Cuando uno llega a El Chaltén por primera vez comienzan los cálculos: “Tengo equis cantidad de días, hay más de 20 alternativas de trekking de diferente complejidad que además se interconectan, y se puede dormir en campamentos sobre la montaña que abren aún más el abanico de posibilidades”. Lo curioso es que, entre tantas opciones, los paisajes casi no redundan: cada rincón de la seccional norte del Parque Nacional los Glaciares tiene una belleza singular. El resultado de tanta información es que el recién llegado no sabe bien qué hacer ni qué circuitos sacrificar.

Las tres caminatas clásicas y de largo aliento desde El Chaltén son la que se hacen sobre el glaciar Viedma y las que llegan a las lagunas Torre y de los Tres (se pueden completar ida y vuelta en el día). Pero la idea aquí no es ponerle orden a la sobrecarga informativa sino proponer tres caminatas que no están entre las más nombradas –dos de ellas de complejidad baja– para aquellos que puedan dedicarle un tiempo razonable a explorar este sector cordillerano, con un mínimo de cinco días que podrían extenderse al menos una semana más sin riesgo de repetición.

Julián Varsavsky
La laguna Azul en la reserva Los Huemules, un rincón casi oculto de El Chaltén.

LAGUNAS DE COLORES Llegamos a El Chaltén a media tarde, ya sin tiempo para una caminata larga. Aquí cada habitante tiene su rincón de montaña favorito para ver y fotografiar la salida y caída del sol, así que le pido opinión a un panadero: “Un amanecer muy lindo es en la laguna Capri, pero tenés que salir en plena noche para llegar justo y ahora yo te diría que vayas acá cerca, al mirador de los Cóndores”.

Caminamos un kilómetro por la ruta hasta la sede de Parques Nacionales, donde nace el sendero hasta ese mirador, algo empinado pero corto. Apuramos el paso porque el sol cae en picada: llegamos en 45 minutos, justo cuando comienza a “posarse” sobre la punta del cerro Fitz Roy, que parece a punto de pincharlo como a un globo de proporciones universales. Nos sentamos sobre rocas y vemos el disco perfecto hundirse tras las montañas bajo un cielo naranja, cuyo contraste oscurece el contorno de los picos como negras cuchillas apuntando a los dioses en un ocaso de fuego.

A la mañana siguiente tomamos la combi regular a la laguna del Desierto y a mitad de camino descendemos para cruzar la tranquera que abre paso a la reserva natural privada de uso público Los Huemules. Aquí, quienes viajan con tiempo dedican un día entero a recorrer parte de los 25 kilómetros de senderos de la reserva y a relajarse en algún rincón contemplando la naturaleza con calma zen.

Los Huemules es un terrero de 6000 hectáreas limítrofes con Chile adquiridas a una vieja estancia, de las cuales 200 se lotearon para construir casas –el cuatro por ciento del total– y el resto se convirtió en reserva con sectores intangibles y guardaparques: es parte de la Red Argentina de Reservas Naturales. La entrada cuesta $ 200 y uno se pregunta qué sería lo diferencial, teniendo en cuenta que en esta parte del Parque Nacional no se cobra entrada. 

Por un lado, los paisajes tienen encanto propio. Y la principal diferencia es la carga de visitantes: en verano el flujo de caminantes en el Parque Nacional es muy grande, mientras que aquí es más factible caminar por el bosque en soledad casi absoluta. Los senderos están especialmente bien señalizados, hay baños y los sectores de terreno más irregular tienen escalones y pasarelas permitiendo que el circuito más recorrido lo pueda hacer cualquier persona con un mínimo estado físico. Se trata de la caminata que une las lagunas Azul con la Verde.

La primera etapa es por un bosque de lengas y una sucesión de cascadas con refrescante agua potable que baja de los deshielos. Al subir una suave lomada aparece la laguna Azul, casi redonda, en medio de un anfiteatro de picos de granito con el Fitz Roy a la cabeza. Allí bajamos hasta una ínfima playa a tomar mate con la vista clavada en el Fitz Roy, mientras lo vemos cubrirse con un velo de nubes y reaparecer a los pocos minutos. Esta es la cara norte del famoso cerro –desde el pueblo y la mayoría de las caminatas se ve la sur– que en los últimos minutos de un atardecer sin nubes se enciende de rosado, el sueño máximo de los fotógrafos, por cierto algo esquivo en la región. 

Retomamos la relajada caminata y el sendero va ahora sobre el filo de una montañita, flanqueado por dos espejos de agua: a la derecha la laguna Verde está planchada y a la izquierda la Azul es azotada por un repentino viento. Bajamos hasta la laguna Verde y una mesa con banquitos de tronco junto a la orilla nos obliga a un picnic en el silencio del bosque: lo que se podía recorrer en una hora, ya lleva tres. Aquí lo mejor es no hablar y quedarse quieto para que surja la fauna lacustre: los patos barcinos, de anteojos y vapor. Lo singular de esta caminata es que resulta muy variada en paisajes y ambientes naturales, y al mismo tiempo se recorre en poco tiempo sin mayor esfuerzo.

Cruzamos un puente colgante sobre un río turquesa muy encajonado entre dos paredes de piedra, donde descubrimos mesas para un nuevo picnic. Pero seguimos la caminata, ahora por el sendero Valle del Diablo. Esta es más esforzada y cuesta arriba: llegamos a la laguna Diablo en tres horas. El premio es una panorámica amplísima que incluye al valle completo con el río, el rojizo cerro 30 Aniversario y el frente del glaciar de altura Cagliero.

