieras que implican una profundización de los desequilibrios estructurales externos.

En definitiva, esta veloz caída en el Fondo y sus condicionalidades es una muy mala noticia para la economía argentina y sobre todo para los sectores más vulnerables, que siempre son los mayores perjudicados en un esquema de ajuste económico como el que nos augura un acuerdo con el FMI. Lamentablemente, una película conocida que no queríamos volver a ver.

* Directora de Radar Consultora.