PáginaI12 En Francia
Desde París
Narrativas de algodón y reglas de acero: el “nuevo” Fondo Monetario Internacional presidido por la ex ministra de Economía de Francia Christine Lagarde parece actuar con la Argentina como lo hizo con Grecia. Al mismo tiempo que alentaba a los Estados europeos de la zona Euro a facilitar la reestructuración de la deuda griega, el FMI mantenía su bastión argumental y programático que consistía en exigir reformas radicales. Y en el mismo momento que pronunciaba palabras de respaldo, el FMI se negaba a reestructurar los 30 mil millones de euros que el Fondo le prestó a Grecia a cambio de una camisa de fuerza de ajustes.
Para la sociedad griega, el FMI es el emblema de todos los sacrificios impuestos desde 2010: pérdida del 30 por ciento de los salarios, recorte del sueldo mínimo, pobreza en incremento, poda en las jubilaciones, servicios públicos sin presupuesto, aumento de impuestos, tarifazos. En 2015, el primer ministro Alexis Tsipras calificó la conducta del FMI como “criminal”. Tal vez, la mejor definición moderna de este proceso que tiene a los organismos de crédito multilaterales como protagonistas la haya ofrecido el ex ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, en esa obra cumbre publicada en 2017: “Comportarse como Adultos”. Allí, Varoufakis sintetizó las innumerables reuniones mantenidas en medio de la tormenta griega con el Eurogrupo y la famosa Troika (el BCE, Banco Central Europeo, el FMI y la Comisión Europea). Varoufakis escribe: “cuanto más erróneas son las políticas, más necesario es el autoritarismo –el iliberalismo– para imponerlas. Como Lady Macbeth, se comete un crimen para cubrir el crimen original, luego otro crimen para cubrir el segundo”.
En Grecia, el FMI cometió reiterados errores: el primero, desde su creación en 1944 el Fondo nunca le había prestado tanto a un país como lo hizo con Atenas, incluso cuando los números griegos demostraban el absurdo de ese desembolso. El entonces director gerente del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn, abrió la caja fuerte del organismo con la perspectiva de falsas estimaciones: el FMI calculó que el PIB caería en un 5,5 por ciento entre 2009 y 2012 cuando en realidad descendió un 20 por ciento. Igualmente, estimó que el desempleo llegaría al 12 por ciento pero el porcentaje fue del 25 por ciento. Ello acarreó el llamado proceso de “devaluación interna” a través de políticas de austeridad. Como Atenas pertenecía a la zona Euro, no podía devaluar su moneda entonces devaluó a la sociedad. Uno de los aspectos más controvertidos de los préstamos concedidos por el fondo radica en que el FMI, luego de la crisis de la deuda argentina, reelaboró nuevas reglas para los futuros préstamos: Grecia no cumplía con ninguna de ellas. El periodista Paul Blustein, en el libro Laid Low: Inside the Crisis That Overwhelmed Europe and the IMF (2016, GIGI), cita un memorando firmado el 4 de mayo de 2010 donde Olivier Blanchard, uno de los responsables del FMI, ponía en tela de juicio la capacidad de Grecia para reembolsar el crédito que el organismo le otorgaría seis días más tarde. “La reactivación económica tendrá más bien la forma de una ‘L’ con una recesión más profunda y más larga que la prevista”, escribió Blanchard. El organismo tenía más reservas que certezas pero cedió. En el primer semestre de 2010, la Unión Europea desembolsó un primer plan de ayuda de 80 mil millones de euros y el FMI 30 mil millones. Yanis Varoufakis, antes de ser ministro de Finanzas (2015), llamó a ese proceso de quiebra y rescate a cambio de poner de rodillas a las sociedades el “Rescatestan”. El FMI se equivocó dos veces: con los cálculos que lo condujeron a entregar el dinero a Atenas, y con los que se hicieron después en función de las medidas de ajuste y austeridad. Los primeros eran falsos y los segundos, o sea, los objetivos, incumplibles. En enero de 2015, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz escribió en su blog a propósito de las experiencias griegas y argentinas: “en los dos casos, las instituciones financieras pretendieron restablecer la viabilidad mediante ‘ajustes estructurales’. Ahora bien, esos programas, aceptados y ejecutados con presiones, no funcionaron”.
