El gobierno del presidente Mauricio Macri hace en estos momentos esfuerzos casi desesperados para demostrar serenidad ante la evidencia de una crisis que el oficialismo pretende atribuir a contextos globales y, una vez más, a la “pesada herencia” como último recurso para sacarse de encima la responsabilidad de los errores cometidos y la ineficacia manifiesta del “mejor equipo de los últimos cincuenta (y dos) años (y medio)”. Es uno de los postreros coletazos de una estrategia discursiva que le dio resultados al gobierno de la alianza Cambiemos y que hoy agoniza y naufraga en medio de un mar de mentiras pronunciadas de manera impúdica por ministros y funcionarios y de informaciones falsas que continúan emergiendo de las usinas de trolls. Hasta ese actor sin rostro llamado mercado desmiente y contradice a diario las “certezas” oficiales.
En cuanto a los presuntos respaldos internos a las medidas oficiales, en particular al pedido de auxilio al Fondo Monetario Internacional (FMI), poco es lo que puede contabilizarse más allá de las adhesiones tan incondicionales como carentes de argumentos convincentes que emanan de las filas de la alianza oficialista. No sería lógico, al menos por ahora, esperar que los “radicales-PRO” o que Elisa Carrió sinceren los temores -que también a ellos les asaltan- por el momento que está viviendo el país. Pero el gobierno quiso exhibir un respaldo más amplio reuniendo en la Casa Rosada a un grupo de gobernadores peronistas que, si bien se prestaron para la foto, guardaron prudente silencio y optaron por no manifestarse públicamente ni en favor del gobierno ni mucho menos en respaldo a las gestiones ante el FMI. Prefirieron ser “comprensivos” con el Presidente -necesitan dejar las puertas abiertas para no cancelar el diálogo en prevención de sus propias urgencias- pero elegir la vía del “silencio es salud” para no quedar totalmente pegados con los malos pasos dados por el oficialismo.
Nadie duda de que la crisis que afronta el país es de enorme magnitud. Pocos, muy pocos, creen que esto no se parece al 2001-2002. Menos aún, que el FMI cambió, que ya no es el mismo y que las exigencias que va a plantear serán distintas a las que afrontó históricamente la Argentina y, en tiempo mucho más reciente, Grecia. Cómo bien se ha señalado, el FMI es un banco multilateral, opera en el marco del capitalismo financiero internacional y en ese escenario no existe otra verdad que la frialdad de los números y de las ganancias del capital, muy ajenas a los sentimientos y desprovistas de cualquier consideración sobre cuestiones sociales. Ni siquiera el supuesto “gradualismo” de Cambiemos entra en los razonamientos del equipo que encabeza Christine Lagarde, aunque la jefa del FMI hable de respaldo al plan económico y le conceda, como una muestra de cortesía que el gobierno también vende como respaldo, cuarenta minutos al ministro Nicolás Dujovne que llegó hasta Washington sin audiencia concedida y pidiendo auxilio de manera desesperada a pesar, según dijo, que lo que está sucediendo no lo tomó de sorpresa.
Los apoyos que el gobierno tiene son los previstos. Algunos (Piñera y Temer, sirven como ejemplos) porque son socios ideológicos. Donald Trump entra en el mismo rubro pero además juega el doble papel de ser prestamista y garante en el Fondo donde también Estados Unidos es un decisor con la mayor influencia. Mientras facilita la posibilidad del auxilio para nuestro país Trump y los suyos imponen las condiciones para que la ayuda se concrete. Por distintas razones, todos son respaldos interesados y en defensa propia.
En lo local hasta los economistas (también los periodistas) que han ayudado a alimentar el relato de la lluvia de inversiones, el segundo semestre y los brotes verdes, hoy prefieren tomar prudente distancia de los dichos del gobierno. Quienes tienen algo de memoria y buscan no hipotecar el prestigio profesional que aún les queda saben que no existe un “FMI bueno”, si por eso se entiende un prestamista más condescendiente que “el mercado”. No se desmarcan del oficialismo, pero prefieren no exagerar en sus manifestaciones de apoyo. Saben que las consecuencias del mayor ajuste que exigirá el Fondo puede llevar al país a profundizar la crisis social con resultados imprevisibles. No quieren ser señalados como cómplices de lo que puede venir. Aunque ya lo sean por todo lo hecho hasta ahora.
El fin del relato amarillo puede ser también una nueva oportunidad para la oposición política, aglutinada más por el pánico que genera la política oficial que por sus propias virtudes. La votación en Diputados de la ley que intenta ponerle límite a los tarifazos es una manifestación de lo anterior. Sin embargo, no hay todavía propuestas que estructuren una respuesta propositiva y organizada a la acción devastadora del oficialismo. No menos cierto es que aún no se vislumbra desde la base una reacción política que corresponda a la gravedad y las dimensiones del daño que se está causando. Todo indica que el relato amarillo que hoy agoniza cumplió el papel de dejar inmunizada la conciencia de muchos. A tal punto que ni siquiera el miedo innegable que produce en la mayoría -sin distingo de oficialistas y opositores- la sola mención del FMI sirve de estímulo eficaz para alimentar la reacción. En esto no solo habría que señalar a la “oposición responsable” sino de manera muy particular a las conducciones gremiales, más ocupadas en cuidar su propia quinta que en resguardar los derechos de sus representados.
Si unos y otros, dirigentes políticos y sindicales, dejan pasar esta oportunidad serán junto con el gobierno directamente responsables del agravamiento de la crisis y de días que pueden ser aún más difíciles para el pueblo argentino.