Editora además de poeta reconocida en todo Iberoamérica, Mercedes Roffé dirige Pen Press, un sello que difunde la obra de poetas del mundo entero en ediciones cuidadas y con traducciones de calidad. Gran parte de su poesía se alimenta de la pintura, la música, la historia, la filosofía y también de los viajes. En sus textos, leves y a la vez profundos en una simplicidad paradójica, se dejan escuchar los rumores de otras culturas.
No es casual que la bella edición de Glosa continua incluya, además del arte de tapa, dos postales de pinturas de la artista Florencia Bohtlingk. Obra arborescente, el libro de Roffé es un diario de lecturas donde conviven Ricardo Piglia y Marthe Robert, Denise Levertov y Giorgio Agamben, Arvo Pärt y Djuna Barnes. “La poesía es el mapa de un país invisible”, escribe la autora en una de sus glosas. El libro concentra visiones de ese territorio por explorar.
¿De qué modo tu poesía se vincula con otras artes?
–En general, me interesa traer al poema otros discursos, otros saberes. Como hacer del poema un espacio de aleaciones, de refundiciones. La cuestión es no valerse sólo de los materiales ya probadamente “poéticos” sino de llevar a los poemas materiales de otras tierras, de otras áreas del conocimiento, que pueden ser las artes plásticas, pero también la música, la etnología, el ritual o el teatro. Fijate que El tapiz, de 1983 –un texto apócrifo atribuido al pintor argelino Ferdinand Oziel– ya es un texto en diálogo con las artes visuales; todo el libro está compuesto por fragmentos en los que se describen los retazos de un tapiz en el que se representan escenas de distinta índole. En La noche y las palabras (1996) se suma la relación con la música. Y en La ópera fantasma (2005) a la pintura y la música se agrega el diálogo con otros saberes.
¿Cuál sería el papel de la poesía en el presente? ¿Sigue cambiando ese papel con el tiempo?
–No sé si en otras épocas la alienación fue tan brutal como es ahora, pero dado el modo de vida que hoy se nos impone, el grado de abuso laboral, de alienación a fuerza de ocuparnos tan ingente cantidad de horas para nada o para procurarnos una mínima manutención, siempre en peligro, creo que la poesía y las artes en general pueden actuar como reductos en los que reencontrarnos con nuestra humanidad, como espacios capaces de convocar cierta condición originaria del ser humano. No hablo del mero pasar una tarde en un museo; hablo de la experiencia profunda de encontrarse con –y darse a– una obra de arte, literaria o de cualquier otro tipo, capaz de inducirnos a un silencio y a un tiempo de algún modo purificador.
¿Cómo ves la centralidad que ocupa actualmente la escritura de mujeres?
–No hablaría de centralidad en absoluto. Lo que está sucediendo es una lucha porque se nos reconozca el lugar en la cultura que deberíamos haber ocupado desde siempre, en paridad con los varones. En absoluto se ha alcanzado un centro. Ni en las librerías, ni en las editoriales, ni en las notas periodísticas, ni en los premios, ni en el lugar que ocupan nuestras obras en las escuelas ni en el canon. Estas luchas por el reconocimiento de nuestra actividad intelectual, científica o artística, se produjeron con anterioridad varias veces en la historia de Occidente y la aplanadora fue siempre más fuerte: el trabajo de recuperación que se está realizando ahora da cuenta de la profundidad a la que se enterró el trabajo de miles de mujeres tan talentosas, creativas y activas en su medio intelectual como hoy somos nosotras, y que siglo tras siglo fueron desaparecidas. La historia de nuestra borradura tampoco es cosa de un pasado remoto. Más bien nos viene pisando los talones: desaparecieron a las poetas españolas del 27 como desaparecieron en los Estados Unidos a las poetas beatniks de los años 60 y como la fanfarria del milenio desapareció a las poetas norteamericanas que en los 80 propusieron en sus obras una toma de conciencia de género y de raza. Y de esto no hace aún veinte años. Por eso soy muy cauta a la hora de pensar que esto que estamos viviendo ahora es algo inédito en la historia cultural de las mujeres o que la fuerza de los movimientos actuales garantice un cambio profundo a largo plazo. Lo deseo, claro, y contribuyo todo lo que puedo. Pero no lo doy por logrado.
¿Qué es Glosa continua? ¿Una suerte de poética de tu obra, un diario, un programa estético?
–Un programa no, en absoluto. Lejos de mí intentar imponer nada. El subtítulo del libro es Ensayos de poética, pero tampoco sería exactamente una poética de mi obra. Mi obra aquí vendría a ser sólo la experiencia desde la cual se medita, se lee, se reflexiona sobre el acto creativo en general. Diría que se trata más bien de un diálogo con distintas lecturas, en la medida en que ciertos textos, ciertos autores –Cioran, Cixous, Wittgenstein, Levertov, Jullien, Zurita, Pizarnik...– me invitan a participar en algún tipo de intercambio, de reflexión que quiero compartir.
En Glosa continua se define una poética personal mediante un nutrido corpus de referencias culturales y artísticas. ¿Dirías que no hay escritura sin reflexión sobre la escritura?
–Es probable que la lectura de Glosa continua permita delinear o deducir una poética propia. Pero ese nunca fue el centro ni el motivo del libro. El término “poética” tiene aquí un sentido amplio: una reflexión sobre las distintas formas del arte, de la creatividad, incluyendo su punto de roce con alguna forma de ética. Tampoco podría afirmar que hoy no haya escritura sin reflexión sobre la escritura. Son cientos los poetas y artistas que han dejado escritas una meditación sobre su práctica. Entro en diálogo con esas páginas, me estimulan, me alegran también, pero no sé si afirmaría que esa reflexión es una condición de la escritura o del arte actual.
¿Qué te permite o facilita el microensayo en comparación con otras formas más frecuentes o tradicionales?
–La elección del microensayo frente al ensayo tradicional tal vez sea paralela a la elección de la poesía frente a otros géneros. Son formas que presuponen una concisión -más que una brevedad- que me parece crucial, casi como expresión de respeto hacia el tiempo y la inteligencia del lector. Estamos invadidos por una hojarasca de escritura innecesaria, en el periodismo, en la academia, en la literatura. Confío en la capacidad de los lectores para entender lo que digo, y aun lo que callo, en esa complicidad que entraña incluso un encuentro fugaz.
–¿Se concilian la escritura de poesía con la edición de la poesía de otros?
–Es como poeta que soy editora. El catálogo de Pen Press, el sello que fundé en Nueva York hace ahora veinte años, es más bien una especie de antología de textos o poetas que siento que, a través de sus obras, aportan alguna forma de interpretación personal acerca de qué es la poesía.
¿Cómo ves el panorama de la poesía argentina actual?
–Me interesa especialmente ver cómo se han ido afianzando algunxs poetas jóvenes que admiro, como Claudia Masin, Paula Jiménez España, Mariano R. Andrade, Elena Anníbali, Mercedes Álvarez, Diego Roel... Disfruto mucho de ver qué vertiente encuentra cada uno para expresar su propia poética y plantear nuevas preocupaciones y temáticas.