Marilú Rojas Salazar es teóloga y feminista. Ingresó a los 16 años a un convento en el sur de México y, desde entonces, adoptó la vida religiosa. Pero se dedicó al estudio y la investigación de la Biblia desde otra mirada, muy distante de la hegemónica. Así, encontró mujeres invisibles en el texto bíblico, y también argumentos para defender la despenalización y legalización del aborto. Vino a la Argentina para exponer en el Seminario Internacional “Religión, sexualidad y aborto: La autonomía de las mujeres en debate”, que se desarrolló en uno de los salones de la Cámara de Diputados, en el marco del debate sobre el aborto (ver aparte). En esta entrevista de PáginaI12, compartió su postura y señaló que la palabra “aborto” no aparece ni una vez en la Biblia. “Estamos defendiendo dejar de sacrificar otra vez a las mujeres en aras de un discurso patriarcal”, sostuvo. También destacó que la Iglesia “no determina” el momento en que se empieza a ser persona. “Cuando hablamos de una Teología de la Liberación en América latina tendríamos que hablar también de una Teología de la Liberación Feminista que tome en cuenta la principal opción de los pobres, pero sabiendo que el sujeto más pobre entre los pobres son las mujeres. Si queremos ser coherentes y estamos a favor de la vida, necesitamos también estar a favor de la vida de las mujeres”, afirmó.
La entrevista transcurre en un salón del palacio legislativo. Hace unas horas llegó al país desde la ciudad de México, donde vive, invitada por Católicas por el Derecho a Decidir, y se queda por algunos días, para participar de varios espacios de debate y reflexión sobre el tema del aborto, en distintas provincias.
–Cuénteme de su familia...
–En mi familia había oportunidad para que las mujeres estudiaran. Mi padre era de la idea de que las mujeres tenían que superarse, salir adelante, independientemente de los hombres. Sin embargo, no puedo negar que haya sido una familia patriarcal, típicamente mexicana, del sur de México.
–¿Por qué eligió ingresar a la vida religiosa?
–Entré a un convento a los 16 años, por opción propia, no por obligación, porque para mí eran claras dos cosas: no tener hijos y no casarme. Y la vida religiosa era una opción en ese momento como espacio de libertad y autonomía.
–¿Sigue viviendo en un convento?
–Ya no.
–Suena contradictorio que una mujer busque autonomía y libertad en la religión católica.
–La vida religiosa puede ser un espacio de realización de otros roles que no son ser madre ni esposa ni estar siempre bajo la dependencia de un varón. Claro que hay contradicciones pero ¿qué no es contradictorio en la vida? No hay un cristianismo homogéneo, único, hay distintas formas.
–Pero hay una que es hegemónica...
–Claro que sí. Es hegemónica y patriarcal, por eso justamente soy feminista para cuestionar ese sistema que también es jerárquico, y deconstruirlo desde su interior.
–¿Cómo se hizo feminista en un convento?
–Estudié Teología y una de mis profesoras, que incursionaba en la teoría feminista, fue quien me inspiró a seguir este camino.
–¿Qué fue descubriendo?
–Una de las primeras cosas que descubrí y que me gustaba es que había otras posturas e interpretaciones bíblicas que no eran las tradicionales, que se podía leer la Biblia desde otras categorías, como visibilizar a las mujeres invisibles a la mirada patriarcal en el texto bíblico, como descubrir a partir de la teología feminista que las cosas que te dicen que dice la Biblia no están sustentadas en eso que te dicen que dicen, porque habrá que interpretarlas. El contacto con mujeres que han sufrido situaciones dolorosas, como es el aborto, de marginación u opresión, por ser mujeres, estos sufrimientos han sensibilizado en mí esta opción por que las mujeres tengan el derecho a decidir sobre sus cuerpos, sexualidades y sobre si quieren o no quieren tener hijos.
–¿Qué historias de mujeres descubrió en la Biblia?
–Descubrí, por ejemplo, que están Sara, Agar, Lía y Raquel, que hacen pactos de mujeres para poder sobrevivir en un mundo patriarcal. También la figura de María Magdalena, como la testigo ocular de la Resurrección, a quien finalmente Jesús decide dejar como encargada de la primera comunidad. No es a Pedro a quien se aparece Jesús resucitado, no es a los 12 apóstoles a quienes primero había elegido para ser los testigos oculares de la resurrección. Es a una mujer y es a ella a quien deja como líder de la comunidad cristiana. Gregorio El Grande, en el año 591, en una homilía la confunde con una prostituta y la llama pecadora. A partir de ese momento en la Iglesia pasa a ser prostituta y pecadora, pero no lo era...
–Y aunque lo haya sido...
–Claro... pero tenemos los datos de que era la mecenas de Jesús: una mujer que con su riqueza y sus bienes contribuía a ese grupo que había formado Jesús para un proyecto de vida. María Magdalena es una mujer muy importante, pero que a lo largo del tiempo la tradición patriarcal de la Iglesia la ha colocado en categoría de prostituta y pecadora. La historia tendrá que reivindicarla.
–¿Recibió sanciones por esta mirada de la Biblia?
