En declaraciones a “La Patriada”, la ex presidenta del Banco Central Mercedes Marcó del Pont advirtió que los dólares que ingresen por un eventual acuerdo con el FMI servirán para alimentar la bicicleta financiera macrista. Mientras los gobernadores de Córdoba y Misiones, Juan Schiaretti y Hugo Passalacqua, consideraban positiva la apertura de negociaciones con el Fondo, Marcó del Pont no dudaba de calificarla de “trampa” que perpetuará la fuga de capitales. “¿Qué va a pasar con esos dólares? Lo que ha pasado con todos los dólares de deuda que ha pedido la Argentina: se fugaron”, dijo del Pont.
No es una predicción en el aire. La fuga es un deporte nacional y la actual negociación, un nuevo tango de los 26 que bailó el país desde que ingresó al organismo multilateral en 1957. A corto o largo plazo el resultado siempre fue igual: desastroso. Pero la relación entre ayuda financiera del FMI y fuga de capitales no es un rasgo idiosincrático nacional.
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz publicó en noviembre “Globalizations and its discontents revisited”, una nueva mirada 15 años después de su sorprendente best seller sobre la globalización que ponía en el centro al FMI y el Banco Mundial. En esta actualización del libro a la sombra de Donald Trump y las guerras comerciales, Stiglitz vuelve a mirar las crisis que se han sucedido desde que en los 90 se impuso la globalización financiera y la apertura irrestricta de los mercados de capitales.
Las crisis de Tailandia y el sudeste asiático en 1997, la de Rusia un año después, la de la convertibilidad, el estallido financiero de 2008, Grecia a partir de 2010 son ejemplos claros de que esta timba financiera global tiene efectos devastadores. El argumento de Stiglitz es que cada intervención del FMI contribuyó a profundizar los problemas: sus préstamos sirvieron para alimentar la bicicleta generada por la misma desregulación financiera que promovía el FMI como premisa innegociable para el crecimiento económico.
Los préstamos fueron gigantescos: 17 mil millones a Tailandia, 58 mil a Indonesia, 22 mil a Rusia y unos 60 mil millones a Corea del Sur. Tailandia no es Rusia y Rusia no es Corea del Sur, pero las condicionalidades fueron iguales para todos. Igual de homogéneo fue el resultado. Los programas de ajuste reventaron todos los indicadores económico-sociales, tanto en los países origen de la crisis como en los “contagiados”: el desempleo se triplicó en Tailandia, cuadriplicó en Corea, fue diez veces más alto en Indonesia.
¿Cambió el FMI como dice Nicolás Dujovne? No, no cambió. La crisis griega es una prueba bien clara. En una entrevista con el diario británico The Guardian el diagnóstico de Stiglitz fue tan contundente como el de Marcó del Pont. Lejos de reducir el riesgo de un país, la ayuda del FMI exacerba el problema, estimulando la fuga de capitales, uno de los problemas más graves de nuestra economía.
En un reciente artículo publicado en El cohete a la luna, los economistas Jorge Gaggero y Juan Valerdi estimaron que la fuga es de alrededor de 500 mil millones de dólares, monto más o menos equivalente al PIB nacional. Un nuevo préstamo con las condicionalidades de siempre no solo arruinará la maltrecha economía argentina sino que contribuirá a fomentar la práctica de este perverso deporte nacional.