El argumento oficial más vulgar para justificar el regreso a los créditos condicionados del FMI es que es la opción más conveniente porque se pactan a una tasa más bajas que la exigida en el mercado financiero internacional. Pese a que esta sentencia la repiten una y otra vez los economistas del establishment, la asistencia del FMI no es más barata. Por especulación ideológica algunos pueden ocultar el verdadero costo de esos préstamos o piensan que así se facilita el camino del ajuste de la economía. Otros, simplemente, lo hacen por conveniencia política. El FMI no es una organización filantrópica que reparte dólares a países en crisis.
Los créditos del FMI no son baratos ni en término de tasa de interés en función de los plazos de repago ni en los costos socioeconómicos asociados por recibirlos.
El FMI otorga préstamos a una tasa de interés un poco más alta que el costo de su capital y emplea esos ingresos para cubrir sus gastos operativos y aumentar reservas. La tasa que cobra el FMI es diferente a la de un bono. Es como esos contratos con letra chica que concentra una serie de condiciones leoninas para el deudor. El costo de un crédito del Fondo no es sólo la tasa de interés directa, sino que se debe adicionar la serie de condicionalidades que va imponiendo para entregar los dólares. Si se evalúan las devastadoras consecuencias económicas y sociales que tuvieron las políticas instrumentadas en los ‘90 impulsadas por el FMI (flexibilización laboral, reforma previsional, apertura y privatización), la tasa de interés implícita de esos préstamos resulta carísima.
La economía macrista desembarcó en el FMI después de “amigar” a la Argentina con el mercado internacional. Eliminó el denominado “cepo” cambiario y pagó lo que pedían los fondos buitre para clausurar un litigio de más de diez años en los tribunales de Nueva York. Después de dos años de orgía especulativa con capitales especulativos, llegó al mismo lugar de no tener acceso al crédito del mercado internacional y tener que afrontar una elevada tasa de interés como cuando la economía funcionaba con “cepo” cambiario y enfrentaba un litigio judicial y mediático intenso con los fondos buitre. Es un recorrido extraño que debería incomodar al mundo conservador.
La diferencia sustancial entre un momento y otro es que la economía macrista es más costosa, por el pago a buitres, más perturbadora, por la eliminación de los controles de capitales y cambiarios, y más sometida, por quedar atrapada en planes de ajuste supervisados por el Fondo Monetario Internacional.