Ayer a la mañana falleció el artista argentino Adolfo Nigro, cuya salud se venía deteriorando de a poco desde hace un tiempo.
Nigro había nacido en Rosario en 1942 y vino con su familia a Buenos Aires a comienzos de la década del cincuenta. Egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano en 1960 y estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en 1962. Se formó además en talleres particulares como el de Víctor Magariños. A mediados de la década del sesenta vivió unos años en Montevideo, donde se vinculó con los que habían sido discípulos e integrantes del Taller Torres García. Allí estudió con José Gurvich desde 1966, el gran artista uruguayo que por entonces comandaba el Taller de Torres. En aquel tiempo recibe Nigro el legado constructivista y la visión del arte como un campo de la cultura inscripto dentro del humanismo.
Nigro presentó su primera exposición individual en Montevideo en 1966 y desde entonces realizó decenas de exhibiciones nacionales e internacionales.
A lo largo de los años siempre se comprometió con la causa de los derechos humanos –formó parte del grupo Artistas Plásticos Solidarios–, lo cual se registra, en numerosas muestras y publicaciones. En 1989 recibió el Gran Premio de Honor del Salón Nacional de Bellas Artes, y en 1994 el Premio Trabucco de la Academia Nacional de Bellas Artes, que son los principales reconocimientos oficiales a la carrera de un artista plástico argentino. También ilustró numerosos libros de poetas y escritores. En 2004 presentó una gran retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta.
A través de las distintas exposiciones del artista, podía verse que a pesar de estar separadas por décadas, sus obras (pinturas, dibujos y objetos) lucen como concebidas por una misma manera de enfrentar el hecho artístico, entre la libertad y la sujeción, entrelazando una trama suficientemente abierta como para crecer y expandirse y, por otra parte, relativamente cerrada, como para perfilar un estilo y un sentido. Pareciera que Nigro hubiera proyectado su poética y su estética de entrada y de una sola vez.
Hay una estructuración característica de su obra, según el cual la parte funciona como una molécula del todo y la relación entre el fragmento y la totalidad es sumamente estrecha y a la vez dinámica y orgánica. Como si la parte, la pieza individual, contuviera todos los atributos y toda la complejidad del cuerpo mayor de obra al que pertenece.
Parte de esa habilidad de condensar sentidos en un fragmento sucede por la huella que dejó su formación en el Taller de Torres García, bajo la dirección de Gurvich.
Como había sucedido con el propio Gurvich mientras estudiaba con Torres García, Adolfo Nigro comienza a elaborar, como discípulo de Gurvich, un repertorio de imágenes propias y a hacer un uso particular del color, a partir de los fragmentos, patrones y estructuras que componen sus cuadros y dibujos. Cada elemento, como si fuera un fragmento de memoria, pasa a funcionar en un contexto mayor en el que se estructura una imagen totalizadora. La estructura es suficientemente abierta como para contener cualquier forma, cualquier evocación, reproducción o repetición.
El concepto de estructura del cual deriva el constructivismo en las artes visuales parte de Platón, pasa por Descartes y por las “categorías” kantianas, hasta llegar a la teoría lingüística chomskiana y al estructuralismo europeo. Se tata de una tradición epistemológica que postula el carácter innato de ciertas estructuras rectoras de la percepción, las cuales determinan una serie de predisposiciones del pensamiento según reglas muy generales y abstractas. Según esta teoría, las ideas innatas moldean y dan forma a la experiencia.
En la tradición seguida por Nigro hay un doble equilibrio: por una parte entre lo popular y lo culto. Por otra, entre lo universal y lo regional. Se trata de la construcción de una poética que da cuenta tanto de una identidad como de cuestiones más universales.
En la búsqueda por resolver las dicotomías periféricas entre culto y popular y entre cultura global e identidad regional, resulta clave la noción de estructura sobre la que el artista plantó su estética.
En esa especie de grilla abarcadora, caben todos los temas: la estructura toma la forma y a su vez conforma cada tema. Hay que tener en cuenta que cuando se habla de estructura en Nigro no se trata de un esquema rígido, sino de un sistema dinámico de inclusiones inagotables.
Desde esta perspectiva, el collage y el objeto, como categorías formales, casi como géneros privilegiados, responden por su flexibilidad a este modo de concebir la producción artística. Nigro logró a través de ellos generar un mundo propio, incluso en el marco del constructivismo, que crea una fuerte red de dependencias estructurales.
En la obra de Adolfo Nigro, más allá de funcionar como maquinaria artística y como red invisible de la imagen, esa estructura también puede corroborarse en la estructura temática. Temas específicos, como la obra de un escritor o de un poeta, o el paisaje y la vida cotidiana de un pueblo de pescadores, o temas más generales, como el agua, le sirvieron al artista como puntos de partida, y a la vez como hilos conductores a partir de los cuales realizó numerosas series.
Recuerdo especialmente las tres oportunidades en que Nigro, junto con León Ferrari, Luis Felipe Noé y Rep (en 2008 y 2009) y luego junto con Noé, Eduardo Stupía y Rep (2010), formó parte de la realización, a ocho manos, de los murales que pintaron en conjunto, durante varios días cada vez, en la sede de este diario. Se trató de murales que fueron exhibidos en los stands de PáginaI12 en la Feria del Libro.
Para Adolfo Nigro la obra de arte siempre fue un artificio complejo, una incrustación hecha de citas, memorias, retazos autobiográficos, objetos perdidos, recuperados o atesorados. Desde tal punto de vista, el arte sería el resultado de la destilación de una experiencia de vida.
* Mañana miércoles a las 13.30, será cremado en el cementerio de la Chacarita.