El hombre que flota en el kayak se pierde para encontrarse. “El río entra en la tierra/ vos entrás en el río./ Sentís la frescura del agua/ los chapoteos./ Sobre el cuerpo/ corre la caricia/ tal vez trama/ segunda piel/ el tacto manchado/ el rumor casi inaudible/ del roce./ Corren también aquellas palabras/ las que lanzaste a la deriva./ Ahora venís a buscarlas/ en el barro/ que de tus manos”, se lee en uno de los bellos poemas de La erosión (Libros del Zorzal) de Mario Sampaolesi. Al poeta le gusta lanzar palabas como las piedras que arrojaba al agua cuando era niño. “Quise llevar a un punto muy alto la sensación de individualidad, que cada uno de nosotros somos seres únicos e irrepetibles –cuenta Sampaolesi a PáginaI12–. Me interesa rescatar el voseo, algo muy rioplatense; entonces la segunda persona del singular se me hizo fundamental para eludir cierta cosa personalista y poner un poco de distancia”.
Sampaolesi (Buenos Aires, 1955), autor de poemarios emblemáticos como Malvinas y Mare Nostrum y dos novelas, La vida es perfecta y Monet, buscó condensar, a través de su poética de respiración narrativa y lirismo soterrado, el paisaje fascinante del Delta con el claroscuro del monte, la oscilación del follaje y los brillos del agua. “Me parece importante la intromisión del silencio en el lenguaje. El silencio forma parte del lenguaje y quise introducirlo en la diagramación de los poemas para darle una pausa al relato. También por la erosión en sí misma, por ese ir y venir del agua en la orilla”, plantea el poeta, que vivió en París entre 1989 y 1991.
–Uno de los personajes que aparece en una parte de La erosión es Eva Perón. ¿Por qué no figura con el diminutivo “Evita”?
–Eva es la mujer bíblica, la primera mujer, a partir de ahí están todas las Evas… está bien lo que me preguntás de Evita. No sentí que tuviera que ponerla con diminutivo porque en un momento del poema digo “Eva, la primera mujer, la última diosa de los argentinos” y me parece que queda muy claro que es ella.
–¿Cómo fue crecer con el peronismo proscripto?
–Nosotros de chicos jugábamos a gritar “Viva Perón” en las calles de Devoto; era como un chiste que hacíamos. Siempre tuve una relación ambigua con el peronismo. Yo estuve entre los 2 millones de personas que recibieron a (Juan Domingo) Perón en el 73, estuve con varios amigos y compañeros estudiantes de la universidad de aquella época. El peronismo me ha desilusionado reiteradamente y siento que en este momento le debe una autocrítica a la sociedad argentina. Sería un gesto de madurez.
–Cuando dice peronismo, ¿se refiere también al kirchnerismo?
–Sí, por supuesto. Yo voté por Néstor y por Cristina; pero el kirchnerismo modificó todas sus pautas: de la famosa transversalidad y de estar en contra del PJ, terminaron en el PJ. Eso no me gusta y lo digo con un gran dolor. La sociedad argentina necesita de la reflexión y de la madurez para empezar a perdonarse más, a comprenderse más, a escucharse más y a reflexionar sobre los errores. El error no es tan grave; lo interesante sería que la clase política pudiera reconocer sus errores. Pero yo soy apenas un oscuro poeta de un oscuro país, como diría el amigo (Jorge Luis) Borges. Yo extraño a Borges, siento que en nuestra cultura está faltando un Borges, aquel que ocupa ese espacio irónico, que puede recibir críticas terribles, que puede proponer situaciones más allá de lo correcto o lo que está establecido, para provocar esas rupturas que nos hacen pensar y nos llevan a otro estadio.
–Sus poemas tienen la voluntad de narrar, pero a la vez no pierden algo del lirismo, cuando narración y lirismo no suelen llevarse bien, ¿no?
–He tratado de asesinar al lirismo, pero no pude (risas). En un punto siento que el lirismo es mentira; hay un aspecto que me suena mentiroso, como una cosa idealista al extremo que hace que yo no pueda entrar. En el fondo, no me la termino de creer, hablando en criollo. El lirismo ha perdido credibilidad, como el elemento dramático, que también trato de evitarlo, porque los asumo como golpes bajos. ¿Qué se espera de un poeta? Que sea lírico. ¿Qué se espera de una obra? Que sea dramática. También trato de evitar todo tipo de metáfora y de imagen que tengan que ver con la imaginación. Me interesa lo que llamo un “realismo impresionista”.
–¿En qué consiste ese “realismo impresionista”?
–El “realismo impresionista” sería la impresión que una escena realista me genera. Por ejemplo: si estoy en un bosque y observo la oscilación de los árboles hablo de los árboles oscilantes. Eso significa una sensación emocional, me transmite una emotividad. La poesía pasa por las emociones y las sensaciones, no por las ideas. Puede haber ideas, obviamente, como sería el caso de (T.S.) Eliot, un poeta sumamente extraordinario.
–¿Por qué en La erosión aparece la pregunta por la memoria y el recuerdo?
–La memoria es imperfecta; hay cosas que prefiero no recordar y que se pueden convertir en una situación muy angustiante. En el poema aparece la palabra como una situación de memoria y el silencio como una situación de olvido. En una época de mi vida practiqué mucho budismo zen cuando vivía en Francia. Yo iba al dosho que había fundado (Taisen) Deshimaru, un monje budista japonés cuya misión fue introducir el zen en occidente. No me hice monje porque dadas mis características si me dicen: “practicás zen, entonces sos monje zen”, digo no. “Escribís poesía, entonces sos poeta”, digo no. Yo escribo narrativa también. Y así me voy escapando de las clasificaciones para no quedar circunscripto a ninguna.