En otro de los capítulos de los funcionarios diciendo cualquier cosa sin interlocutores que los interpelen, el ministro Nicolás Dujovne aseguró que el actual Fondo es distinto al de los 90. Después de los estrepitosos y costosos fracasos en América latina y de la crisis internacional de 2008, el FMI empezó a tener un discurso público más amable en lo social y flexible en materia económica, pero poco y nada ha cambiado en sus recomendaciones de política económica.
En textos de divulgación técnica señala que, en ciertas circunstancias, es recomendable el control de capitales especulativos y la expansión fiscal. Pero su visión de la economía sigue siendo ortodoxa, privilegiando las medidas ofertistas (por ejemplo, la desregulación laboral) para impulsar la inversión privada.
Las últimas dos revisiones de la economía argentina realizadas por técnicos del Fondo en el marco del Artículo IV, examen que el gobierno de Macri aceptó luego de años de rechazo del kirchnerismo, reiteran el recetario tradicional y conocido de la ortodoxia. Indican que existe un gasto público elevado y que debe bajar en los rubros social y previsional (reforma con suba de la edad de jubilación y habilitación de la privatización parcial del sistema) y salarial (despidos de empleados públicos). Señalan que la apertura comercial no es suficiente (más importaciones que desplazarían producción nacional) y critican la rigidez del mercado laboral apuntando a los convenios colectivos de trabajo (debilitar la organización de los trabajadores en sindicatos).
Lo cierto es que esas propuestas del Fondo no son distintas a las que postula el gobierno de Cambiemos. Existen coincidencias ideológicas y políticas entre los técnicos fondomonetaristas y los funcionarios macristas en la definición del rumbo que debería tener la economía. Por eso no hay imposición del Fondo al gobierno de Macri, sino evaluación del escenario político para poder implementar esas reformas.
Nemiña escribió en “El regreso del consejero”, publicado en el portal Panamá, que el FMI ha vuelto a ser una influencia de peso sobre la política económica argentina. Sin embargo, apunta que la caracterización de su influencia como la de un guionista parece inadecuada, puesto que “la idea de un guión implica concebir al Gobierno como un actor pasivo, una suerte de “títere” que reproduce sin mediaciones los mandatos externos”. Nemiña indica que, sin negar la creciente injerencia del FMI en la política económica, éste parece más un apuntador que recuerda un guión construido a partir de la confluencia de la agenda de ambos actores.
El crédito stand by serviría como un factor disciplinador para que la oposición política “racional”, como denomina la red de medios oficialista a la que ha sido colaboracionista del modelo macrista, brinde el apoyo a un programa sociolaboral regresivo. La estrategia del miedo ha comenzado a desplegarse, como en situaciones económicas similares en el pasado, advirtiendo que si no se aprueban leyes que recortan derechos sociales y laborales, como las comprometidas con el Fondo, se interrumpirá el flujo de dólares del exterior, lo que provocaría una crisis más fuerte. Es la justificación que el jefe de gabinete, Marcos Peña, comenzó a diseminar, diciendo que avanzar en un acuerdo con el FMI fue una decisión para evitar una recesión y preservar el “gradualismo”.