Deseo que los maniquíes y las reglas dejen en paz a nuestros cuerpos.
Que las vendedoras no se carcajeen al pedir calzado número treinta y seis.
Deseo que las mandíbulas no se caigan al visibilizar nuestra invisibilidad.
Deseo que dejen de vernos como principitos tiernos, somos guerreros en frasco chiquito.
Deseo que las varas de dolores dejen de creer que no padecemos, el autoestima roto duele tanto como el cuerpo.
Deseo más ginecólogas que sepan tratar a tipos a almas y a cuerpos.
Deseo residentes con cero en morbo y diez en empatía en los hospitales.
Deseo entrevistas laborales donde el ser trans no borre las sonrisas de los reclutantes.
Deseo que el machismo que nos negaron de mamar pero bebimos a escondidas y de arrebatos de la botella se vaya de las mentes dueñas de cuerpos disidentes.
Deseo que los traumas de los machotes dejen de hostigar a nuestras diferencias y que las princesitas reconozcan que la enormidad lastima y no está tan buena.
Deseo un mundo donde las mastectomías no sean el experimento de nadie, deseo no ser conejillo de indias ni tela de sastre.
Deseo que los que aplauden nuestro coraje levanten la voz y la bandera cada vez que algún oxidado hable.
Deseo una libertad plena donde tu nombre y tu voz valgan aunque el resto vea un ente o una nena.
Deseo que los oídos griten más que las lenguas torpes cuando nos interpelan.
Deseo que el dramatismo y la debilidad impuesta nos abandonen, y oír más carcajadas de tipos trans en las veredas.
Deseo maestras de primaria atentas a nenes de rosa social llorando en los rincones sin lágrimas, convencidos de que los muchachos no lloran.
Deseo faloplastías y metaidoplastías a la mano de quien las necesite y o las quiera, donde la sensibilidad erógena y la microconexión de nervios no se queden en el camino por ahorrarse a un microcirujano o algunas horas.
Deseo sobre todas las cosas que ser un hombre trans no sea una rareza, que las almas se convenzan de una vez de que hay más allá de su ombligo y su cabeza.