No ha sido un criollo el que grabó el disco. Han sido tres, y urbanos. Aunque, suponiendo –mucho– que gaucho y criollo signifiquen más o menos lo mismo, son gauchos de alma. Y encima llevan ese espíritu clavado en el nombre: Acido Criollo. Alguna vez Agustín Ronconi –sí, el mismo de Arbolito– le contó a Páginai12 que el trío se llama así por la proporción justa de ácido que tiene que tener el vino para que no resulte agrio. “Algo lindo para tener en cuenta en la música, ¿no?... que tenga su personalidad, su peso, pero que no se cargue de más para que no caiga en un híbrido”, dijo entonces (abril del 2012) y no hizo falta preguntarle otra vez lo mismo. Sí –claro– hacerlo por el flamante disco, el cuarto de esta banda nacida del tronco de Arbolito allá por el 2004. El trabajo se llama Este viaje, y los reubica en una senda estética similar (rock acústico, folk eléctrico, folklore power, o como se lo quiera encajar) aunque no necesariamente igual que aquellos. “El disco se llama así porque nos parece una buena manera de definir al grupo con una dirección un poco más firme, en un montón de niveles: más contenido propio (nueve temas son suyos, dos del baterista Daniel Dieguez, y solo uno de otros) y un viaje que es distinto del que era hace unos años. Este viaje implica asumir una posición y hacerse cargo, pero también la sensación de estar de viaje que es como un deseo, porque el ser humano, cuando está de viaje, tiene los sentidos abiertos a construir, a encontrarse, a descubrir, a no saber bien que va a estar haciendo mañana”, se extiende uno de los fundadores de Arbolito, en medio de una profusa picada de queso, jamón, salame, y 7 up, en su casa-estudio de Boedo.
Entre las doce piezas pueden hallarse loops “naturales”, encares simples y directos (“cancioneros”, en términos de Agustín), y una verba semántica que los vincula a temáticas recurrentes en ellos: los derechos humanos, el veneno que inoculan los poderosos en las sociedades, el latinoamericanismo, y una sensación de “estar siendo”, traducida en cuecas, rocanroles, chacareras, huaynos, zambas o algún que otro reggae. “A diferencia de los anteriores, este es un disco más de canciones, porque los inicios de Acido tuvieron más que ver con la fusión”, determina Ronconi, acerca de las singulares aristas del sucesor del epónimo, publicado en 2007; Corazón de tierra (2011) y Casi al filo, DVD/CD grabado en el CAFF, hace casi tres años. “Es más eléctrico y, en mi caso, siento que descubrí la guitarra eléctrica, porque en Arbolito los roles naturales marcan que la guitarra la tocan Pedro (Borgobello) y Ezequiel (Jusid), ¿para qué me iba a sumar yo?”, se pregunta Ronconi, que además canta, y toca flauta, quena y ronrocco, además de la eléctrica. “Dentro de la paleta que tiene Acido, la guitarra eléctrica le da un sonido de power-trío de folklore. Digamos que el viaje va cambiando de dirección”, se suma otro arbolito ácido en cuestión, el bajista Andrés Fariña.
–¿Por qué la necesidad de formar una banda “paralela” a Arbolito? ¿Y por qué son ustedes dos los que se juntan?
Agustín Ronconi: –Porque salimos de la misma placenta, que es la Escuela de Música de Avellaneda, donde todos tocamos con todos. Uno va en la vida, tocando acá y allá, y en ese camino, Arbolito fue generando un camino propio, autogestivo, que superó todas las expectativas. Pero a su vez también hay búsquedas musicales que tardan en desarrollarse, y uno lo vive desde ese lugar, porque la música es un juego para compartir, y está bueno juntarse. Desde ese lugar, generamos el espacio de Acido, y uno se fue encariñando con lo musical y lo humano. Evidentemente, es una necesidad.
Andrés Fariña: –Y no una necesidad nueva, porque tenemos canciones grabadas desde 2004. Es más, cuando yo arranqué con Arbolito en 1999, tocaba en unos diez proyectos a la vez, todos distintos entre sí. Incluso con Daniel (Dieguez) teníamos un proyecto folklórico de proyección, en la acepción más setentosa del término, con arreglos escritos y una búsqueda que iba por otro lado. Además uno, como músico, necesita evacuar ciertas necesidades creativas. Yo, por ejemplo, en Arbolito hago muy pocos solos, y menos aún con carga armónica. En cambio, en Acido siempre busco algún hueco para meter tres o cuatro acordes más.
–¿En Arbolito ya no se puede, entonces?
A. F.: –No es que haya cosas cerradas que ya no se puedan modificar, pero somos más, y la banda ya tiene un estilo, una trayectoria, y una cuestión laboral que marca un camino. Entonces, está bueno tener otros espacios.
A. R.: –Además, la urgencia de una banda como Arbolito siempre le va ganando a lo otro. En este sentido, Acido fue sobreviviendo clandestinamente. Buscando los huequitos, digamos, y disfrutando de las sutilezas.
–Hasta este disco, al menos…
A. R: –Sí, claro, por lo que decía antes. Este es un disco de canciones súper sencillas, sin búsquedas profundas, e incluso hay temas re Arbolito, como podría ser “Che Comandante Chávez”… tres acordes y ahí va. O “Pinche”, que es un reggae.
Otra de las aristas singulares de la canción a Chávez está en la voz, entre maldita, irónica y cascada, del Negro Fontova. Primer invitado de una lista a la que se suman el grupo La Cumparsa, que le pone la cuerda de candombe a “Vida clara”; Peteco Carabajal, que aporta voz, guitarra, quena, caja coplera y bombo leguero a la honda vidala “Dulce canto”; Federico Terranova y su violín, en el bellísimo instrumental “Senderos”; y el piano y la guitarra de Pablo Fraguela al servicio de una cueca llamada “Es como flotar”. “En los que cantan, el laburo pasa por imaginarse la voz para el tema apropiado. Peteco tenía que hacer la vidala, porque es la voz de la tierra; Fontova, la de Chávez, por su compromiso, y así con todos”, determina Fariña.
–¿Por qué abren con “Veneno”?
A. R: –Porque la letra habla de que la sociedad está envenenada. Hay un montón de temáticas de las cuales no podés ni siquiera hablar, porque ese veneno fue tan efectivo y eficaz para muchas cabezas, que terminan repitiendo permanentemente “son todos chorros”, sin argumentos sólidos. ¿Qué tipo de diálogo puede haber en este contexto?