En la obra del mexicano Amat Escalante la vida no es un jardín de rosas. Protégé de su compatriota Carlos Reygadas, que viene produciendo sus películas desde la ópera prima, el cine de Escalante (n. 1979) es como un primo nada lejano del francés Bruno Dumont. Vidas desesperanzadas, campesinos letárgicos y seres embrutecidos lo pueblan. Parecería, en ellas, que la única forma de sacudir un poco la muerte en vida es el crimen. Su puñado de títulos a la fecha –Sangre, 2005; Los bastardos, 2008; Heli, 2013– se conoció en Argentina básicamente en festivales, aunque la primera tuvo un estreno restringido. Ganadora del León de Oro a la Dirección en Venecia 2016, La región salvaje es como un cruce entre Flandres, de Dumont, y Posesión, aquella historia de amor entre Isabelle Adjani y un monstruo viscoso, alla Alien, que el polaco Andrzej Zulawski ideó en los 80. Tal como sucede con los crímenes catárticos de las películas anteriores, el único que proporciona alguna satisfacción aquí es el monstruo.
En la película de Zulawski el ser tentaculado tardaba en hacer su aparición, como corresponde al personaje central. En La región... surge sólo al comienzo y al final, dándole circularidad a su dominio. “¿Tienes novio?”, le pregunta un enfermero a Verónica, chica triste y solitaria que fue a hacerse atender por una fea mordida. “No”, responde la chica, que como la mayoría de los personajes del realizador difícilmente hilvane más de tres o cuatro palabras. “¿Amante?”, vuelve a la carga el enfermero, único personaje sociable en la obra del realizador hasta la fecha. “Sí”, admite Verónica. “¿Mujer u hombre?”, quiere avanzar el enfermero, a quien las mujeres no es que le gusten mucho. “No lo sé”, responde ella, y el espectador, que en la primera escena asistió a un encuentro de Verónica con el “amante” alojado en el granero, no puede menos que reírse. El humor de Escalante es tan enroscado como el “amante” de la chica, que es básicamente un montón de tentáculos más una cabeza, reminiscente del más famoso alien espacial. Los tentáculos, terminados en una especie de cabecitas con hendidura, proveen de satisfacción a Verónica, y más tarde a más gente. En la escena más erótica de La región salvaje, y a la vez la más graciosa, una chica recibe un servicio multitentacular por parte de la criatura, que la sostiene en vilo. Si fuera una película cómica, en la escena siguiente se hubiera visto una larga hilera a las puertas del granero.
Claro que la criatura no es sólo servicial. También tiene sus arranques, produciendo heridas o, eventualmente, muerte. El placer no viene sólo. Más allá del rosáceo ser, las vidas humanas son, en esa zona campestre del interior mexicano –como Dumont, Escalante asocia campo con primariedad, vida puramente animal, estrechez de horizontes–, tan encerradas e insatisfactorias como las de todas las criaturas escalantianas. Salvo la de la criatura, que no parece pasarla mal. Hay, además de Verónica, una joven mujer casada que trabaja como operaria en la fábrica de la que es dueña su suegra, a quien odia. La suegra, por otra parte, la ignora, conduciéndose con el hijo como si ella no existiera. El marido, que también la ignora, la engaña con el cuñado, a la sazón el enfermero buena onda que atendió a Verónica. El marido muere por el cuñado, pero como es un macho mexicano, se burla agriamente de los “mariquitas”. Ya se sabe cómo funciona esto: a él sólo le gusta cogerlos, pero es bien hombre. La palabra monstruo debería reservarse para este personaje, dejando para el de los tentáculos la de criatura.
Igual de nihilista pero más amable –hasta divertida– que la obra previa del realizador, La región... es una simpática nota al pie de esa obra. Como en films anteriores, Escalante vuelve a dominar la forma cinematográfica con maestría, hallando en esa forma la mejor expresión de la ahogada forma de encierro en la que penan sus personajes. Los planos y escenas tienen poca conexión entre sí, tal como sucede con el universo humano en este paisaje. Planos frontales registran incómodos silencios, y los tiempos son largos, de modo de transmitir la sensación de que ese aislamiento, esos silencios y resignación no serán de corta duración. En las películas previas el estallido cortaba de golpe esa continuidad. Aquí el corte es, de modo paradójico, lento, acariciante, viscoso y, sí, sensual.