Uno de los nombres más importantes del cine mundial, Steven Spielberg, es motivo de un análisis minucioso en el libro Steven Spielberg, una vida en el cine (Editorial Paidós), de Leonardo D’Espósito. El crítico y periodista especializado en el séptimo arte, establece un recorrido por toda la filmografía del director de La lista de Schindler, con excepción de The Post y Ready Player One, que se estrenaron cuando el libro estaba prácticamente en imprenta. A lo largo de más de doscientas páginas pueden conocerse las influencias que tuvo el creador de E.T., qué lugar ocupa entre los grandes cineastas y por qué, y por supuesto, incorpora un estudio riguroso de su filmografía, donde muchas veces D’Espósito agrupa análisis de películas en un mismo capítulo estableciendo una mirada temática específica, como “Viajes fantásticos” y “Un manual de historia”. No es una biografía convencional sino un libro que, si bien tiene elementos referenciales del cineasta, analiza a Spielberg en relación al mundo cinematográfico y al momento histórico que le tocó. Y a todos los films del realizador –con excepción de los dos mencionados–los va entrelazando. Esto permite ver, como sucede en toda buena obra, que no siempre hay una progresión lineal en la carrera de un director de cine sino que, en algunos casos, los elementos estilísticos se mantienen, mientras que en otros vienen incorporadas novedades en cada nueva película. Y en Spielberg son muchas.
El libro parte con un señalamiento polémico: un nombre consagrado como el de Spielberg aun no ha sido tomado en serio. “Hay una discusión. Para mí, no es así”, aclara D’Espósito. “Por ahí, ahora está justo en el límite que se lo empieza a tomar en serio de manera canónica. Pero a Spielberg le pasa lo que le sucedía a Hitchcock, que lo menciono en el libro: cuando Hitchcock estaba en auge era un tipo que vendía libros, aparecía en la tele, vendía juguetes. Era una marca. Si bien las ideas de Hitchcock aparecían de contrabando, le bajaba un poco las acciones. Hasta que los franceses no lo tomaron en serio, los norteamericanos tampoco lo empezaron a hacer. Y con Spielberg pasa un poco eso”. El autor del libro señala que hay que entender que en los años 70 Spielberg “sufrió” ser demasiado exitoso comercialmente. “Los cambios de mentalidad tardan mucho y todavía hoy hay una cantidad de críticos que siguen pensando: ‘Qué bueno que Spielberg haga una película en serio cada tanto’”, cuestiona D’Espósito. “El problema está en que el entretenimiento tiene mala prensa. Y los cineastas que se dirigen a públicos amplios –lo cual no significa que dejen de lado cierto compromiso con ciertas ideas–siempre son vistos con desconfianza: ‘Este tipo sólo lo hace para ganar dinero’. Cuando uno revisa la obra de Spielberg se da cuenta de que hay un cineasta con ideas, un tipo con una visión del mundo y que la discute. Y también ve a una persona comprometida muy personalmente con el arte que está ejerciendo”, agrega el crítico.
–Una de las tesis del libro es que Spielberg es un poco la suma de Hitchcock y Disney. ¿Cómo se da esa conjunción de la inocencia de Disney y el peligro de Hitchcock en un mismo cineasta?
–Ahí hay un tema. Sobre todo, hay un problema con Disney: está mal visto y mal leído, porque Disney fue un tipo que adaptó toda una serie de mitos y relatos populares a lo que eran los gustos y posibilidades de comunicación del siglo XX. Y, además, creó la forma en que el gran espectáculo fantástico se podía comunicar y ser exitoso. Lo hizo a través de la animación, pero después con otra clase de cine que combinaba esto con acción en vivo. Pero Hitchcock y Disney tienen varias cosas en común. La primera es que Hitchcock tiene una mirada sobre la inocencia, dice que todos tenemos algo culpable, pero que tenemos que recuperarla. Entonces, hace vivir ordalías, aventuras totalmente fantásticas y se aboca también al gran entretenimiento. El quiere que los espectadores entren en ese universo totalmente fantástico y muy manipulador que es el de sus películas. Y Disney hace lo mismo. Es cierto que Hitchcock es mucho más oscuro y Disney apela a cierta ingenuidad del espectador que todavía tiene en germen. Para Hitchcock, el espectador no es ingenuo. Spielberg toma de uno la manipulación del espacio y del tiempo a través del efecto especial, del montaje o de la forma de relatar de manera específicamente visual. Y del otro, toma la idea de que la fantasía, la imaginación, lo mágico y hasta casi lo religioso. Lo trascendente todavía juega un rol. Como que todavía se puede creer en algo que es totalmente inasible, que no es parte del mundo material, que encarna en ese mundo y que puede cambiar las cosas para bien. Es un tipo que presenta infiernos tan manipulados como Hitchcock, pero con un punto de vista más relacionado con el optimismo a veces enfermo que tenía Disney.
–¿Cree que Spielberg fue uno de los pocos directores que no usó los efectos especiales en sí mismos sino siempre al servicio de una historia?
–Totalmente. Y ese es el gran problema y la gran diferencia. Gustavo Noriega dijo una vez que en Guerra de los mundos a los extraterrestres se los ve poco y nada; están, cada tanto aparecen, los efectos especiales son brillantes, pero son bastante discretos. Cuando uno ve Jurassic Park pasa lo mismo: están los grandes momentos en los cuales los dinosaurios se cruzan con los humanos y eso presenta el desconcierto. Pero sobre todo lo que uno sigue son las miradas, el drama de los personajes. Spielberg comprende que por muy fantástica que sea una imagen no vale nada si no se tiene un personaje con el cual el espectador pueda identificarse y sufrir o gozar con él. Lo más difícil es transmitir esa de manera visual. Es muy difícil encontrar en una película de Spielberg algo que explique demasiado.
–También señala que Spielberg no oculta nada sino que muestra todo. ¿Eso no jugaría en contra del suspenso que toma de Hitchcock?
–Hay una cosa del suspenso que Hitchcock decía: “Si hay dos personas hablando y, de pronto, estalla una bomba, tenés tres segundos de sorpresa. Ahora, si yo veo la escena previa cuando la persona pone la bomba, pone el reloj y los hace funcionar, creo suspenso porque yo quiero que estos tipos se den cuenta porque si no van a reventar”. Spielberg hace eso: decide no ocultar nada, pero no en el sentido de no ocultar nada de la imagen. Vos tenés la información, pero genera una tensión. Y ahí sí está mucho la huella de Hitchcock. Justamente que nada se oculte es una saturación de saber. Y eso hace que quieras reaccionar. El espectador tiene un estado de impotencia, que eso es lo que crea el suspenso. Cuando estás sentado frente a una película –y Spielberg eso lo conoce bien– no podés reaccionar, sos esclavo de lo que estás viendo. Pero lo que multiplica la emoción es saber lo que los personajes no saben. El espectador sabe todo lo que está pasando y no puede hacer nada. Eso es lo que genera la angustia. El término exacto de la palabra “suspenso” es “estar suspendido”. Todas las personas quieren ver todo completo. Entonces, quieren que termine una situación. Cuando se mantiene suspendida y vos tenés todo el conocimiento de lo que puede pasar, genera una incertidumbre. Spielberg manipula esa incertidumbre. No necesita ocultar. Al contrario: muestra mucha información.