Me encuentro con Miquel en los alrededores de la Plaza Urquinaona. Entre el bullicio del tránsito, aprovechamos el break que le dan a la hora almuerzo para conversar sobre el estado de situación del movimiento lgbt local, especialmente del colectivo trans.

La “capital del ocio gay mediterráneo” ofrece un contexto que por momentos se asemeja al nuestro cuando de políticas neoliberales se trata, pero que se distancia a medida que conocemos las principales demandas del colectivo trans hoy y el papel que juega el Estado en relación a las existencias trans.

Miquel Missé nació en Barcelona a mediados de los 80, cuando el “paraíso trans” estaba lejos de ser una realidad. Joven y prolífico sociólogo e inquieto activista trans, ha participado en diferentes colectivos trans en Barcelona y a nivel internacional. Fértil en preguntas y reflexiones, Miquel escudriñó qué implica ser un joven varón trans hoy en el estado español. Para nosotrxs, valgan las alertas acerca de los efectos (in)deseados que tienen las políticas estatales españolas. ¿Qué hacer cuando lo trans es lo “normal”, cuando la respuesta es casi exclusivamente estatal y la narrativa del éxito social está teñida de individualismo?

Recientemente afirmaste: “Tenemos un movimiento lgbt muy despolitizado”. ¿Cómo llegás a esa conclusión?

–Creo que el Estado sabe vendernos unos beneficios a corto plazo que a las élites de estas poblaciones, que tienen más recursos, que tienen más acceso a estar mediatizadas, ya les contenta. En el activismo lgbt español y catalán ha habido corrientes muy críticas, muy de izquierdas que han sido desplazadas por corrientes más hegemónicas. Pero hay una historia de eso, que nadie escribe. Es una historia de gente muy crítica, alguna próxima al anarquismo, otra a discursos más comunistas, que se opuso al matrimonio, que problematizó la adopción, que problematizó la transición de género como solución a los malestares. Fueron quedando desplazadxs por soluciones estatistas que tuvieron un impacto muy fuerte y un relato mediático muy victorioso, y ésa es una de las causas por las que el movimiento se fue anestesiando. Y la gente joven lgbt no se vincula, ahí también tenemos un problema. Es complejo porque Barcelona juega un papel de capital del ocio gay mediterráneo, donde para un gay de Barcelona de clase media podría parecer que la ciudad tiene unos itinerarios donde se puede ser uno mismo, y para él sea cierto probablemente. Pero creo que esa percepción aislada es engañosa porque no está atravesada por otras desigualdades. Los movimientos lgbt no se han articulado lo suficiente con otros ejes de opresión. Yo no diría que están despolitizados. Diría que están politizados en unas políticas que yo no comparto. 

¿Cómo explicarías que en este contexto lxs jóvenes trans no se vinculen? 

–Creo que a lxs adolescentes trans se les está proponiendo un relato de éxito social que es muy fácil de comprar. Se les propone un relato en el que “menos mal que ya no tenemos que vivir como vivían otras generaciones” porque ahora tenemos soluciones muy atractivas y creo que muchxs adolescentes compran ese relato y al cabo de poco tiempo se dan cuenta que acumulan muchos malestares que no se resuelven. A pesar de que aparentemente viven en el contexto histórico donde más proyección vital podrían tener, eso no tiene una relación lógica con su percepción de la vida, su propia autoestima y su propia proyección vital. Hay mucha tristeza, depresión, auto odio. A mí me parece interesante pensar en los referentes trans del contexto local que han sido más denostados. Como por ejemplo las trans más mediáticas de los medios de comunicación, que fueron figuras casi paródicas, de las cuales la población trans ha tratado siempre de distanciarse mucho. Y al final, estas referentes estaban más empoderadas que las mujeres jóvenes trans de hoy. Sus antecesoras representaban una manera de imponerse, de no avergonzarse de ser mujer trans: “ahora no tienes que avergonzarte de ser mujer trans porque es normal, como las demás, como las que no lo son”. Y eso para mí, está lejos del empoderamiento. 

Es un fenómeno que algunos llaman transwashing.

–La pregunta sería: ¿Hay alguien que quiera cuestionar esa normalización? Los movimientos transfeministas que han podido tener mucha proyección en un determinado momento están desarticulados y no está sabiendo dar respuesta a la ola de normalización trans que ha llegado. Por eso me pregunto si no deberíamos rearmarnos contra esta ola normalizadora. El contexto español estamos viviendo esta ola que no sé si existe en cualquier otro lugar del mundo. En los últimos dos años ha habido una ola de referentes mediáticos, niñxs trans en la tele, leyes que llegan a los parlamentos autonómicos de todo el estado que han generado un contexto que se presenta como trans friendly. Y en medio de esta ola normalizadora hay un suicidio. El padre del chico que se suicidó salió en los medios a decir que su hijo al momento de decir que era trans recibió el apoyo de la familia que empezó a tratarlo en masculino, de sus vecinos y de la escuela. Y a pesar de todo este chico se suicidó. Y aunque obviamente un suicidio es un hecho complejo con múltiples causas, la respuesta que la gente se dio es que se había suicidado porque no le habían dado a tiempo un tratamiento hormonal. Yo tengo una hipótesis: quizás no. Quizás la solución al malestar de la gente trans no reside sólo en el cuerpo. Ya no estamos en un contexto de hostigación social permanente, o eso es lo que se quiere presentar. Creo que tiene que ver con que el relato normalizador trans no está abordando cuestiones cruciales de la experiencia trans.

¿Cuáles serían para vos las propuestas que se pueden hacer? ¿Cuáles serían las reivindicaciones?

–No estoy seguro, creo que lo más honesto que puedo decir es que tengo hipótesis, pero no son ciertas. Una cosa es hacer medidas cortoplacistas, con una utopía definida que nos lleven a tomar decisiones específicas con políticas públicas concretas, pero que sabemos de partida que eso no resuelve el problema de base. Entonces decimos “hoy en día la gente trans necesitan cambiar su documentación para que mejore su vida”, hagámoslo.

¿Hacia dónde dirías que hay que avanzar?

–Medidas concretas para mejorar las vidas. No creo que el cambio del DNI mejore la vida de la gente materialmente. Porque si tú eres una mujer trans visible, ¿mejora  el cambio de DNI el acceso al mercado laboral? No, mejora que llegan a la entrevista pero cuando las ven se deshacen de sus CV. ¿Mejora la situación familiar el cambio del DNI? No. Es una cuestión de autoafirmación que un Estado te reconoce, de alguna manera. Pero hay mucha gente que la vive como un gran reconocimiento a su identidad. Es una trampa. Las mismas estructuras que están generando que tú sientas ese profundo malestar te están proponiendo una solución, que te venden como remedio para vivir mejor tu vida. Son esas mismas estructuras las que te hacen sentir fuera de lugar con tu identidad de género, con tu cuerpo. Faltan respuestas más honestas a los problemas y las condiciones sociales de este colectivo, que no tiene tanto que ver con el DNI, sino con su acceso a la vivienda, al mercado laboral, la salud, pero no a la salud para hormonarte, sino a la salud pública en general. Porque claro aquí estamos muy enfocados en que podamos tomar hormonas. Si lo que quiero es acabar con la normalización de género que impone unos discursos binarios y una asociación entre un determinado cuerpo y una determinada identidad en la población, tendría que llevar a cabo otras medidas. Quisiera bloquear las dinámicas que hacen que las personas trans se sientan solas, perdidas y aisladas cuando su manera de estar en el mundo no encaja con una casilla binaria que es hombre o mujer.