El primer ministro griego, Alexis Tsipras, evitó el default argentino del 2001, el Grexit en el caso griego, pero no el default con el FMI: en julio de 2015 no cumplió con el pago de 1.600 millones de dólares. Como el mismo Tsipras lo reconoció en una entrevista publicada en 2012 por PáginaI12 , a Grecia la salvó su entorno europeo. “Como estamos en la Zona Euro, el FMI no tiene las cosas tan fáciles como en la Argentina. Si nos abandonan, las consecuencias serían muy importantes para los otros países de Europa. Nuestra economía representa el 2,5 por ciento de Europa. Además, el euro es la segunda moneda de reserva en los bancos mundiales”. Al igual que la Argentina, la experiencia griega de la deuda ha sido una incontenible estela de errores: se sometió un país a los peores sufrimientos con un empeño tan profundo como la ceguera que motivó las medidas impuestas (un informe interno del FMI lo reconoció en 2016: The IMF and the Crises in Greece, Ireland, and Portugal). “Lo que han hecho con Grecia tiene un nombre: terrorismo”, dijo Yanis Varoufakis en una entrevista publicada en 2015 por el diario El Mundo. Los expertos lo llaman de otra manera: “extend and pretend” –como si nada. Seguir prestando y prestando pese a la insolvencia evidente para no perder por otro lado. Para llegar a ese camino sin salida, el FMI no dudó en modificar casi en secreto las modalidades necesarias para otorgar crédito (lo demuestra el informe).
Paul Blustein describe paso a paso el proceso interno del FMI al cabo del cual, a través de negociaciones secretas con otros actores europeos, puso en marcha una de las peores crisis del Siglo XXI. Blustein no hace críticas ideológicas contra el Fondo sino que describe el mecanismo garrafal que condujo a lo que él mismo llama “la austeridad improductiva” y a la inmolación de una sociedad. El FMI fue el tutor de esa hecatombe. Hoy, tres años después del momento más crítico de la situación, todos los especialistas coinciden en afirmar que, a partir de 2010, el endeudamiento fue el factor del hundimiento de Grecia y no su salvación. Las investigaciones publicadas desde entonces demuestran que Tsipras y su equipo económico tenían razón, pero la Troika mantuvo la “filosofía” del memorándum de 2010 (el mega préstamo del FMI y Europa). Tsipras y Varoufakis exigían la restructuración de la deuda y menos austeridad, pero la Troika mantuvo la lógica del 2010 y, con ello, “forzó la realidad” (Blustein) y aplicó una sórdida e ineficaz punición con la firma de un tercer memorándum (2015) que fue una copia del fracasado de 2010. Nadia Valavani fue vice ministra del presupuesto hasta 2015. Renunció cuando Alexis Tsipras abrió el paso al tercer memorándum. En el libro Troisième mémorandum-Le renversement d’un renversement, Éditions Livani Atenas 2016, Valavani narra la indiferencia del FMI, los errores de cálculo y la obsesión por los ajustes sin mañana: “los acreedores consideran que la economía griega tiene que ser sacrificada y que los contribuyentes son máquinas cuya única función consiste en pagar como los condenados de una colonia de la deuda”. A menudo se comparó los casos de la Argentina y de Grecia. La postura del FMI ante Grecia a partir de 2010 bien merece un análisis muy estricto. Si las condiciones de los memorándums propuestos ahora son similares a las que sometieron a Atenas en 2010, Argentina empieza a transitar por un patíbulo no muy distinto al que encerró a Grecia.