Se ha levantado viento y nos refugiamos en el centro de visitantes de Los Huemules a interpretar la geología, la biología y la historia de esta zona. Unos paneles explican las formas de adaptación al medio por parte de los seres vivos y nos enteramos que los insectos aquí son de alas chicas y las aves tienen poco plumaje para no volarse; muchos arbustos son redondeados para desviar el viento; y las lagartijas tienen la piel escamada impidiendo la deshidratación.

Marcelo Avendaño
Mirador en la loma del pliegue del Tumbado, uno de los mejores trekkings de la región.

EL GRAN TREKK “Para mí la loma del Pliegue del Tumbado es el mejor trekking de la zona –incluso me gusta más que laguna de los Tres– por su variedad de paisajes pero también de ambientes a lo largo de un día” afirma Marcelo Avendaño, un guía que trabaja aquí desde hace 16 años y tiene por costumbre salir a esquiar montañas que nunca nadie ha surcado con esa modalidad. 

Partimos bien temprano: este es un trekking exigente a nivel físico que insume al menos ocho horas idea y vuelta. Los primeros nueve kilómetros son de ascenso permanente pero sin mucha inclinación. Vamos a ritmo tranquilo, partiendo desde el bosque andino patagónico con lengas y ñires. Un toc toc nos alerta: un pájaro carpintero negro con cabeza roja agujerea un tronco en busca de gusanitos. Esta es una zona más virgen y menos transitada en comparación a otros circuitos y hay más fauna. Cuenta Marcelo que por aquí habita el puma, aunque lo ha visto solo dos veces. Al huemul no lo vio nunca.

A las dos horas de caminata ya hemos ascendido 400 metros e ingresamos en un ecotono más árido donde conviven algunos árboles del bosque con los pastos ralos de la estepa. Lo singular es que las lengas, más bajas que al pie de la montaña, no tienen hojas perennes todo el año como en el resto de la Patagonia, sino que son caducas. Además hay plantas de altura endémicas que llevaron a los biólogos a considerar que esta es una montaña modelo por su biodiversidad. 

Dos horas después, al superar los 1000 metros de altura, el bosque desaparece. El sendero –siempre bien demarcado– ahora va sobre terreno sedimentario a través de una pradera de altura cubierta por una fina capa de pasto.

“Miren ese amonite, una concha marina fosilizada de 90 millones de años, de cuando esto fue el fondo del mar”, dice Marcelo señalando el suelo. A veces nieva en este circuito, incluso en verano: hay que ir abrigados. Recargamos las cantimploras en un chorrillo de agua pura de deshielos. 

A las cuatro horas de caminata llegamos al penúltimo mirador luego de recorrer nueve kilómetros. La increíble panorámica parece un buen premio, incluso suficiente por hoy. Quienes se quedan sin aliento llegan hasta aquí: pero falta solo un kilómetro hasta el último mirador a 1500 metros de altura –el más alto en todos los senderos tradicionales– y según nuestro guía vale la pena el esfuerzo. Lo que falta es muy cuesta arriba. 

Le pregunto a Avendaño sobre el nombre de este trekking: “Es porque estamos caminando sobre un pliegue que se cayó sobre sí mismo. Al elevarse la cordillera el terreno se plegó arrugándose; después se derrumbó. Imaginate que levantás un lienzo y lo dejás caer. Esto es lo que vemos acá en términos geológicos”.

Llegamos a la cima. La vista de 360 grados no tiene obstáculos cercanos: se ve todo. Al oeste se extienden los valles del río Fitz Roy y de los cerros Torre y Toro, erizados de picos de granito. Y hacia el este discurre la planicie esteparia precedida por el lago Viedma con su glaciar. Nos sentamos en una roca a almorzar disfrutando de los 120 kilómetros de visibilidad. Es importante venir aquí un día despejado, si no carece de sentido.   

Marcelo apunta un dedo desde la cima y proyectando una línea imaginaria hasta el Paso del Viento. Por allí los caminantes más aventureros y bien entrenados se internan en la planicie blanca del Hielo Continental, la caminata más espectacular y exigente desde El Chaltén, que conduce a un mundo blanco donde se duerme en carpa sobre el hielo a lo largo de seis días.


Julián Varsavsky
Cascaditas en el bosque rumbo a la laguna Azul.

DATOS ÚTILES

  • En El Chaltén: 
  • Lo de Tomy ofrece dúplex de dos pisos muy confortables y espaciosos con capacidad hasta seis personas. Para dos personas cuesta 140 dólares. www.lodetomy.com.ar
  • La hostería Senderos tiene unos agradables interiores recubiertos con madera y la habitación doble cuesta desde 170 dólares.  www.senderoshosteria.com.ar
  • El hotel Lunajuim tiene una moderna decoración y un excelente restaurante. Una habitación doble cuesta 115 dólares.  www.lunajuim.com
  • Latitud 49 es un apart-hotel con departamentos equipados con vajilla, heladera y cocina. Uno doble cuesta $ 1400.  www.latitud49.com.ar
  • Dónde comer: en El Chaltén el restaurante La Tapera tiene un singular estilo gourmet con perfil maradoniano, boquense y peronista: entre sus platos están las ensaladas Mano de Dios y Barrilete cósmico. Calle Rojo 74, tel. (02962) 493195.
  • Más información: www.loshuemules.com