Obviamente no podía pasar desapercibido ni transcurrir sin escándalo. Fieles a sus estilos, quizás fieles hasta que la muerte los separe, Guido Süller y Tomasito se casaron bajo el amparo del matrimonio igualitario que rige desde 2010 con móviles de televisión en el registro civil de Escobar, con la impecable presencia de Chiche Gelblung (el mismo que asistió al dramático momento en que en junio de 2009 Guido leyó al aire el resultado del ADN que vino a confirmar que Tomasito NO era su hijo) y la irrupción de un tercero en discordia que, algo confusamente, intentó detener la ceremonia aduciendo que tenía un video que comprometía a una de las partes. La operación fue desbaratada por la jueza que ante el tumulto y sin levantarse de la silla, señaló que eso no era un impedimento para el matrimonio y que en todo caso –si tenía algo que denunciar o aportar del orden del video, el audio o la foto– “te dirigís a la fiscalía”.
La historia –una gran historia digna de la familia y de todo el grupete mediático que orbita alrededor de los Süller– se remonta a casi diez años atrás. En ese momento, Guido reapareció por TV diciendo que tenía una gran noticia para darnos: le había aparecido un hijo de alrededor de veinte años en Córdoba. Eso le habían hecho saber y él decía que podía ser posible, que los hechos embarazosos se remontarían a un verano de campamento. El parecido físico con el muchacho que siempre fue presentado como Tomasito avalaba la especie. ¡Dos gotas de agua!, avalaban por entonces algunos programas.
Durante unas semanas y hasta el resultado negativo del ADN, Guido vivió en el limbo dorado de su paternidad, algo que evidentemente lo fascinaba. Si nos ponemos un poco psi, lo que estaba en juego no era tanto algo del orden de la sexualidad (el morbo más bien parecía estar en la mirada de los otros) sino de las filiaciones, de los lazos y estigmas familiares: Guido y Silvia venían de una familia compleja y abandónica y (más allá de las razones de orden privado) no habían hecho más que exponer en los medios, desde el comienzo del siglo 21, esa complejidad que hundía sus raíces en el pasado (como toda historia familiar) y proyectaba su ominosa sombra congelándolos en el tiempo presente. A Silvia, no dejándola salir del lugar de víctima perpetua de los hombres, la eterna seducida y abandonada, la malquerida; a Guido, de cierto infantilismo en los vínculos. Y el hecho de toparse de repente con un hijo, parecía infantilizarlo nuevamente hasta el regodeo. Su paternidad era chocha, aniñada, casi casi la del padre amigo de su hijo, un compinche de la vida. Y cuando el ADN vino a decir que Tomasito efectivamente no era el hijo de Guido, ese lazo pasó a fortalecerse por el lado del amor amistoso no exento de escándalos, en el que Tomasito pasó de ser el maricón de la mamadera al depredador de departamentos ocupados sin permiso, peleas y reconciliaciones que no podían estar ausentes en la vida publicitaria y exhibicionista de estos pioneros del mundo redes.
La vuelta de tuerca del matrimonio entre los que alguna vez pudieron ser padre e hijo viene a reforzar la conjetura de que con el casamiento estamos otra vez más cerca del orden y el desorden (o el intento de poner alguna clase de orden) en los vínculos familiares, que de la sexualidad.
Si el padre y el hijo se convirtieron en amantes-amigos (o viceversa), en camaradas y compañeros de ruta en el transcurso de los últimos diez años (y no en esa frase hipócrita que suele citarse en estos casos asimétricos: “un hijo del corazón”), puede tener la dosis de goce que se quiera en el ámbito privado, pero en el ámbito público (y mediático) es otra cosa. Los esposos reconcilian a los amantes con la familia. El orden se restablece y la ley se cumple. No es poco: años antes, el Mayor de la relación quedaba expuesto a la hostilidad de la soledad y la desprotección de calles, bares y cines, mientras el menor lo gateaba, lo burlaba y lo bardeaba…hasta que se hacía a su vez Mayor. El Mayor, en algún momento partía, y le dejaba de herencia al menor tanta desprotección sufrida.
Por supuesto que nada es seguro con estos muchachos pero Guido ha declarado que este matrimonio igualitario tiene que ver con el hecho de dejar sus cosas en legado a quien finalmente estuvo estos años a su lado, o cerca. Que no es la fidelidad ni el deseo lo que está en el primer plano. A Tomasito, en los momentos posteriores al matrimonio ya consumado, se lo notó más aplomado.
Con todas las reservas del caso: padres, hijos, esposos, amantes, amigos, parecen enfilarse en un armónico vals en una fiesta que tiene lugar cuando el país da enormes señales de inestabilidad. No está mal buscar tranquilidad, aferrarse a algo. Quizás el matrimonio de Guido y Tomasito sea algo más importante de lo que parece.