–No, porque cuando nosotros vamos al estudio bíblico encontramos que en el idioma original del texto bíblico, el arameo, no se dice qué se interpreta. Entonces, bíblicamente no estoy incurriendo en ningún error. No he sido sancionada porque no estoy contra de los dogmas de la Iglesia. Estoy rescatando una interpretación a la que tenemos derecho las mujeres.
–¿Cómo se puede ser feminista dentro de la Iglesia Católica?
–No es antagónico. En la sociedad insistimos mucho en los opuestos, o eres bueno o eres malo, o estás dentro de la institución o estás en contra, y yo creo que se puede hacer las dos cosas: el mejor servicio que podemos prestar a la institución es cuestionarla y criticarla, para que sea mejor y se supere y para que esté al servicio de la sociedad. Cuando colocamos a las instituciones en carácter de autoridad, sobre la sociedad, estamos sacándolas de su misión originaria. Yo amo a la Iglesia, pero no la amo como está: no la amo jerárquica, patriarcal, misógina, racista, homofóbica. La amo, inclusiva, abierta, inclusiva, que sea capaz de abrirse a la realidad y a las necesidades de una sociedad.
–¿Cree que alguna vez la verá así como usted la ama?
–Espero que sí.
–¿Se puede ser católica y defender la despenalización y legalización del aborto?
–Sí, porque lo que estamos defendiendo es la despenalización de las mujeres. Estamos defendiendo dejar de sacrificar otra vez a las mujeres en aras de un discurso patriarcal, de una ley que está en contra de los cuerpos de las mujeres. Finalmente, el derecho a decidir pasa por la corporalidad, por el sufrimiento de muchas mujeres que en su mayoría son pobres. Cuando hablamos de una Teología de la Liberación en América latina tendríamos que hablar también de una Teología de la Liberación Feminista que tome en cuenta la principal opción de los pobres, pero sabiendo que el sujeto más pobre entre los pobres son las mujeres. Si queremos ser coherentes y estamos a favor de la vida, necesitamos también estar a favor de la vida de las mujeres.
–En las exposiciones en la Cámara de Diputados se escucharon muchas voces en contra con la argumentación que enarbola la Iglesia Católica de que se trata de un asesinato. ¿Usted qué dice frente a esa afirmación?
–La Iglesia no determina el momento en que se comienza a ser persona. En verdad no se ponen de acuerdo ni el Estado ni la Iglesia. Lo importante es que estamos hablando de una persona que ya existe que es la mujer. Lo único que ella tiene es su corporalidad, con el cuerpo nacemos, con el cuerpo morimos. Lo que pasa a través del cuerpo de la mujer no lo tiene que dictaminar ni el Estado ni la religión, lo tiene que decidir ella porque Dios nos creó libres y no dio la libertad de conciencia. Francisco ha dicho que la Iglesia tiene que ser más misericordiosa que prejuiciosa y enjuiciadora, que Dios no es quien nos juzga; Dios nos ama, entiende nuestras realidades humanas. No podemos juzgar a las mujeres y colocarnos en categoría de Dios: eso es lo que él ha dicho. Lo primero es entender la situación que están viviendo las mujeres, que comprendamos las circunstancias en las cuales se encuentran al tomar una decisión en torno a tener o no tener un hijo y a partir de allí vamos construyendo la reflexión teológica y la postura de la Iglesia. No es a partir del dogma o de la censura o el juicio. Si vamos al mundo bíblico encontramos que Jesús nunca enjuicia a una mujer, nunca la culpabiliza y más bien, la exhorta a que se vaya en paz, a que vaya por la vida con libertad, y autonomía.
–¿Qué dice la Biblia del aborto?
–Las teólogas feministas descubrimos que en mundo bíblico no existe el concepto de pecado ni de aborto. No aparece la palabra aborto; y pecado, en hebreo, significa desviar el camino, equivocar o errar. San Agustín, con una tendencia de la filosofía maniquea, es quien asocia la sexualidad con pecado. Pero es San Agustín y no Jesús de Nazaret. Hay que distinguir el concepto de religión del fundamentalismo. Cuando hablamos de religión hablamos de relaciones, de cómo las personas establecen relaciones de igualdad, compañerismo, respeto. Los fundamentalismos hacen decir a Dios lo que quieren ciertos humanos, que generalmente son hombres, jerarcas, poderosos y patriarcas. Penalizar el aborto no es un dogma dentro de la Iglesia Católica.
–¿Qué impacto ha tenido la despenalización y legalización del aborto en la ciudad de México desde 2007?
–Tiene dos aristas. Una muy buena, porque ha permitido espacios para el acceso a la salud de las mujeres. Pero al mismo tiempo se ha dado un retroceso con la objeción de conciencia, que es una propuesta que va en contra de los propios derechos del Estado laico. La diferencia entre México y Argentina es que en nuestro país está establecido el Estado laico en la Constitución; en Argentina no es así. Pero eso no significa que no se pueda dialogar. En México, de todas formas, hay una doble moral, porque aunque el Estado aparece como laico finalmente se sigue rigiendo en el ámbito religioso. El problema es que la sanción de una ley es discutida por los patriarcas, es decir, por las elites del poder.